CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Ninguna persona
intelectualmente honrada podría negar que en Bolivia se ha producido un
golpe de Estado con el decisivo apoyo de los militares. Esa catástrofe
política no se originó de manera repentina. Hay que hacer recuento de
hechos y daños.
Evo Morales se equivocó cuando recurrió al máximo tribunal para
anular la votación mayoritaria del electorado que refrendó el límite de
dos periodos para la reelección del presidente. Eso no lo debe hacer un
demócrata, mucho menos un líder popular como Evo, porque es algo
contradictorio.
Quienes nunca han sido demócratas sino elitistas, los integrantes del
grupo económico conservador, clasista y racista de Bolivia,
aprovecharon ese error de Evo Morales para cohesionar un bloque opositor
antirreleccionista con vistas a la elección presidencial, esperanzados
en una segunda vuelta porque no veían que les dieran los números en la
primera.
En Bolivia, para obtener el triunfo se requería contar con la mayoría
absoluta o con diez puntos porcentuales arriba del segundo lugar.
Nadie, ni siquiera Evo Morales, consideraba seguro que esa diferencia se
produjera. Cuando se anunció el resultado final del escrutinio, con un
poco más de 10% de diferencia, la oposición denunció fraude y convocó a
huelgas y bloqueos, pero nunca presentó casos concretos, por lo que no
hubo procesos judiciales.
Otro error que un demócrata no debe cometer fue el haber admitido que
la Organización de Estados Americanos (OEA) se convirtiera en
dictaminador electoral con resolución vinculante. El informe que
presentó la comisión de la OEA se basó en 300 casillas electorales
seleccionadas, y unas cuantas consideraciones de carácter más bien
político.
Por su lado, los golpistas habían desconocido de antemano ese
dictamen porque ya estaban demandando el retiro de Evo Morales y del
vicepresidente García Linera, para tratar de imponer de esa forma a un
nuevo mandatario, es decir, el golpe directo, con o sin OEA.
Bolivia se convirtió durante un par de días en un país sin guardias.
Los opositores podían quemar lo que desearan porque la policía requería
violencia como cobertura para pedir el retiro del presidente, por lo que
se “acuarteló” ella misma, en realidad se amotinó. Luego, el Ejército
(protagonista directo de muchos golpes de Estado en la historia de
Bolivia) presentó el ultimátum al gobierno. Evo Morales no tenía muchas
opciones.
Los políticos golpistas, de la mano de militares y policías, han
impuesto a una presidenta absolutamente espuria (Jeanine Áñez) antes de
que el Poder Legislativo hubiera admitido o negado la renuncia del
presidente y del vicepresidente, en acatamiento del artículo 162 de la
Constitución. Además, el orden sucesorio legal boliviano señala a la
presidenta del Senado (Adriana Salvatierra). El golpe ha sido consumado y
el orden constitucional no está vigente.
El gobierno de Evo Morales recobró riquezas naturales y elevó la
producción; realizó muchas reformas sociales; redistribuyó el ingreso;
cambió el sistema político; le dio voz, voto y poder a la mayoría
indígena; implantó la independencia nacional; golpeó la corrupción. La
economía boliviana es la que más crece en América Latina.
Sin embargo, con un solo error madre se puede perjudicar la obra magnífica de una revolución pacífica.
Ahora, el curso de Bolivia no es predecible. Durante las próximas
semanas podrán sobrevenir acontecimientos capaces de provocar vuelcos en
cualquier sentido. A partir de este momento ya no habrá estabilidad
política, mientras que la economía, lógicamente, sufrirá problemas ya
superados.
La izquierda y las organizaciones sociales tendrán que resistir con
tanta fuerza como sea necesaria para que la vía electoral sea
reimplantada. Lo que debería quedar absolutamente claro es que no hay
solución política o algo semejante si no es a través del voto popular.
En consecuencia, los destacamentos del progreso y la democracia no
pueden darse el lujo de dividirse en lo más mínimo. De eso depende todo,
o casi.
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