Cuando
el próximo domingo 15 de junio se celebre la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales en Colombia, no solo estará en juego la paz
en esa nación agobiada por la guerra, sino también la estabilidad y la
concordia en la Patria Grande.
Un eventual triunfo en esos
comicios del candidato guerrerista Óscar Iván Zuluaga, peón del
exmandatario paramilitar Álvaro Uribe, paralizaría las negociaciones ya
bien avanzadas que tienen lugar en La Habana, Cuba, entre
representantes del actual gobierno de Juan Manuel Santos y de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo
(FARC-EP).
Al mismo tiempo, se frustrarían las anunciadas
decisiones de Santos y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de
iniciar un diálogo entre las dos partes para poner fin al prolongado
conflicto castrense que desangra a ese Estado latinoamericano, y por el
cual siguen apostando Zuluaga y su manager Uribe.
Ecuador
ofreció en las últimas horas su territorio para que las actuales
autoridades de Bogotá y el ELN se sienten a la mesa de conversaciones,
y busquen de igual manera el sendero adecuado hacia un acuerdo de cese
de las hostilidades.
Pero no es únicamente la paz para
Colombia lo que estará jugándose en las elecciones en las que se
enfrentarán Santos y Zuluaga, sino también la coexistencia pacífica y
la ansiada integración de la Patria Grande, por la que aboga la
Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC).
Una derrota de Santos en las urnas llevaría al poder a los seguidores
de Uribe, “distinguido” empleado de los regímenes norteamericanos, y
causante durante su mandato de conflictos con países hermanos como
Venezuela y Ecuador, ambos fronterizos con Colombia, y que son
considerados adversarios por Washington y sus aliados europeos de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La vuelta
al poder a Bogotá del “Uribismo” tensaría de seguro las relaciones con
Caracas y Quito, objetivo que busca la administración de turno de la
Casa Blanca de Barack Obama para cercar a Venezuela, y consumar sus
planes de destruir la Revolución Bolivariana que encabeza hoy el
mandatario Nicolás Maduro, además de subvertir el orden en Ecuador e
intentar destronar igualmente al presidente Rafael Correa.
De
otro lado, generaría desestabilización y divisiones en la región, y un
alboroto de la derecha más recalcitrante latinoamericana que apuesta,
bajo las instrucciones de Washington, revertir los procesos de cambios
que se escenifican en la Patria Grande en favor de sus pueblos.
Fue Uribe quien permitió que en Colombia se incrementaran las bases
militares del Pentágono, por lo que de imponerse su monigote Zuluaga
aumentaría la presencia del ejército de Washington, y de facto el
peligro de agresiones contra terceros países.
Los colombianos
tendrán una gran responsabilidad cuando este venidero domingo asistan a
las urnas a ejercer su voto. En sus manos estará la guerra o la paz
para su pueblo, y el riesgo o no de que Estados Unidos convierta en una
nueva zona de beligerancia al vasto, pero cada vez más unido territorio
que se extiende desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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