COVID-19, y la vida cambió
Fuentes: Le Monde Diplomatique
Editorial de Le Monde Diplomatique de abril de 2020
Una vez que esta tragedia haya quedado atrás, ¿todo volverá a ser
como antes? Cada una de las crisis de los últimos treinta años alimentó
la esperanza irracional de una toma de conciencia, un regreso a la
razón, un freno. En el imaginario aparecía, primero, el confinamiento y,
luego, la transformación de una dinámica sociopolítica de la que, al
fin, todos habrían podido ver las limitaciones y peligros (1). Se
suponía que la estampida bursátil de 1987 iba a contener la oleada de
privatizaciones y que las crisis financieras de 1997 y de 2007-2008 iban
a hacer trastabillar la globalización feliz. Pero no fue el caso.
A
su vez, los atentados del 11 de septiembre de 2001 suscitaron
reflexiones críticas sobre el “hubris” estadounidense, así como
afligidos interrogantes del tipo: “¿Por qué nos odian?”. Esto
tampoco duró. Lo cierto es que, incluso cuando el movimiento de las
ideas toma la dirección correcta, nunca resulta suficiente para
poder detener las máquinas infernales. Siempre se necesita de la
participación de los individuos. Y cuando esto sucede, más vale no
depender de los gobernantes responsables de la catástrofe, incluso
si estos pirómanos se ponen melindrosos, hacen los sacrificios
necesarios y afirman haber cambiado. Sobre todo, cuando su propia
vida –al igual que la nuestra– corre peligro.
La
mayoría de nosotros no hemos conocido de manera directa ni la
guerra, ni golpes militares, ni toques de queda. Ahora bien, a
finales de marzo, cerca de tres mil millones de habitantes estaban ya
en cuarentena, muchos de ellos en condiciones extremadamente
difíciles –no son escritores que se dedican a observar las
camelias en flor en sus casas de campo–. Pase lo que pase en las
próximas semanas, la crisis del coronavirus habrá constituido la
primera angustia global de nuestras vidas: eso no se olvida. Los
responsables políticos están obligados a tenerlo en cuenta, al
menos en parte (véase
el artículo de Renaud Lambert y Pierre Rimbert).
En
esta línea, la Unión Europea acaba de anunciar la “suspensión
general” de sus normas presupuestarias, el presidente francés
Emmanuel Macron ha aplazado una reforma de las pensiones que habría
castigado al personal hospitalario y el Congreso de Estados Unidos ha
votado a favor de enviar un cheque de 1.200 dólares a la mayoría de
los estadounidenses. Sin embargo, hace poco más de diez años, los
liberales ya habían aceptado un aumento espectacular de la deuda, un
estímulo presupuestario, la nacionalización de los bancos y el
restablecimiento parcial del control de los capitales para salvar su
sistema en riesgo. Posteriormente, la austeridad les permitió
recuperar lo que habían cedido en ese “sálvese quien pueda”
general. Incluso les dio la posibilidad de realizar algunos
“avances”: los asalariados trabajan más, durante más tiempo y
en condiciones más precarias; por su parte, los “inversores” y
los rentistas pagan menos impuestos. Fueron los griegos quienes
pagaron el precio más alto de este rescate cuando, en sus hospitales
públicos, que se encontraban en una situación económica límite y
con escasez de medicamentos, empezaron a verse enfermedades que se
creían desaparecidas.
Así,
lo que en un principio permite pensar en un inesperado cambio de
dirección podría desembocar en una “estrategia del shock”.
Ya en 2001, una hora después del ataque contra el World Trade
Center, la asesora de un ministro británico envió este mensaje a
los altos funcionarios de su ministerio: “Es un buen día para
hacer resurgir e implementar con disimulo todas las medidas que
tenemos que tomar”. La asesora no estaba pensando necesariamente en
las restricciones continuas a las libertades públicas que serían
aplicadas bajo el pretexto de combatir el terrorismo y menos aún en
la guerra de Irak y los innumerables desastres que esta decisión
angloestadounidense iba a provocar. Pero dos décadas más tarde, no
hay que ser poeta ni profeta para imaginar la “estrategia de shock”
que se delinea.
Toda nuestra socialización corre el riesgo de verse transformada por
la digitalización acelerada de nuestras sociedades, corolario del
“quédate en casa” y el “distanciamiento”. La urgencia sanitaria volverá
aún más imperiosa –o absolutamente caduca– la pregunta acerca de si se
puede seguir viviendo sin Internet (2). En la actualidad, todo el mundo
debe llevar consigo un documento de identidad; no faltará mucho para que
un teléfono móvil no solo sea una herramienta útil, sino un requisito
con fines de control. Además, como las monedas y los billetes
constituyen una fuente potencial de infección, las tarjetas de crédito,
nuevos garantes de la salud pública, permitirán que cada compra sea
identificada, registrada y archivada. “Crédito social” a la china o
“capitalismo de vigilancia”: la regresión histórica del derecho
inalienable a no dejar huella del propio paso cuando no se ha
transgredido ninguna ley se está instalando en nuestras mentes y
nuestras vidas sin toparse con otra reacción más que una estupefacción
de adolescente inmaduro. Coger un tren sin dar a conocer tu estado
civil, usar tu cuenta bancaria en línea sin facilitar tu número de
teléfono móvil y pasear sin ser grabado era prácticamente imposible ya
antes del coronavirus. Con la crisis sanitaria, se ha franqueado un
nuevo límite. En París, hay drones que vigilan las zonas de acceso
prohibido; en Corea del Sur, hay sensores que alertan a las autoridades
cuando la temperatura de un habitante representa un peligro para la
población; en Polonia, los habitantes deben elegir entre instalar una
aplicación de verificación de la cuarentena en su teléfono móvil o
recibir visitas imprevistas de la policía a sus domicilios (3). En
tiempos de catástrofe, este tipo de dispositivos de vigilancia recibe el
apoyo popular; no obstante, siempre sobreviven a las condiciones que
los vieron nacer.
Asimismo, las transformaciones económicas que se perfilan también
consolidan un universo en el que las libertades se restringen. Para
evitar cualquier riesgo de infección, millones de comercios de
restauración, cafés, cines y librerías han cerrado en todo el mundo.
Estos no disponen de servicios de entrega a domicilio ni tienen la
posibilidad de vender contenidos virtuales. Tras la crisis, ¿cuántos
volverán a abrir y en qué condiciones? Por el contrario, los negocios
sonríen a los gigantes de la distribución como Amazon, que se prepara
para crear cientos de miles de empleos de repartidores y operarios de
almacén, o Walmart, que anuncia la contratación de 150.000 “socios”.
Ahora bien, ¿quién conoce mejor que ellos nuestros gustos y
preferencias? En este sentido, la crisis del coronavirus podría
constituir un ensayo general que anticipa la disolución de los últimos
focos de resistencia al capitalismo digital y al advenimiento de una
sociedad sin contacto (4).
A
menos que… A menos que voces, gestos, partidos, pueblos y Estados
alteren ese libreto escrito de antemano. Resulta común escuchar: “La
política no me interesa”. Hasta el día en que uno entiende que
son decisiones políticas las que han obligado a los médicos a tener
que elegir entre qué enfermos van a intentar salvar y cuáles tienen
que sacrificar. Estamos en ese día. Y todo esto resulta aún más
evidente en los países de Europa central, los Balcanes o África,
donde desde hace años ven cómo su personal sanitario emigra hacia
tierras menos amenazadas o empleos mejor remunerados. Esas decisiones
tampoco estaban dictadas por las leyes de la naturaleza. Sin duda,
estos días, lo vemos más claro. El confinamiento es también un
momento en el que cada uno se toma un tiempo y reflexiona…
Con
la intención de actuar. Ahora mismo. Porque, contrariamente a lo que
ha sugerido el presidente francés, ya no se trata de “cuestionar
el modelo de desarrollo vigente en nuestro mundo”. Sabemos cuál es
la respuesta: hay que cambiarlo. Ahora mismo. Y como “dejar nuestra
protección en manos de otros es una locura”, dejemos de someternos
a dependencias estratégicas para preservar un “mercado libre y no
distorsionado”. Aunque Macron ha anunciado “decisiones de
ruptura”, nunca va a tomar las que realmente se necesitan. No solo
la suspensión provisional, sino la denuncia definitiva de los
tratados europeos y los acuerdos de librecambio que sacrificaron las
soberanías nacionales y erigieron a la competencia como valor
absoluto. Ahora mismo.
En
este momento, todo el mundo ya sabe cuál es el coste de confiar a
cadenas de abastecimiento, que se extienden a lo largo y ancho del
mundo y que operan sin stock, el suministro de los millones de
mascarillas sanitarias y productos farmacéuticos que un país en
riesgo necesita para proteger la vida de sus enfermos, de su personal
hospitalario, de quienes reparten la paquetería y de quienes
atienden las cajas de los supermercados. Igualmente, todo el mundo
sabe cuál es el coste para el planeta de las deforestaciones, las
deslocalizaciones, la acumulación de residuos y la movilidad
permanente (cada año, París recibe treinta y ocho millones de
turistas, es decir, más de diecisiete veces su población, y su
Gobierno local se enorgullece de ello…).
Ahora,
el proteccionismo, la ecología, la justicia social y la salud están
vinculados entre sí. Se trata de los elementos clave para una
coalición política anticapitalista lo bastante fuerte como para
exigir, desde ahora, un programa de ruptura.
Notas
(1) Véase “Le naufrage des dogmes libéraux”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 1998; y Frédéric Lordon, “Los diez días que cambiaron Wall Street”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2008.
(2) Véase Julien Brygo, “¿Se puede vivir aún sin Internet?”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2019.
(3) Véase Samuel Kahn, “Les Polonais en quarantaine doivent se prendre en selfie pour prouver qu’ils sont chez eux”, Le Figaro, París, 24 de marzo de 2020.
(4) Craig Timberg, Drew Harwell, Laura Reiley y Abha Bhattarai, “The new coronavirus economy: A gigantic experiment reshaping how we work and live”, The Washington Post, 22 de marzo de 2020. Véase también Eric Klinenberg, “Facebook contra los espacios públicos”, Le Monde diplomatique en español, abril de 2019.
Fuente:
https://mondiplo.com/ahora-mismo
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