Fuentes: CounterPunch - Ilustración: Nathaniel St. Clair
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Una de sus seguidoras se pregunta por qué no siguió luchando hasta el final
A medida que la gente vaya haciéndose a la idea de que Bernie Sanders
ha suspendido su campaña, es decir, que ha abandonado la carrera hacia
la presidencia, surgirán un montón de emociones colectivas que deberán
seguir su inevitable curso.
Mis primeras reacciones son de profunda
decepción. ¡En mitad de la Semana Santa, por el amor de Dios! Mientras el virus
se extiende como la espuma y la gente se siente perdida… ¿en qué puede
ayudarnos que tome esa decisión ahora?
Bernie siempre ha carecido del don de la
oportunidad, una consecuencia de tener malos asesores desde el principio.
Siempre parecía reacio a estar de acuerdo con lo que sus seguidores le
suplicaban que hiciera, especialmente cuando le pedían que dejara de decir que
Biden era un hombre “bueno y decente”; su buen amigo Joe Biden, el único
candidato demócrata restante: un anciano que ha sido recientemente acusado de
agresión sexual, un plagiario consumado y promotor de las peores políticas que
los centristas pueden patrocinar.
Dejadme que lo diga claramente: Joe Biden, la
opción del Partido Demócrata para ocupar la presidencia, un hombre con la
capacidad mental mermada, se va a enfrentar a uno de los contendientes más
despiadados de la historia presidencial: Donald J. Trump. Cuando confiábamos en
Bernie, y con su consentimiento, el Partido Demócrata será completamente
destruido en noviembre y lo tendrá bien merecido.
Bernie tampoco contraatacó a Elizabeth Warren
y a su indignante acusación de sexismo. Pretendía mantener su reputación bondadosa
en un debate que se suponía que no debería ser sobre él.
Pero, al final, toda esta campaña se centró
alrededor de Bernie. Tal vez lo que voy a decir no resulte muy indulgente, pero
no puedo creer que no reconociera haber dado ningún paso en falso en su
discurso de aceptación de la derrota. Ninguna mención a otras cosas que podría
haber hecho para abordar las preocupaciones de muchas personas.
Por ejemplo, aunque dijo haber sido inclusivo,
no prestó especial atención a quienes no forman parte de las minorías a quienes
intentaba seducir ni están entre los más jóvenes. No se desvió de los temas de
debate grabados machaconamente en nuestro cerebro, con la intención de
instaurar un legado, planteando que era él el creador de esas ideas y, en mi
opinión, intentando con demasiado énfasis reescribir la historia.
En su último discurso como aspirante volvió a
atribuirse el mérito de haber puesto sobre la mesa esas ideas. Aunque es
evidente que las defendía con ardor, o al menos que las repetía constantemente,
¿de veras contribuía a “crear un movimiento” el hecho de considerarlas suyas?
Las ideas progresistas que enarboló no le pertenecían. El movimiento Occupy ya
se interesó por la desigualdad de renta mucho antes que Bernie enganchara su
vagón a esa estrella.
Bernie no fue el primero en plantear un
impuesto a la especulación en Wall Street (una idea que apoyé cuando me
presenté como independiente a las elecciones para el senado en 2008 por el
estado de Maine). Fue James Tobin, un economista ganador del Premio Nobel,
quien introdujo el concepto del impuesto a las transacciones financieras (más
conocido como Tasa Tobin desde entonces). Dicho impuesto sería una manera
óptima de combatir los recortes fiscales que el Congreso ha regalado a los
ricos desde hace décadas.
La lucha por el salario mínimo ha sido una
iniciativa progresista desde mi juventud. No surge de Sanders aunque, para ser
justa, el senador por Vermont lleva mucho tiempo defendiéndolo firmemente. Y lo
mismo puede decirse de la propuesta de un único pagador para la Seguridad
Social, de la sanidad universal. Muchos otros han combatido por esa idea en
nombre de la causa progresista, especialmente la asociación de Médicos por un
Plan Nacional de Salud.
Bernie incluyó todas esas ideas en la
plataforma progresista que encabezaba. La necesidad era evidente, pero las
ideas no son nuevas y no son solo suyas. Puede que haya defendido todas estas
causas en el Senado, y como independiente por Vermont, lo cual sería razonable
pues están entre las ideas más populares para lograr un cambio importante en el
país.
No me impresiona que Bernie no pudiera reunir
la fuerza de voluntad necesaria para estar a la altura de quienes querían que
diera la batalla. He escrito múltiples columnas instándole a ponerse las pilas.
Asistí a diez de sus mítines en New Hampshire, y escribí y realicé videos para
apoyarle desde los inicios de esta segunda campaña. He intentado en vano
influir en su estrategia, recomendando que se mostrara más agresivo y aguzara
sus respuestas a las ideas erróneas de los otros candidatos.
Pero Bernie se mostró asombrosamente pasivo;
dejó pasar zumbando una oportunidad tras otra, respondiendo con debilidad en el
mejor de los casos al creciente resurgimiento demócrata dispuesto a destruirle.
Sus silencios envalentonaron a los candidatos centristas defensores de las
corporaciones y confundieron a sus seguidores, que pensaban que aprovecharía la
enorme ventaja que le proporcionaba el fuerte movimiento que llevaba detrás para
cobrar fuerza y mostrar furia y determinación. Pero se equivocó una y otra vez.
Tengo que reconocer una cosa: cuando en 2016
dijo que Hillary tenía razón y que sus malditos emails no tenían importancia yo
quedé anonadada. Sentí que se achantó desde el primer momento. Desde entonces
ha obrado en consonancia, sin llegar a poner toda la carne en el asador. Prefería
que le quisieran a decir la verdad a cualquier precio. Consiguió que
volviéramos a quererle, que volviéramos a perdonarle, y ha conseguido volver a
decepcionarnos. En cualquier caso, lo acepté y seguí haciendo campaña en su
nombre.
A pesar de su reciente renuncia (y, para
algunos de nosotros, su nueva traición), Bernie Sanders será recordado con
cariño y probablemente la mayoría de sus seguidores le perdonarán. La revista Jacobin ha publicado un artículo
titulado “Gracias Bernie”, argumentando que las dos campañas de Sanders han
hecho posible hablar de socialismo en Estados Unidos. Aparentemente, ahora se
le puede permitir que haga campaña por Joe Biden, quien humilló a Anita Hill y
ahora está humillando a Tara Reade*. He sido testigo de todo ello y no se trata
de una broma.
Después de perder la nominación en las
anteriores elecciones, Bernie hizo todo lo posible por convencer a sus
seguidores más fieles de que permanecieran en el campo demócrata y apoyaran a
Clinton. ¿Por qué no dio entonces su apoyo Jill Stein, que había respaldado su
plataforma? Si Bernie quería una revolución, Jill y el Partido Verde eran la
alternativa más lógica.
¿Por qué ha decidido mantenerse en la carrera
ahora, reuniendo a los delegados que todavía puedan apoyarle? No ha sabido dar
las suficientes explicaciones que justifiquen esta decisión, lo que permite
especular que lo está haciendo con el fin de retener todos los votos y todas
las aportaciones económicas que aún pueda conseguir y entregárselas al Partido
Demócrata en su propio beneficio político, retener su puesto como senador y no
ser odiado posteriormente, como le ocurrió a Ralph Nader**. Esa es la razón. Él
afirma que es para oponerse a Trump. Se supone que debemos seguir apoyándole,
incluso en su ausencia. Imagino que continuará apoyando a Joe Biden puesto que
ya no puede seguir defendiendo con convicción sus propias ideas.
En esta ocasión, Sanders se ha retirado de la
carrera presidencial muy pronto, en abril, cuando la mitad de los estados ni
siquiera han votado aún, con miles de seguidores que habían financiado su
campaña y ahora se han quedado sin un líder. Puede enorgullecerse de no haber
permanecido en la carrera para combatir contra sus “buenos amigos”.
En 2016 yo era candidata a representante del
Congreso, además de delegada y capitana del caucus por Bernie y contribuí a
crear y gestionar una oficina de campaña en el condado de York, Maine, enseñando
a los trabajadores de la zona a luchar por él en el caucus.
Cuando abandonó en esa ocasión y dio su apoyo
a Hillary, manifesté mi malestar en un mitin y su equipo de seguridad me detuvo
por llevar al cuello un pañuelo verde en apoyo de Jill Stein. Dos policías me
arrastraron literalmente fuera del acto.
Bernie Sanders es la persona a quien más
energía he dedicado y que me ha causado más penas a cambio de pocas
satisfacciones. Nadie me ha demandado tanto y me ha dado tan poco sin llegar a
cumplir sus promesas.
Dijo que continuaría en la lucha. Quiere que
la gente apoye su plataforma y luche por conseguir delegados para él en la
convención. Pero él abandona.
Es un político consumado. Ha decidido
retirarse y salvarse cuando estamos inmersos en medio de una pandemia. ¿Quién
diablos le convenció de que era una buena idea? Podría haberse limitado a mantener
su nombre en las papeletas para que el Partido Demócrata contara con una
alternativa en caso de que Biden no consiga sobrevivir a las acusaciones de
violación y las demandas de liderazgo en medio de una pandemia sin perder su
capacidad mental. Y existe un riesgo real de que esto pase.
Sanders se retiró justo antes de que Biden pudiera
demostrar que tenía la credibilidad suficiente para convertirse en el
candidato del Partido Demócrata. Si hubiera esperado más, Biden lo
habría echado todo a perder, como lo hará, y esto abrirá el camino para que
Trump continúe cuatro años más en la presidencia.
Tú eras la alternativa, Bernie. Presentaste tu
candidatura, hiciste una buena campaña, te merecías seguir hasta el final.
Deberías haber luchado con todas tus fuerzas para conseguir un mejor trato y no
vendernos en el paquete de incentivos. Eso ha sido un desastre. Tus colores
brillantes empiezan a diluirse en la realidad de esta crisis. No pediste
explicaciones ante las acusaciones de violación contra tu “buen amigo”.
Tampoco alzaste la voz para exigir que Julian
Assange fuera tratado con justicia. Dejaste a un lado ese asunto de conciencia.
Perdiste muchas oportunidades para hacer el bien mientras tenías la palabra.
Esto es una diatriba. Otros me seguirán y
dirán otras cosas. Todos estamos bastante furiosos contigo. Dediqué más tiempo
y dinero que la mayoría para ayudarte en tu misión. ¿Por qué no has podido
terminar lo que empezaste? No en el senado, sino en la campaña presidencial a
la que contribuimos económicamente con la esperanza de que nos guiaras.
¿Por qué, por qué, por qué? Me iré a la tumba
preguntándome cómo es posible que volviera a creer en ti, que volvieras a
embaucarme y que todavía quiera ver algo bueno en todo lo que has hecho.
Es hora de recoger y seguir adelante, algo
bastante difícil de hacer cuando estamos todos prisioneros en nuestra propia
casa por causa de un virus. El hombre que podía hablar por nosotros acaba de
recoger su tienda. Ha desaparecido como un ladrón en plena noche. ¡Que tengáis
un buen duelo! Buenas noches y buena suerte.
Notas de traductor:
* Anita Hill es una profesora y abogada
feminista y activista por los derechos humanos que popularizó el término de
“acoso sexual” cuando denunció al candidato al Tribunal Supremo de EE.UU. Clarence
Thomas por haberla acosado sexualmente cuando trabajaba para él. Tara Reade ha
denunciado recientemente a Joe Biden por agresión sexual cuando era su
asistente en el Senado.
** Ralph Nader (activista opuesto a las
grandes corporaciones y a favor del medio ambiente y los derechos del
consumidor) fue candidato presidencial por el Partido Verde en 2000, en la
elección que Bush ganó por escaso margen a Al Gore. Muchos pensaron que, de
haberse retirado de la contienda, Gore podría haber ganado, por lo que
centraron su ira en Nader.
Laurie Dobson es una veterana activista
política y actual delegada en la Convención Demócrata de Sanders en Maine.
Escribe diversos blogs, entre ellos EndUSWars.org y ThisCantBeHappening.net.
El
presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se cite a su
autora, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.
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