Eduardo Ibarra Aguirre
Los “lorocutores” (Alán dixit) que cobran como comentaristas en Televisa y Televisión Azteca, con excepciones, dieron por hecho 15 minutos antes del silbatazo final del juego entre las selecciones de México y Holanda que la primera estaba “a un paso de hacer historia”, en “los 15 minutos más importantes en los últimos 30 años” en que como selección local, en 1970 y 1986, la mexicana ganó el derecho de jugar el quinto juego.
Olvidaron lo elemental, acaso como parte de guión preestablecido por los dueños del gigantesco negocio del balompié azteca y su selección, que “Esto no se acaba hasta que se acaba”, como diría Pedro (Mago) Septién, uno de los suyos y del que por lo visto no aprendieron. Todo indica que la frase no por obvia tampoco asumida, proviene de labios “del gran Yogi Berra” y es aplicada sobre todo en el llamado rey de los deportes que a los 11 años de edad practiqué en Parras, Coahuila, al lado de niños vecinos expertos, yo era aprendiz.
Acaso el olvido no sea más que producto de que terminaron enredados en la gran historieta que al país le vendieron la cincuentena de plutócratas, destacadamente los del duopolio televisivo y el Grupo Carso, propietarios de los equipos más rentables del deporte de las patadas que tanto apasiona a México y la aldea global.
Apasiona tanto que la Federación Internacional de Futbol Asociación, mejor conocida por sus siglas de FIFA o como “la mafia del futbol”, tiene más afiliados que países reconoce la Organización de las Naciones Unidas. Y en México lo practican 25 millones, seguramente más que los practicantes de la religión católica, cuya jerarquía maneja cuentas alegres guiada por los que se declaran creyentes, y auxiliada por el laico y autónomo INEGI que encabeza Eduardo Sojo, un presunto yunquista amigo de Vicente Fox.
La disparidad de naciones reconocidas por la ONU y la FIFA da una mejor idea de la magnitud de un negocio de más de 200 mil millones de dólares y la promoción ensordecedora, histérica, de la pasión por un deporte y el Mundial, inducido desde los primeros círculos de los poderes institucionales y fácticos, de aquí y allende el Bravo y el Suchiate, el Pacífico y el Atlántico.
La participación de la selección verde en Brasil salvó un negocio que supera los 900 millones de dólares, ya eliminada por la poderosa escuadra holandesa, muy probable campeona del torneo global, los jugosos dividendos de las 500 grandes empresas principales y sus socios no sólo quedaron a salvo sino se incrementarán, mientras la pasión futbolística estimulada en forma grotesca y voluntariosa desde Los Pinos y las presidencias y consejos de administración de los corporativos trasnacionales mexicanos y extranjeros, entra en la ya conocida fase de la desilusión nacional, en un país hambriento de lo contrario, del fin de una esperanza estimulada artificialmente, y a guarecerse en las selecciones de Brasil, Colombia y otras, como lo hace la entusiasta y entregada afición mexicana cada cuatro años.
Como publicó el portal Forum en Línea, en el número 292 y bajo la pluma de Jorge Meléndez, el Mundial es un negocio que ni siquiera los ejecutivos niegan (98 por ciento), los cuales tienen pocas esperanzas de que México sea campeón (1 por ciento). El 46 por ciento de los empresarios dice que sólo llegaremos a octavos de final, mientras el 97 por ciento asegura que avanzar en el campeonato depende de los jugadores. Es decir, el negocio por encima de todo, y el embaucamiento popular para apuntalar negocios, pero la desilusión del país por temporal que resulte afectará a todos, no sólo a los que la alimentaron.
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