Entrevista al sociólogo José Seoane
Central de Trabajadores de la Argentina
“Pocos
temas son más importantes en la América Latina de hoy que las
cuestiones relacionadas con el extractivismo y la crisis climática.
Ambos están haciendo estragos y constituyen, como bien lo dicen los
autores de este libro, un formidable desafío para los movimientos
sociales y los proyectos emancipatorios de nuestra región”, escribió
Atilio Borón en el prólogo de Extractivismo, despojo y crisis climática
de los investigadores José Seoane, Emilio Taddei y Clara Algranati. En
entrevista con el periódico de la CTA, José Seoane, profesor e
investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, colaborador
con movimientos sociales en proyectos de formación e integrante del
Grupo de Estudios sobre América Latina y el Caribe (GEAL) profundizó
sobre los retos que enfrentan las organizaciones sociales ante el
avance del extractivismo en plena crisis del capitalismo mundial.
-Extractivismo, despojo y crisis climática comienza con la propuesta de
analizar la relación entre la implantación del modelo extractivo
exportador y las características y efectos que la fase neoliberal
capitalista supuso y supone en el Sur del Mundo y en América Latina y
el Caribe en particular, ¿Cuáles serían entonces las características de
la nueva forma de acumulación en la fase actual del sistema
capitalista? Harvey habla de “acumulación por desposesión”, ¿cómo
podría explicarse este fenómeno, en particular en América Latina?
-Efectivamente el geógrafo inglés David Harvey la llama “acumulación
por desposesión” así como otros autores latinoamericanos la refieren
como “acumulación por despojo”. En ambos casos se señala como una de
las características de la actual fase capitalista neoliberal en que la
acumulación de capital se basa, además de en la plusvalía, en la
apropiación privada por el gran capital de un conjunto diverso de
bienes públicos, comunes o que estaban por fuera del mercado. Ese
carácter de privatización y mercantilización del modelo neoliberal tuvo
tanta presencia en nuestra región tanto en las reformas pro mercado y
las privatizaciones de empresas y servicios públicos en los años `90
cuanto, también, en la mercantilización y explotación intensiva de lo
que llamamos los bienes comunes de la naturaleza y que desde la
economía tradicional se nombran como recursos naturales. Este último
aspecto remite particularmente a la constitución del modelo extractivo
exportador en nuestra América Latina de las últimas décadas cifrado en
la expansión de la megaminería a cielo abierto, los cultivos
transgénicos, los monocultivos forestales, la extensión de la
explotación hidrocarburífera –con su capítulo actual del shale gas-
hasta los enclaves turísticos de lujo y las obras de infraestructura
(caminos, represas, etc.) que este modelo requiere. Sus consecuencias
han sido las del saqueo, la devastación socioambiental y una nueva
dependencia. Frente a este extractivismo se ha levantado en Nuestra
América, particularmente en los últimos años, un ciclo de resistencias,
movimientos sociales y alternativas.
-También desarrollan
ustedes las dimensiones de la crisis actual del capitalismo que no sólo
pone en jaque la matriz energética del siglo XX sino que amenaza a la
humanidad en su conjunto, ¿cómo conviven en este sentido los gobiernos
progresistas de América latina con el modelo extractivista?
-El modelo extractivo exportador en nuestra región, si bien hunde sus
raíces en las dictaduras contrainsurgentes de los años ´70 y en las
reformas pro mercado de los ´90, se expande y consolida
significativamente entre 2003 y 2007 en el contexto del ciclo de
crecimiento económico regional significativo que se experimenta en esos
años sostenido particularmente en la demanda de países asiáticos
(China, India). Los cambios sociopolíticos regionales –lo que se llaman
“los gobiernos progresistas”- coinciden justamente con este proceso,
que planteó tanto el beneficio de una mejoría de la situación económica
como los riesgos, límites y dificultades de basarse en el
extractivismo. En este marco, el conjunto heterogéneo que suele
abarcarse bajo el rótulo de “gobiernos progresistas” adoptó diferentes
políticas frente a este extractivismo. Para decirlo en pocas palabras,
el proyecto que llamamos habitualmente “neodesarrollista” que supo
ganar hegemonía en las experiencias recientes de Brasil y la Argentina
por ejemplo, concibió al extractivismo como complemento del mentado
desarrollo, promoviendo este modelo como fuente de divisas, inversión
extranjera y rentas extraordinarias en parte apropiadas por el Estado
para subvencionar políticas industriales y sociales. Los límites de
este camino quedan hoy más claros cuando la caída del crecimiento
económico deja al descubierto los males de la dependencia exportadora,
el fracaso del proyecto industrializador y los límites y precariedades
del panorama social y laboral. Por otra parte, donde se desarrollaron
procesos de transformación más profundos y radicales, bajo la
inspiración de un proyecto que podemos llamar del “socialismo del siglo
XXI” o del “socialismo comunitario”, también los cambios que se
operaron sobre el modelo extractivo exportador fueron más
significativos aunque se basaron también en la continuidad de las
actividades extractivas.
Pero estas experiencias avanzaron en
procesos de control público-estatal, y a veces incluso comunitario, de
la explotación de los bienes comunes naturales y sus rentas así como en
políticas de distribución popular de la riqueza obtenida. Así también
se plantearon las programáticas más avanzadas a nivel internacional
respecto de la relación entre la sociedad y la naturaleza siendo que
muchas de estas cuestiones quedaron plasmadas en las reformas
constitucionales en Bolivia y Ecuador que consagraron, de diferente
forma, la defensa y protección de los derechos de la naturaleza.
Finalmente, en el terreno emancipatorio dichas experiencias, y
particularmente los movimientos indígenas y su protagonismo en la
resistencia al neoliberalismo y la construcción de alternativas
aportaron la referencia del “buen vivir” o “bien vivir” que delimita el
horizonte de cambio social planteado hoy de los contenidos
productivistas y consumistas presentes en parte de la teoría y práctica
del socialismo durante el siglo XX.
Ciertamente, estas
experiencias no dejan de presentar dificultades y límites respecto del
extractivismo. Muchas veces los gobiernos populares han desoído estas
programáticas y los movimientos que las impulsan y se ha optado por
profundizar las actividades extractivas. Por una parte, porque
alrededor de la hegemonía en el rumbo de estos procesos y gobiernos se
confrontan permanentemente diferentes proyectos como los del socialismo
del siglo XXI y del neodesarrollismo. Por otra parte, los embates
permanentes del imperialismo y los sectores del poder económico a los
que están expuestos y los procesos reiterados de desestabilización
económica y golpe militar han limitado muchas veces las posibilidades
de cambio. Y también por las dificultades y límites que en estos casos
han tenido los intentos de construir un camino de salida al
extractivismo y de comprender la importancia que ello reviste, incluida
la perspectiva ecológica y del buen vivir, para el cambio social.
Debates que están planteados incluso en el ámbito de la reflexión
social, ya que no hay perspectiva emancipatoria hoy sin incorporar la
consideración crítica sobre la relación sociedad-naturaleza y los
aportes que sobre ello hace la ecología política y los pueblos
originarios.
-En el libro, analizan también la
conformación de movimientos sociales que en todo el continente se
fueron organizando para hacer frente al extractivismo y al saqueo de
los bienes comunes, ¿en qué estado se encuentran hoy, particularmente
en Argentina y, según su punto de vista, de qué manera podrían aunarse
los esfuerzos de cada organización para que la lucha sea regional?
-Las luchas y movimientos contra el modelo extractivo exportador en sus
diferentes dimensiones constituyen hoy uno de los terrenos más
importantes de la acción colectiva de los sectores subalternos en
Nuestra América. En el caso de la Argentina, de las resistencias a la
megaminería en las provincias cordilleranas y del norte y sur del país
a la de las pasteras –simbolizada en el conflicto de Gualeyguaychú- y a
la defensa del agua y los glaciares –con la lucha contra Pascua Lama-,
en los últimos años han aparecido con más nitidez los movimientos
contra el agronegocio y la soja transgénica con la resistencia de los
pueblos fumigados, los campesinos desplazados y su lucha contra los
desalojos y la violencia, el bloqueo popular a la instalación de
Monsanto en Malvinas Argentinas, Córdoba, e incluso en el debate sobre
cómo afrontar la inflación, particularmente respecto de los alimentos,
que también apunta a las consecuencias del extractivismo exportador. Es
característico que donde se da la primera fase de la acumulación por
despojo, bajo sus efectos de saqueo y devastación socioambiental,
crecen las resistencias de las poblaciones afectadas; pero parte de la
estrategia de gobernabilidad del modelo reposa en aislar estas luchas y
bloquear su proyección nacional, particularmente a los grandes centros
urbanos. El desafío para los movimientos populares sigue siendo
construir estos vínculos y articulaciones tanto a nivel nacional como
regional. En el libro proponemos un análisis específico y un balance de
las experiencias forjadas en relación a ello en el plano regional. En
uno y otro caso hay experiencias importantes, pero aún queda mucho por
hacer.
-Por otra parte, según los datos aportados en el
libro -la adjudicación de derechos mineros en Perú creció un 85% entre
2003 y 2008, en Colombia la inversión minera aumentó casi un 500% entre
2002 y 2009 y la exploración minera en Argentina se incrementó casi un
300% entre 2003 y 2008-, el extractivismo, no sólo minero sino también
del agronegocio y la soja transgénica, creció exponencialmente en la
primera década del nuevo siglo, ¿cómo afecta este proceso a las
economías regionales y a las comunidades campesinas en la actualidad?
-Ya señalamos lo que significa para las comunidades campesinas y
originarias en relación con el cercamiento y expulsión de sus tierras,
muchas veces con el uso de la violencia policial y parapolicial con su
triste marca de asesinatos y represiones. En términos más generales,
este proceso significa también la destrucción de las economías
regionales y su diversidad, homogeneizadas bajo control del gran
capital con la expansión de los cultivos transgénicos. Pero no hay que
olvidar que los efectos de este modelo se hacen sentir también sobre
las poblaciones de los grandes centros urbanos, particularmente sobre
los sectores populares. Hay como se dice a veces un “extractivismo
urbano”, en el doble sentido. Por una parte, porque la renta
extraordinaria devenida de estas actividades se descarga sobre las
ciudades acelerando la apropiación del espacio urbano bajo la
valorización y especulación inmobiliaria y propiciando los procesos de
“limpieza social” y de expulsión de poblaciones. Y, por otra parte,
porque el extractivismo y su orientación exportadora supone también el
crecimiento de los precios de los alimentos e incluso el deterioro de
su calidad. Este es quizás la principal contradicción del agronegocio,
que en un país que tiene capacidades inigualables para la producción
masiva de alimentos de calidad que podrían alimentar a toda su
población y contribuir al alimento de los pueblos nuestroamericanos,
parte importante de la sociedad enfrenta crecientes dificultades para
acceder a una buena limentación mientras se exportan volúmenes
crecientes de soja para la crianza de animales en otras partes del
mundo.
-En los últimos capítulos del libro, hacen
referencia a las conferencias de las Naciones Unidas sobre Desarrollo
Sustentable y a los acuerdos internacionales como el de Kyoto, ¿en qué
estado está actualmente la discusión sobre la economía verde o el
capitalismo sustentable?
-La llamada “economía verde” es
un proyecto de parte de los sectores dominantes a nivel mundial que
busca reemplazar la referencia del “desarrollo sustentable”. Se trata
de la particular reformulación de la cuestión ambiental que promueve la
racionalidad neoliberal, donde dicha cuestión no es vista ya como
opuesta al crecimiento económico y al mercado sino que se plantea
justamente su resolución al incorporarla al propio mercado. Pero los
efectos de este proceso son previsibles, no se trata de volver verde el
mercado, sino de transformar en mercancías lo verde. Este proyecto es
actualmente la ofensiva más avanzada de profundizar el ciclo de
mercantilización de la vida y la naturaleza que viene promoviendo el
capitalismo neoliberal. Por otra parte, y simultáneamente, se
flexibilizan los acuerdos internacionales de regulación de las
emisiones de gases de efecto invernadero acelerando el proceso de
cambio del clima mundial que ya está en curso son sus consecuencias
inmediatas de generalización de las catástrofes climáticas y futuras en
términos de la extinción de la vida en el planeta.
-Y por último, ¿cuáles serían las alternativas desde los pueblos?
-Es difícil resumir en unas líneas las alternativas que han ido
constituyéndose y forjándose en la experiencia de los movimientos y
pueblos, conformando una verdadera programática popular de salida del
extractivismo y de cambio social tal como lo analizamos en el libro. Es
una falacia que no hay alternativas y que, más allá de sus
consecuencias, debemos resignarnos al extractivismo como un mal
necesario. Para considerar las alternativas es importante también
alejarse de una mirada ingenua o malintencionada que plantea los
cambios de manera instantánea. La reflexión crítica latinoamericana
sobre estas cuestiones propone pensar estos cambios en términos de
transiciones, de procesos que van construyendo un camino de salida del
extractivismo. En este sentido, simplemente con aproximarnos a las
luchas existentes podemos apreciar la configuración de un programa
mínimo que comprende desde la prohibición de las fumigaciones aéreas,
la detención de los desalojos y la frontera sojera, la defensa de los
productores campesinos, la promoción de la agroecología y los mercados
populares, la prohibición de la megaminería, etc., medidas que podrían
tomarse ya mismo. Incluso el debate que se planteó en nuestro país a
fines del pasado año frente a la disputa sobre el tipo de cambio y la
retención especulativa de la cosecha por parte de la cadena del
agronegocio y que volvió a poner en la discusión públcia la necesidad
del control público nacional del comercio exterior y, particularmente,
del comercio de granos. Por otra parte, en el horizonte de estas
programáticas se encuentra otro modelo de país y de región sustentado
en la soberanía alimentaria y en “otro desarrollo” basado en las
demandas populares.
Particularmente, el debate sobre el
desarrollo y la industrialización, el carácter, interpretaciones y
experiencias históricas en las que se inscribe, y las alternativas que
plantea resulta uno de los centros del debate latinoamericano sobre el
que referimos en el libro. Pero está claro que el desafío planteado no
refiere a un programa elaborado por un grupo de profesionales con
idoneidad técnica que puede ser preparado hoy mismo; sino a algo más
complejo y necesario, a una construcción colectiva, social, popular; a
un proceso que articula y debe articular programáticas, prácticas y
poderes efectivos de transformación del pueblo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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