Bolivia y Chile, en sus más recientes expresiones, son un síndrome que recorre varias regiones del mundo.
Narrativas. Se trata de las tensiones entre democracia y liberalismo. En algunos ámbitos esa tirantez se expresa mediante algunos rasgos: una marcada xenofobia y una predisposición a destruir reglas, instituciones y formas de convivencia que son consideradas obstáculos a los cambios que se pregonan. Estas narrativas arriban a su eclosión cuando convergen con dos rasgos adicionales: una profunda crisis social –expresada en anomias, polarización, profunda desigualdad– y un amplio descrédito de los mecanismos tradicionales de intermediación política.
Democracia y populismo. En los últimos años se ha publicado un gran número de libros y ensayos sobre esas tensiones. Retengo dos textos que comentaré en mis próximas entregas. Democracia desfigurada, de Nadia Urbinati (2014), y, de la misma autora, publicado en septiembre de este año, Yo el pueblo(2019). Hay una traducción al español del epílogo de este libro en Configuraciones 48-49, publicada recientemente.
Democracia como diarquía. Urbinati parte de su idea de la democracia como una diarquía compuesta por voluntad (que significa, para la autora, el derecho a votar y los procedimientos e instituciones que hacen posible ese derecho) y opinión (que para ella significa el ámbito de las opiniones políticas). Señala que las sociedades son democráticas porque prometen que las elecciones y el foro de la opinión pública hagan a las instituciones asiento del poder legítimo y objeto de control y escrutinio. La insatisfacción con el desempeño de los procedimientos democráticos lleva a deformaciones de la democracia: el gobierno de la tecnocracia, la reacción del populismo y el plebiscito de la audiencia.
Bolivia. Se ha subrayado, con razón, el enorme éxito de los cuatro periodos del gobierno de Evo. También se han criticado las vulnerabilidades de un gobierno unipersonal que no encuentra respuesta a una sucesión que sea institucional y continuista del programa progresista. Para las izquierdas latinoamericanas ésta debe ser la discusión principal del futuro inmediato.
La obcecación por no llamar golpes de Estado a los golpes de Estado se debe a una tipología de golpes de Estado contra regímenes denominados populistas que han llegado al poder a través de las elecciones. Con todas sus especificidades, los golpes contra Zelaya, en Honduras; Lugo, en Paraguay; Dilma, en Brasil, y ahora contra Evo tienen tres características en común: el uso de un poder del Estado contra el Ejecutivo –en ocasiones el Legislativo, casi siempre el Poder Judicial y, a veces, organismos autónomos del Estado–; montarse en movilizaciones legítimas de protestas contra el gobierno, pero infiltrando con grupos de provocadores, y el apoyo explícito, por acción o inacción, de las fuerzas armadas. Esto lo podríamos llamar golpulismos de Estado.
Chile. Sin duda el suceso más significativo que podría tener promisorias consecuencias para la democracia liberal en América Latina es el Acuerdo por la Paz y Nueva Constitución, porque logró unir desde el Frente Amplio hasta la UDI. Pero, sobre todo, porque marca el entierro definitivo de la Constitución de Pinochet, un anhelo de más de 30 años. A pesar de las provocaciones y de los tics autoritarios de la derecha chilena, han podido más las impresionantes movilizaciones ciudadanas.
Finalmente, mando mis felicitaciones a mi gran amigo José Sarukhán por haber logrado con tesón preservar esa gran institución que a todos enorgullece, ahora como organismo descentralizado, la Conabio. Y a mi amiga de siempre, activista social, funcionaria ejemplar y prestigiada científica, Julia Carabias, mi apoyo decidido en su esfuerzo en Montes Azules, en la selva Lacandona.
Twitter: gusto47
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