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lunes, 27 de abril de 2020

Indeseables indispensables



La historia se repite, una y otra vez, pero no se aprende. En 1939 se dio la última gran deportación de migrantes mexicanos, en ese decenio trágico, y dos años después, en 1942, Estados Unidos volvió a tocar la puerta de México, solicitando braceros para sus campos agrícolas.
En 1954 se realizó la operación Espalda Mojada ( wetback) y deportaron a un millón de braceros mexicanos en situación irregular, pero cuando se acercaba la fecha de la siguiente cosecha, los mismos funcionarios empezaron a solicitar a México mano de obra para realizar los trabajos agrícolas.
Ahora, que se acerca el verano, empieza la gran demanda de mano de obra mexicana y se requiere de alrededor de 300 mil trabajadores legales para la agricultura y los servicios a los que se les otorgan visas denominadas H2A y H2B. El decreto de Trump de limitar la migración legal, se refiere a las visas de residencia y ninguno de estos prospectos de migrantes pensaba ir a trabajar a la agricultura.
De hecho, los trabajadores agrícolas en Estados Unidos deberían ser considerados como calificados  porque muy pocas personas pueden hacer ese tipo de labor y aguantar el ritmo que se impone durante la cosecha. En la recolecta de lechuga, coliflor, brócoli y otros vegetales es la máquina la que impone el ritmo y la velocidad. El producto se corta, embolsa y empaca en medio de los surcos y va directo al supermercado, los campos sonpropiamente fábricas donde se impone un modelo fordista de producción. Ese ritmo de trabajo sólo lo pueden aguantar ciertas personas que están impuestas, como dicen los campesinos mexicanos.
Cuando se suprimió el Programa Bracero, en 1964, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos organizó un programa de incorporación de estudiantes universitarios para que, en el verano, fueran a trabajar en los campos agrícolas y así financiaran parte de su educación. Se escogieron especialmente a los atletas y los que participaban en distintos equipos deportivos y se le dio bombo y platillo al programa denominado American Team. El experimento duró únicamente una semana, la insolación, cansancio y dolores de espalda terminó con los aguerridos güeros que pretendían ser la salvación de su país. Para remate, los jóvenes dijeron que era totalmente injusto otorgar ese magro salario por un trabajo tan pesado y desgastante, aunque al mismo tiempo necesario.
En una ocasión la empresa Driscoll, empacadora trasnacional de berries, me invitó a dar una conferencia sobre el futuro de la mano de obra mexicana para la agricultura. Estaban preocupados por las deportaciones y la amenaza que suponía la creciente animadversión en contra de los braceros mexicanos. Uno de ellos me confesó que, cuando era joven y rebelde, su padre lo puso a trabajar en un campo de fresa y al día siguiente no pudo levantarse. Esa experiencia le hizo cambiar totalmente su percepción sobre la calidad y competencia del trabajador mexicano en este tipo de labores.
Hace una semana, en California, el gobernador Gavin Newsom expidió una orden ejecutiva para permitir que los trabajadores agrícolas puedan movilizarse y trabajar, dado que la agricultura y otras actividades relacionadas se consideran de infraestructura crítica y el trabajador es esencial para el cultivo y procesamiento de productos agrícolas. Atrás quedaron las amenazas de Donald Trump, quien ahora se compromete con los agricultores a facilitarles mano de obra.
En realidad, todos los países ricos requieren de mano de obra migrante para la agricultura. El Reino Unido acaba de implementar un programa de vuelos chárter para traer 70 mil trabajadores temporales de Rumania. La ministra de agricultura de Italia, Teresa Bellanova, propone la legalización de 600 mil trabajadores indocumentados para poder sumarlos al plan de reactivación económica y a la crisis del sector agrícola por la escasez de trabajadores estacionales. Textualmente dijo: es que no queremos ver la realidad, la descubrimos sólo cuando lo irreparable nos obliga.
Las consecuencias de la pandemia en el mercado de trabajo afectarán, sin duda, a los trabajadores migrantes. En la agricultura son necesarios, pero en la hostelería y la restauración dependerán del ritmo de recuperación del turismo y el consumo diario. La construcción, otro gran rubro de contratación de mano de obra, tendrá una lenta recuperación. Cientos de miles de migrantes tendrán que regresar, porque no es posible pagar rentas y servicios sin tener ingresos.
De manera consecuente, las remesas van a bajar sustancialmente, ya vimos la drástica caída que tuvieron con la crisis de 2008. El panorama se complica en todos los frentes porque el petróleo ya no es una fuente de divisas para el país, tampoco el turismo, que ha sido afectado en su línea de flotación, y la inversión extranjera se esfumó en el horizonte.
Para remate, ya no habrá vacaciones en San Benito Juárez, tampoco el día de la Revolución y el de la Constitución, con lo cual el turismo interno perderá sus mejores fines de semana largos.

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