A
propósito de una nueva celebración del Día Mundial de la Tierra este 22
de abril, resulta llamativa la retórica de buena parte de los
gobernantes en el mundo, centrada en una guerra declarada contra el
Covid-19, como si fuera un enemigo poderoso a vencer desde los distintos
Estados, en un especie de nuevo Leviatán Sanitario, el cual se ha
dedicado a instalar la idea de la aparición de un ser implacable y
criminal que solo quiere asesinar a seres humanos.
Un discurso
bélico contra este nuevo virus que no hace más que reactualizar la
guerra contra la Gran Madre Tierra, iniciada hace miles de años atrás
con la aparición del patriarcado, en donde su conquista fue el horizonte
a seguir, dentro de un proceso que se irá profundizando con el tiempo,
hasta llegar a un momento actual en donde las condiciones mínimas para
la reproducción de la vida se encuentran en peligro.
En
consecuencia, un proceso histórico, el cual según distintas
investigaciones arqueológicas, tendrá a la Venus de Willendorf,
aparecida hace 25.000 años atrás, como el ícono que mejor representa a
la Gran Madre Tierra del período paleolítico, la cual no se percibirá
como un ser omnipotente, dominador y trascendente, como es representado
el Dios creador por las religiones patriarcales existentes.
Por
el contrario, las distintas Venus serán un ser inmanente, el cual se
caracterizará por ser la engendradora de vida en un mundo nómade y
conectada con los ciclos vitales. De ahí que las grandes deidades de
vida posteriores hayan derivado de esa primera Gran Madre Tierra,
llevando diferentes nombres por distintos pueblos, como lo es la
Pachamama, Gaia, Tiamet, Ishtar, Inanna, Astarte, Ñuque Mapu, Ixchel,
Coaylicue, Nuna, Maka Ina, Kokyang Wuthi, entre muchas otras
denominaciones históricas.
No obstante, estas deidades
situadas territorialmente, se verán en peligro por un proceso de
masculinización de la divinidad, iniciado con la Revolución Neolítica en
adelante, en donde el aumento de conflictos por el control de tierras
aumentará considerablemente, trayendo consigo que muchas de aquellas
perdieran sus cualidades, se fragmentaran e incluso fueran vistas como
seres de sufrimiento y de muerte, para dar paso a la aparición de
Dioses guerreros fuertes, valientes y heroicos, donde el centro estaba
puesto en la conquista y en la superioridad de unos sobre otros, como es
el caso de Horus, Marduk, Teshub, Zeus, Júpiter, entre otros.
En
cuanto a la triada de religiones monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e
Islamismo), no hizo otra cosa que profundizar aquel proceso de conquista
patriarcal de la Gran Madre Tierra, llegando a su punto más alto con la
colonización de Abya Yala, en donde los conquistadores traían una
concepción completamente negadora de aquella deidad de vida histórica,
la cual aún se mantenía viva en muchos de los pueblos existentes, pero
que para los conquistadores será una mera canasta de recursos. Es por
esto que el Dios patriarcal y antropocéntrico traído con los
conquistadores, verá a su entorno (humanos y no humanos) como seres
salvajes que se les deberá dominar.
Con el paso de los
siglos, aquella concepción naturalista del mundo de carácter occidental
se impondrá a nivel global, por intermedio de la secularización de Dios,
a través de la Ciencia Moderna de corte racionalista y empirista, la
cual será el mejor instrumento para imponer la idea de una supuesta
civilización universal, la cual no es otra cosa que una civilización de
muerte que ha buscado erradicar otros mundos de vida, ya sea a través de
las guerras o simplemente de la negación de estas.
De ahí
que procesos eurocéntricos y antropocéntricos, como lo son el
Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución
Industrial sean parte de un correlato lineal de la historia, como del
tiempo y del espacio, en donde la Gran Madre Tierra no es otra cosa que
un ser que debe ser conquistado y controlado. El filósofo inglés Francis
Bacon, padre del empirismo, dejará en explícito esa mirada moderna al
momento de decir “que la ciencia torture a la Naturaleza, como lo
hacía el Santo Oficio de la Inquisición con sus reos, para conseguir
develar el último de sus secretos”.
Por todo lo
señalado anteriormente, más que celebrar el Día Mundial de la Tierra
este 22 de abril, debiera ser una oportunidad para reflexionar sobre el
sentido de darle un día a un sistema vivo complejo del cual somos parte,
como seres humanos, y que en los últimos siglos se ha intentado hacer
creer de que estamos por encima de él, ya sea a través de un Dios
poderosos o de una Ciencia objetiva.
Andrés Kogan Valderrama
Sociólogo
Diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable
Magister en Comunicación y Cultura Contemporánea
Doctorando en Estudios Sociales de América Latina
Editor de Observatorio Plurinacional de Aguas www.oplas.org
https://www.alainet.org/es/articulo/206051
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