Desde el otro lado
Arturo Balderas Rodríguez
El 9 de diciembre del
año 2000, la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos tomó una
decisión que cambió el rumbo de la nación en los siguientes ocho años:
ordenó que se suspendiera el conteo de votos en el estado de Florida,
iniciado con la intención de definir al ganador de la elección entre
George W. Bush y Al Gore. Con su decisión, de facto, declaró a
Bush como presidente del país. Independientemente del juicio que la
historia haga del gobierno de Bush, la primera víctima de la intromisión
de la Corte en las elecciones fue la democracia de la que los
estadunidenses se sienten tan ufanos.
La semana pasada sucedió algo que pudiera ser sintomático de tiempos
venideros. El gobernador del estado de Wisconsin decidió posponer la
elección que debía celebrarse el martes 9 de abril, tomando en
consideración la dificultad de los electores para votar personalmente
por las condiciones críticas que todos conocemos. Consideró que la mejor
forma de hacerlo era mediante el correo, y para ello amplió el periodo
para votar por ese medio. A contracorriente de la decisión del
gobernador, e ignorando los riesgos para los funcionarios de las
casillas y de los electores, la Corte estatal ordenó seguir adelante con
la votación en el día fijado, y quienes no pudieran hacerlo
personalmente debería depositar su voto en el correo el mismo martes. La
controversia llegó a la Suprema Corte de la Nación. Los cinco de los
magistrados conservadores votaron a favor y los cuatro liberales en
contra, y en consecuencia, la elección se efectúo el martes.
Lo que se deriva de este zipizape es que, de continuar la emergencia
por el Covid-19, será difícil que un gran número de votantes lleguen a
las urnas el próximo noviembre. Al margen de esta coyuntura, la
evidencia histórica es que el liderazgo republicano se ha valido de mil y
una estratagemas para coartar el voto de millones de personas. Su
intención es evitar por todos los medios que haya una gran afluencia de
votantes, pues está probado que los candidatos de ese partido se
benefician cuando hay una baja votación. Por esa razón, una vez más,
tratarán de coartar el voto postal, al margen de que las condiciones no
sean las más propicias para que los electores lo hagan personalmente. La
disputa por el método y los tiempos para votar será farragosa, y como
sucedió en 2000 el litigio podría dirimirse nuevamente en la Suprema
Corte, donde la mayoría conservadora tendrá la última palabra. El
fantasma de 2000 reaparece.
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