Punto Final
Hay
algo en el fútbol que rebasa a los otros deportes, para elevarlo a la
categoría de pasión de las masas. Está relacionado con la comunidad,
con el juego colectivo, con la necesidad de pertenencia, identidad e
integración. Pero expresa también, como escribía Ignacio Ramonet hace
unos años, el drama de los perdedores, porque en el fútbol siempre
habrá más perdedores que ganadores, a lo cual podríamos agregar que
siempre, y por muy campeón que sea un equipo, estará la oportunidad de
la derrota. El fútbol tiene que ver con la vida misma.
Por eso es
el deporte de los pobres, identificados con su equipo como si fuera su
propio destino. Amar al equipo es, decía Ramonet, aceptar la derrota y
el pesar. ¡Qué partido no es sufrimiento! Y es precisamente esta pena,
bastante más frecuente que la alegría, la que concita la unidad. Somos
leales pese a toda la adversidad, permanecemos juntos, nunca estaremos
solos. Así lo dice el himno del Liverpool FC, club proletario
británico: “You will never walk alone” (Nunca caminarás solo).
Es éste el aspecto del fútbol que ha atraído a los políticos, que lo
aman y también le temen. Porque los hinchas dan su vida por su equipo,
que trasciende y se funde de una manera compleja con la identidad
nacional. Levantar la bandera chilena o de cualquier país en el estadio
es una representación patriótica que expresa en esos momentos no solo
sentimientos de profundo nacionalismo, sino aún más: es también un
ritual guerrerista, expresado como rostros pintados, que lleva a
enfrentamientos y sacrificios. El estadio, y también las calles después
de un partido, se convierten en un espacio para las más extremas
representaciones nacionalistas. Un acto litúrgico como pocos en la
sociedad moderna.
Es por ello que este deporte, pero
especialmente lo que rodea al deporte, hipnotiza a los políticos y
atrae a publicistas, inversionistas y especuladores. El fútbol hoy es
sin duda un combustible de alto octanaje calentado por los gobiernos y
los grandes capitales. Mueve miles de millones y ha sido intervenido
por democracias o terribles dictaduras, como el mundial en Argentina,
en 1978.
Desde hace unas décadas, el fútbol con sus enormes
potencialidades aun cuando no ha perdido sus rasgos originarios, está
controlado y guiado por los grandes poderes, el político y en especial
el comercial. Tanto, que hoy como espectáculo de masas mueve, según
estimaciones, unos 500 mil millones de dólares anuales. Para hacer una
necesaria comparación, es lo que factura la industria farmacéutica, uno
de los cuatro rubros más rentables del mundo junto con las armas, las
drogas y el sexo.
El ingreso de los grandes capitales al
fútbol es lo que ha mutado al deporte en negocio, tal como ha hecho la
mercantilización con tantos otros sectores, en nuestro caso, desde la
salud a la educación. Este proceso de negocios por un lado convierte a
los deportistas en activos que se ofrecen en los mercados de valores,
en tanto al público se le entrega un producto o servicio canalizado a
través de la televisión y otros operadores de la industria del
espectáculo. En medio de este proceso se produce, como en tantas otras
actividades abiertas al régimen neoliberal, una concentración del
mercado: pocos ganadores en un mundo de perdedores.
Como ha escrito Eduardo Galeano ( El fútbol a sol y sombra
, 1995), “el juego se ha convertido en espectáculo, con pocos
protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el
espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del
mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”.
El estado y sus inversiones en el gran circo
Lo que ha saltado en Brasil no es solo la mercantilización del fútbol y
toda su ritualidad, sino la connivencia entre el poder político y el
económico. El “no va más” del fútbol mercantilizado bajo la lógica
neoliberal emerge desde el país más futbolizado del planeta y durante
el Mundial más grande del mundo. La mezcla entre política y
espectáculo, fusión denunciada en los 60 por Guy Debord, llega a su
clímax cuando se filtran las ingentes inversiones que ha hecho el
Estado brasileño en infraestructura de estadios y afines. Brasil 2014
ha costado más caro que Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntos,
denuncian colectivos sociales brasileños. El gobierno de Dilma
Rousseff, al gastar en esta infraestructura que indirectamente favorece
a los auspiciadores, publicistas, grandes equipos y, por cierto, a la
FIFA, les quita a los millones de pobres los necesarios recursos para
mejorar la educación, la salud o el transporte público.
Los
cálculos de gastos iniciales para organizar el mundial apuntaban a unos
3.500 millones de dólares en inversiones públicas, pero con el tiempo
las estimaciones ascendieron a niveles de escándalo, como publica el
sitio contasabertas.com.br . Sólo los estadios para las doce
sedes que recibirán a 32 selecciones del mundo, han requerido una
inversión de 3.500 millones de dólares. Con el resto de las
inversiones, el total asumido por el Estado es de unos 13 mil millones
de dólares.
De acuerdo a ese sitio, además de la citada
inversión en estadios hay 4.300 millones de dólares en transporte
urbano, 3.400 en aeropuertos, 950 millones en seguridad, 350 millones
en puertos y 200 millones en telecomunicaciones. Una ingente inversión
que gran parte de la ciudadanía denuncia como innecesaria y que directa
e indirectamente está subsidiando al sector privado y los grandes
negocios. Así queda expresado en el discurso gubernamental cuando dice
que la organización de la Copa del Mundo generará ingresos con la
llegada de 600 mil turistas, a través de la publicidad, el transporte o
los hoteles.
El reclamo de las organizaciones y ciudadanos
brasileños es por esta vinculación entre los dueños del fútbol,
representados en la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado),
los grandes capitales y el gobierno. El mundial ha sido organizado por
la clase gobernante para que las grandes corporaciones pudieran lucrar,
al mismo tiempo que el país se expusiera al mundo como una nación
tranquila y próspera. De tal manera, y tras el gran espectáculo, las
inversiones privadas fluirán en el futuro. Es el mundial como gran
evento de negocios, público y privado. Para ello, organizaciones
denuncian que desde 2010 el Estado ha venido subsidiando al sector de
la construcción para la edificación de estadios.
El malestar
de los brasileños no amaina con estas declaraciones. Porque quienes se
están beneficiando de estas inversiones son tanto las grandes
corporaciones como la FIFA, que ya ha obtenido como adelanto 1.300
millones de dólares en ganancias solo por la venta de entradas,
derechos de transmisión y merchandising . Vale aquí la pena
citar el precio de las entradas: para los partidos de Chile, como el
que jugará el 18 de junio contra España en el Maracaná, éstas van desde
475 mil a un millón 200 mil pesos. Por cierto que hay para millonarios,
entre dos y tres millones de pesos chilenos, según se ofrecen en el
sitio de ventas online viagogo.com.
La función de la
FIFA en el mundial va mucho más allá. La ONG Inspira_ction ha impulsado
una campaña para transparentar los gastos y operaciones de la
federación que dirige desde 1998 el suizo Joseph Blatter, así como los
de las grandes corporaciones y el Estado brasileño en la organización
del Mundial. La FIFA, denuncia Inspira_ction, puso como condición al
Estado brasileño exenciones fiscales a las empresas que de una u otra
manera participan en el Mundial. Estos beneficios tributarios restarán
a los ingresos fiscales entre 200 y 500 millones de dólares, según los
cálculos. Esto es posible gracias a la ley del 20 de diciembre de 2010
que rige el Mundial de Fútbol, en la que se especifica que tanto la
FIFA como sus empresas subsidiarias y asociadas estarán exentas de
pagar los impuestos que les corresponderían normalmente. Podrán comprar
y vender, importar y exportar libremente desde suministros médicos,
trofeos, medallas, equipos técnicos a materiales de construcción.
Chile, futbol y clientela
En Chile, el fútbol no ha estado libre de los influjos neoliberales.
Es, desde hace tiempo, un espacio de negocios principalmente explotado
por los clubes, las empresas concesionarias de estos clubes y la
Asociación Nacional de Fútbol Profesional. En torno a este núcleo de
negocios giran desde los canales de televisión a todo el espectro de
auspiciadores y publicistas. Para darnos una primera idea de la
magnitud del negocio, el Canal del Fútbol (CDF), la señal por cable
formada por los clubes del fútbol chileno, generó el año pasado 51
millones de dólares. La mayor parte de este monto se distribuye entre
los tres principales clubes, Colo Colo, Universidad de Chile y
Universidad Católica. El resto se reparte entre los otros equipos de
Primera y Primera B. Un negocio que apunta hacia el reforzamiento de
los grandes clubes en desmedro de los más débiles y los de regiones. La
lógica del mercado al favorecer la rentabilidad y el espectáculo,
genera desequilibrios y desigualdad. Lo que observamos en tantas otras
áreas de la economía se aplica también al fútbol.
La
especulación financiera no es ajena al fútbol y toma cuerpo en la
compra y venta de jugadores. Esta lógica mercantil no puede estar mejor
expresada que en la Memoria de una de las concesionarias de los
equipos, convertidos en sociedades anónimas y cuyas acciones, como
cualquier otro valor comercial de cualquier otro sector de la economía,
se ofrece en la Bolsa de Valores. En la Memoria de Azul Azul, la
sociedad anónima tras el club deportivo de la Universidad de Chile, y
cuyo presidente es José Yuraszeck, el empresario que hizo su fortuna
con las privatizaciones de las eléctricas durante la dictadura, puede
leerse lo siguiente: “Los avances obtenidos en el ámbito financiero
durante 2013 también confirman que nuestro club cuenta con una sólida
posición para proyectarse deportivamente y con éxito hacia el futuro.
En el último año tuvimos ventas por $15.428 millones, y logramos una
utilidad después de impuestos de $124 millones. Mientras, el ingreso
total obtenido por ventas y/o arriendos de jugadores fue de $2.154
millones netos. Ello incluyó la venta de Matías Rodríguez al club U.C.
Sampdoria, de Italia, la de Charles Aránguiz al club Granada, de España
y el arriendo de los derechos de Eugenio Mena al club Santos, de
Brasil, entre otros”.
La especulación es financiera pero
también en el espectáculo. Estar en los primeros lugares de la tabla es
rentable, no sólo por el alza en el valor de los jugadores sino porque
se especula con el espectáculo mismo. Sube el rating y el
ingreso publicitario. Este año la Asociación Nacional de Fútbol
Profesional (ANFP), organización formada por los clubes, firmó un
contrato con el banco Scotiabank como nuevo sponsor del campeonato nacional. Scotiabank le pagará diez millones de dólares por los próximos cinco años.
Ante este buen negocio, el hincha es espectador y también cliente.
Consumirá créditos bancarios, insumos para asados, vestuario, bebidas
y, por cierto, televisores. La Cámara Nacional de Comercio (CNC)
recuerda que durante el Mundial de Sudáfrica de 2010 la venta de
televisores aumentó en un 90 por ciento. Ante el Mundial que comienza
el 12 de junio, las ventas ya han duplicado las del año pasado. En este
rubro, el tamaño sí que importa: las mayores ventas, dicen en el retail , corresponden a los nuevos Smart TV y a aquellos sobre las 46 pulgadas. Es decir, de 300 mil pesos hacia arriba.
En enero pasado el diario.es
publicó una entrevista al entrenador argentino Angel Cappa, ex del Real
Madrid y FC Barcelona, entre otros, en que admite, no sin tristeza, el
trance actual del fútbol: “Desde hace mucho tiempo el fútbol se lo han
quitado a la gente y se lo han dado al negocio. El capitalismo se ha
apoderado del fútbol y le ha impuesto sus valores. A la gente se la ha
echado de los estadios con precios de entradas prohibitivos y con el
pago en la televisión. Ahora el fútbol, que nació en los barrios porque
es el deporte más barato que existe, se ha convertido en un juego -ya
no un deporte- de elites aunque para la gente sigue siendo su pasión,
su sentimiento”.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 806, Chile, 13 de junio, 2014
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