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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Las predicciones occidentales sobre la guerra en Siria se equivocaron


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▲ Un helicóptero artillado esperaba ayer el despegue en una base militar estadunidense, en una ubicación no revelada en el este de Siria.Foto Ap
Beirut.
El que las guerras terminen de manera muy distinta a nuestras expectativas –o a nuestros planes– quedó establecido desde hace mucho. Que ganáramos la Segunda Guerra Mundial no redundó en que los estadunidenses vencieran en Vietnam, ni que los franceses eliminaran a sus enemigos en Argelia. Sin embargo, desde que decidimos quiénes son los buenos y quiénes los monstruos malvados a los que debemos destruir, recaemos en nuestros viejos errores.
Sólo porque odiamos, despreciamos y satanizamos a Saddam, Kadafi o Assad, estamos seguros –absolutamente convencidos– de que serán destronados, para que después los azules cielos de la libertad se alcen sobre sus destrozados países. Esto es pueril, inmaduro, infantil; pero si tomamos en cuenta la basura que estamos dispuestos a tragarnos sobre el Brexit, nada de esto me sorprende.
Bueno, la caída de Saddam trajo a Irak el más inimaginable sufrimiento. Lo mismo pasó tras el asesinato de Kadafi, ocurrido junto al más famoso sistema de drenaje de Libia. En cuanto a Bashar al Assad, lejos de ser derrocado, ha emergido como el gran triunfador de la guerra en Siria. Aun así insistimos en que debe irse. Aun así pretendemos que sean juzgados –con justa razón– los criminales de guerra sirios, pero Damasco ha salido a flote de la oleada sangrienta de la guerra intacto, vivo y teniendo como aliada a la más confiable superpotencia que cualquier país de Medio Oriente pueda tener: el Kremlin.
Desprecio la palabra curar. Todo mundo parece ser curador de posibilidades, de conversaciones políticas o de planes de negocios e inversión. Parecemos adictos a estas horribles palabras de ocasión. Pero por una vez la voy a usar en su sentido real: aquellos que han curado la historia –la narrativa– de la guerra en Siria estuvieron equivocados desde el principio.
Bashar se iría. El Ejercito Libre Sirio (ELS), supuestamente integrado por decenas de miles de desertores del ejército sirio y de manifestantes desarmados provenientes de Darayya, Damasco y Homs, obligaría a la familia de Assad a dejar el poder. Por supuesto, una democracia estilo occidental surgiría junto con el laicismo –mismo que supuestamente era la base fundacional del partido Baaz– y sería el cimiento de un nuevo Estado árabe liberal.
Por el momento debemos dejar de lado una de las verdaderas razones del apoyo occidental a la rebelión: destruir al único aliado árabe de Irán.
No vaticinamos la llegada de Al Qaeda, hoy purificada con el nuevo nombre de Nusrah. No imaginamos que la pesadilla del Isis saldría como un genio de la lámpara de los desiertos orientales. Tampoco entendimos –y nadie nos dijo– cómo estos cultos islamitas consumirían la revolución popular en la que creímos.
Hoy apenas empiezo a aprender cómo la moderada rebelión siria se convirtió en una máquina apocalíptica del Estado Islámico. Muchos grupos islamitas (no todos, de ninguna manera, y esto no fue una transición simple) estuvieron ahí desde el principio. Estaban en Homs desde al menos 2012.
Esto no significa que los rebeldes sirios no fueran valientes y de mentalidad democrática, pero su figura se exageró demasiado en Occidente.
Mientras David Cameron fantaseaba con 70 mil elementos (moderados) del ELS que combatían al régimen de Assad, en realidad no había más de 7 mil hombres, cuando mucho. El ejército sirio hablaba con ellos, muchas veces, en directo vía teléfono móvil, para convencerlos de volver a sus unidades gubernamentales originales, o bien, que abandonaran la ciudad sin combatir, o incluso les ofrecía un intercambio de alimentos por los cadáveres de los soldados del gobierno.
Los mandos militares del ejército gubernamental sirio decían que era preferible combatir al ESL, porque sus hombres siempre salían huyendo, a diferencia de los del Nusrah y el Isis.
Sin embargo hoy, mientras reportamos los resultados de la invasión turca al norte de Siria, llamamos a los aliados árabes de las milicias turcas con un nombre muy raro. Su nombre es Ejército Nacional Sirio, en vez del nombre original que les dio el gobierno de Assad que era Ejército Sirio Árabe; y que aún se emplea con mucha frecuencia.
Vincent Durac, profesor de política de Medio Oriente en Dublín, escribió la semana pasada que los aliados árabes de esa milicia fueron una creación de Turquía.
Esto es un absurdo. La verdad es que son los despojos del original, y aún totalmente desacreditado Ejército Libre Sirio, las míticas legiones de David Cameron cuya misteriosa composición, según recuerdo, alguna vez fue explicada a los diputados británicos por un general con el glorioso apellido de Messenger (Gordon era su nombre de pila. N. de la T.).
Muy pocos reporteros (con la honrosa excepción de los que trabajaban para Channel 4 News) han explicado ese muy importante hecho de la guerra, a pesar de que hay imágenes que mostraron claramente a milicianos pagados por Turquía ondeando la vieja bandera verde, blanca y negra del viejo ESL.
Eran los mismos agitadores, ex miembros del ESL, quienes entraron al enclave kurdo de Afrin el año pasado y ayudaron a sus colegas del Nusrah a robar hogares y negocios kurdos. Los turcos le llaman a este violento acto de ocupación la Operación Rama de Olivo. Lo que es todavía más absurdo: llamaron Operación Primavera de Paz a su más reciente invasión.
Hubo un tiempo en que esto se consideraría una despreciable obscenidad, pero ya no es el caso. Actualmente, los medios han tratado esta ridícula nomenclatura con algo muy cercano al respeto. Hemos jugado con los mismos trucos con las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), supuestamente respaldadas por Estados Unidos. Cierto, no había nada de democrático en dicha milicia y su fuerza existe sólo mientras las respalde el poderío aéreo estadunidense. Con todo, las FDS mantienen inmaculado su nombre y los medios no las cuestionan.
Pero cuando los turcos invadieron Siria para alejarlas de la frontera con Turquía, repentinamente las trasformamos en fuerzas kurdas –y lo eran en gran medida– pero fueron finalmente traicionadas por los estadunidenses.
Una ironía que se olvida, o simplemente se desconoce, es que cuando los combates comenzaron en Aleppo en 2012 los kurdos ayudaron al ELS a tomar el control de varias zonas de la ciudad. Ambos cuerpos se combatirían mutuamente siete años más tarde cuando los turcos invadieron la zona fronteriza kurda libre de Rojava. Aún menos atención recibió el hecho de que el avance de las fuerzas turcas y el ELS hacia el interior de Siria permitió a miles de campesinos árabes sirios volver a sus hogares que fueron tomados por los kurdos cuando éstos intentaron conformar su estadito sin posibilidades al comienzo de la guerra.
Pero la narrativa de esta guerra es aún más torcida pues está silenciada cualquier crítica que ayude a entender el nuevo papel de Arabia Saudita en la debacle siria.
Negar, negar y negar es la política saudita cuando se le pregunta si dio asistencia a los rebeldes islamitas anti Assad en Siria. Incluso cuando yo hallé documentos en una base del Nusrah en Aleppo que acreditaban la adquisición de armas de un fabricante Bosnio ubicado cerca de Sarajevo, llamado Ifet Krnjic. Yo mismo busqué a Krnjic, quien me explicó cómo las armas fueron enviadas a Arabia Saudita. El hombre me describió a los funcionarios sauditas con quienes habló en su fábrica. Los sauditas aún niegan estos hechos.
De manera casi increíble, los sauditas ahora buscan un enfoque totalmente nuevo para Siria. Ya sus aliados en la guerra con Yemen (otra catástrofe saudita) han reabierto su embajada en Damasco; decisión muy significativa para un Estado del Golfo, aunque esto sea mayormente ignorado por Occidente. Ahora parece que los sauditas piensan reforzar su cooperación con Rusia mediante el financiamiento de la reconstrucción de Siria, proyecto en el que también participarán los Emiratos y probablemente Kuwait. Así, los sauditas se volverán más importantes para el gobierno sirio que Irán, que está roto debido a las sanciones en su contra. Riad probablemente quiere también obstruir las cada vez más cálidas, aunque discretas, relaciones entre Qatar y Assad. Los qataríes, pese a tener el imperio internacional de Al Jazeera, quieren extender su poder sobre territorios reales, físicos, y Siria es un objetivo obvio para su generosidad y su riqueza.
Pero si los sauditas deciden reclamar para sí mismos este papel oneroso, el reino podría, al mismo tiempo, hacer a un lado por la fuerza a Irán y a Qatar. Al menos eso creen ellos. Los sirios, cuya principal política muchas veces es esperar, esperar y esperar, desde luego decidirán cómo jugar con las ambiciones de sus vecinos.
El interés saudita en Siria no es una mera conjetura. El príncipe heredero Mohammed bin Salmán declaró a la revista Time en agosto del año pasado: Bashar quedará en el poder, pero creo que el interés de Bashar no es dejar que los iraníes hagan lo que quieran.
Los sirios y los bahraníes hablan con regularidad sobre la posguerra en Levante. Los Emiratos podrían incluso negociar entre los sauditas y los sirios. Los estados del Golfo dicen ahora que fue un error suspender la membresía de Siria en la Liga Árabe.
En otras palabras, Siria –alentada por Rusia– está regresando con paso firme al papel que tenía antes de la revuelta de 2011. Esto no es lo que imaginamos en Occidente, cuando nuestros embajadores en Damasco arengaban a los manifestantes para que salieron a las calles sirias a continuar la lucha contra el régimen y exigían a los inconformes, de manera muy específica, que no hablaran ni negociaran con el gobierno de Assad.
Pero esos eran otros tiempos… antes de que dos enloquecidos elementos surgieran para destruir todas nuestras suposiciones, y sembraran temor y desconfianza por todo Medio Oriente: Donald Trump y el Isis.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

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