Por
Fuentes: Rebelión
En estos días tristes se impone la evidencia de que no estábamos
preparados para lo que ha caído sobre nosotros, pero lo que no es
cierto, por más que se nos predique desde altos púlpitos mediáticos, es
que fuera inevitable no estarlo. La raíz del desastre son las partidas
presupuestarias que van cada año inexorablemente a donde siempre han
ido, con la lógica perversa de la inercia y escasa previsión en lo que
respecta a un bien tan precioso como es la salud. Así se consiguió que
nadie en los círculos de decisión política escuchara las advertencias de
los científicos que hablaban de coronavirus peligrosos, de posibles
epidemias, de la necesidad de tomar precauciones. La dinámica que se
impone es la del mercado, el beneficio a corto plazo… Y entonces viene
un tsunami de realidad y despertamos.
El
despertar no es agradable, lo estamos viendo, y la oscilación fatal
del péndulo hace que pasemos de la postura extrema de no hacer nada
a la no menos extrema militarización del desastre. Decretado el gran
encierro, resultan imprescindibles generales y comisarios de policía
en las ruedas de prensa del gobierno, y una parte esencial de la
lucha contra el virus pasa a ser la persecución de los que violen el
confinamiento. No dudo de la necesidad de medidas de este tipo en la
situación a la que
lamentablemente se ha
llegado, y es de agradecer el apoyo de todos los que trabajan para
que sean más efectivas y arriesgan sus vidas en ello, pero creo que
se ha apostado por un modelo muy extremo sin considerar lo que
significa para las personas que viven en condiciones más precarias,
y que, por poner un ejemplo, podrían haberse concedido a los niños
los mismos derechos que a las mascotas. Se trasmite un sentimiento
desproporcionado de culpabilidad, y al fin tenemos a una nueva
Gestapo en los balcones en el momento en que deberíamos estar
ocupados sobre todo en desentrañar las causas de lo que ocurre para
que no vuelva a repetirse.
Todos
los analistas están de acuerdo en que tras cuatro décadas de
dominio neoliberal en la planificación económica, a partir de esta
crisis asistiremos a un fortalecimiento de los estados, únicos
capaces de hacer frente a los desafíos que se plantean. Con este
escenario tenemos que estar expectantes, porque es seguro que la
lucha por la dignidad y la libertad va a estar sometida a nuevas
tensiones. La militarización del desastre llega para quedarse y es
previsible que no se va a desperdiciar una oportunidad de oro para
implementar medidas de control social. A partir de ahora, es de temer
que con la disculpa de salvaguardar nuestra salud, espiarán nuestros
movimientos y acumularán y no dudarán en utilizar todo tipo de
información sobre hábitos y comportamientos. No habrá más remedio
que estar alerta y esforzarse cada día para desmentir falacias,
descubrir trampas y conjurar amenazas. Y se hace necesario sobre todo
no dejarse atrapar en el falso dilema entre salud y libertad, porque
bien poco vale la primera sin la segunda.
Hay
que decir sin embargo que en esta época marcada por la dictadura
global de las empresas transnacionales, el fortalecimiento de los
estados podría constituir una oportunidad si desde los movimientos
sociales se lograra transmitir la presión suficiente sobre los
gobiernos para abordar las políticas redistributivas y
medioambientales urgentes. No obstante, éstas sólo tendrían
posibilidades de éxito si se produjeran en el marco de una estrecha
colaboración interestatal para controlar y gravar los flujos de
capital y atajar los desmanes de los imperios corporativos.
Demasiadas condiciones y muy difíciles, pero a través de ellas se
perfila una vía para afrontar los desafíos planteados en este
momento.
Blog
del autor: http://www.jesusaller.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario