Fuentes: Rebelión
Las páginas deportivas de los diarios son redundantes. El
fútbol perdió por goleada este periodo, no sé si en primero, segundo o
en sobretiempo. Ganó la política. El COVID-19 fija las coordenadas:
bioquímica y política. ¿Volverá el fútbol a ser aquello que fue?
«La compasión no resucita al fallecido que es trasladado al cementerio»[2].
Proverbio yorùbá
Téte re gú meye mó fé kuan babamí oké [3] (I)
Fue al sexto fin de semana que descubrimos que estábamos
sobreviviendo al Covid-19 y a los fines de semana sin fútbol. La
metrología siniestra tiene dos vertientes de preocupación: la cantidad
de infectados y los fallecidos. Es el mismo día de ayer solo que con
noticias más malas o igual de malas. Según el país de América o la
provincia del Ecuador. No hubo consciencia de aquello que iba ocurrir
con la corriente futbolística en los espacios de nuestra cotidianidad.
Mientras ocurrían aquellas tragedias en Guayaquil las dudas se
convirtieron en lujos canallas y poco después se decretaría el encierro
sin fútbol en ningún horario. Por esta vez no aceptamos recalentados
de otros días mejores. Aquellos partidos de esas jornadas tienen el
desinterés como si ahora fueran algo extraño. Fastidia la incertidumbre.
Al friccionar ganas y preocupación aumenta el coeficiente del
desasosiego. Gana el aborrecimiento como pésimo árbitro sin VAR:
inutilidad del espectáculo balompédico, encabronan los debates de los foxies
[4] y todas las noticias futboleras resbalan. Estamos vacunados contra
el fútbol y no contra el Covid-19. Qué paradoja. El virus desarmó
pasiones en un tiempo básico, cambió conversaciones con abundancia de
pesimismo y dejó al garete el interés por las estrellas del balompié. La
sensación viral estableció el catenaccio a las prodigiosas
ánimas más futboleras, las nuestras, las del barrio de siempre, con sus
obreros sindicalizados y sus universitarios millennials.
La ciudad, la mía, y las del mundo tercero están vaciadas de gente.
Estas ciudades dan la extraña sensación de un estadio infinito sin
público, sin pantallas LED y sin los inventos novelescos de aquellos
futbolistas que compiten con el Che en variedad posters. Es la
desolación sin el golpe de balón en el pavimento, hay sonidos, pero son
las pisadas apresuradas por el ‘toque de queda’ y el peligro de
contactos fatales. El mundo sin fútbol es otra cosa y hasta el
periodismo busca y no encuentra qué decir a quienes, poco o nada,
quieren escuchar. Las páginas deportivas de los diarios son redundantes y
aquello que fue ya no lo es: la mejor parte del periódico para la
mayoría de lectores. El fútbol perdió por goleada este periodo, no sé si
primero, segundo o es sobretiempo. Ganó la política. El Covid-19 fija
las coordenadas: bioquímica y política. Y la política se adueña de las
conversas. No porque mejoraran la clase legisladora y gobernante ni
porque se haya entendido que la política es oficio del común. Esa
devolución a las maromas del poder es causada por el bichito invisible,
el de los pinchos de corona según la indiscreción de los microscopios.
Son esos triunfos indeseables.
Téte
re gú meye mó fé kuan babamí oké (II)
Las canchas y las calles reconvertidas en eso mismo están sin
futbolistas y sin foros de críticos y presuntos directores técnicos. Así
se quisiera, las mascarillas impiden la conversa, aunque ese estorbo no
impediría las ganas de desmerecer un triunfo o abochornar por una
derrota. Es asombroso, por estas semanas no existen los equipos más
populares del país y de otros países, al menos en las discusiones para
fastidiar amistades, el punto es la actuación política de las
autoridades. La crisis recarga de angustia, abundan las preocupaciones,
no hay humor para charlar de lo más importante entre lo que menos
importa. El humor, el nuestro de cada día, tiene sabor a vinagre, y el
fútbol es humor total: risa o rosa con espinas. Nunca como por estos
días el humor es malo, de mala calidad; se acabaron las carcajadas.
Malhumor colectivo y gelatinoso. No se lava con agua ni se elimina con
filmes, así sean clásicos del cine mundial. Nos faltan esos otros
clásicos del engramado, de titulares gigantescos. Mucha gente futbolera
ve al balón con unos amenazadores bastoncitos de grasa. El Covid-19 es
esférico y sus goles son fatales para la humanidad.
¿Es inútil todo aquello que se escribió y se comentó sobre el fútbol?
¿Volverá el fútbol a ser aquello que fue en importancia? Algo deberá
ocurrir: el retorno del fútbol como simple deporte y espectáculo tiznado
de barrio. (Y mucho después como negocio). Muchísimo después el fútbol
tendrá esa anarquía sencilla de la sociedad socialmente activa. Esa es
la tusa futbolera de estos fines de semana muertos. La babilonia (La Nación Rasta dixit)
del fútbol se encontró que no es la ‘mano invisible’ del mercado
aquella que reprogramó la economía del fútbol sino un bicho salido de no
sé dónde. Las absurdas cantidades de dinero de transferencias y sueldos
son arena de cualquier costal y no han compuesto los fines de semana de
ningún país del mundo. De qué manera se llegó al final de este
impensado capítulo. Ahora conocemos el valor real del fútbol, cuánto
perdió de mágico y el agotamiento de los mares de baba de las cadenas de
televisión. Nunca quisieron que tuviera sustancia política, pero el
bicho sin proponérselo lo contagió de esa necesidad de que no sea algo
distante de las comunidades urbanas y rurales. O sea retorno a la
política.
El fútbol, negocio y entusiasmo, podría haber causado la difusión
veloz del virus en Italia. El Atalanta contra el Valencia (España), en
el San Siro, en la ciudad de Milán, decenas de miles de fervorosos
futboleros adquirieron y difundieron el bicho. La tragedia no esperó fin
de semana. La plusvalía del balompié para algunos y pasión como capital
de aprecio a la camiseta es de muchos. Algo parecido ocurriría por el
partido, en Guayaquil, Ecuador, entre el Barcelona y el Independiente
del Valle, por Copa Libertadores. Allá y acá, el hooligan microscópico nos tiene encerrados y respirando con sospechas en espacios públicos.
Ahora mismo el fútbol es una pasión inútil. Estamos en el palco de mejor visión y concluimos, vaya usted a saber si a priori,
que el fútbol ya es antología cultural inservible. En efecto, ahora
poco sirve para recolectar necesarios fondos de contingencia con un
partido jugado por las leyendas nacionales, porque no entretendría y
porque se le descubriría el peor truco publicitario y se ignorarían
razones solidarias. Quizás falla el teorema de las sospechosas bondades
de los jerarcas del fútbol. O se quiebra la dhamira [5] del
peloteo en las tardes polvorientas de los pueblos olvidados del Tercer
Mundo. Fastidia admitirlo: hemos perdido el peso específico ético que
nos daba pretextos para no perder la confianza en el fútbol ideal,
partido a partido. En estas tardes sin fútbol nos falta ese chininín de
humanidad corriendo física y visualmente con el balón. Al final los
goles se convierten en harto dinero. Bastante para menospreciar a los
Estados. Manda la ganancia absoluta al gusto de la tribu mundial
neoliberal. Nunca el fútbol fue un deporte de maleantes, aunque a
ciertos zagueros muy bien se los podría titular de tales, se ennoblecía
porque con sus hazañas cancheras nos motivaban a convencernos de la
posibilidad de ganar con ciertas pulgadas de honestidad. Un día como
estos, pesados por la amenaza, comprendemos que ya no importa el mínimo
ético, lo válido es ganar como sea. Y eso es ahora mismo.
“Este paraíso reservado a pocos” [6]
Un lustro gritando ‘¡sí se puede!’ Las dudas de estos fines de semana
sin futbolización son las cargas muertas de la fatalidad. Se siente
fuerte y doloroso, en Guayaquil, con los testimonios captados por Silvia
Arana. Cierto fue, cuando la selección de fútbol de nuestro país
clasificó al mundial de Japón/Corea-2002, subió la métrica de la
autosatisfacción. Al otro día, el Ecuador ya era una potencia de fútbol,
ese sentimiento generalizado corresponde a la corta alegría en casa de
pobre. O de proletario empobrecido, qué más da. Los humildes con sus
espléndidos orgullos viven por allá, por los guasmos* tercermundistas y santifican sus altares con estampitas del joven Jesús
y un probable afiche de Antonio Valencia, Leo Messi o Didier Drogba. La
fe cotidiana tiene los zapatos rotos y labia desesperada de lo que se
disfraza, en la sociología de las carencias, como autoempleo.
Empleo autónomo en su empresa nómada, de a pie. Las mañanas sin demandas
del producto de sus conocimientos se engañan con gambetas retenidas en
la memoria hasta el lunes o el martes. Miércoles descansa el músculo
para comenzar el jueves y el viernes. El fútbol es una corriente de
recuerdos que no disipa el último grito de El Manifiesto: ¡futboleros de
todos los guasmos uníos! El fútbol afina la bronca de los humildes, porque de ellos es el paraíso de las complacencias.
Y de repente se cancelan los fines de semana del fútbol en el umbral
de las definiciones y las expectativas de los inicios. Justamente ahora
cuando los pronósticos de los economistas son funestos. Qué más da,
habrá que conversar sobre “este paraíso reservado a pocos”. Es un deseo
contagioso y tiene la crueldad de lo evidente, de la realidad despiadada
y el envenenamiento de los bolsillos comunitarios. Algo volverá, quiero
que sea mejor que lo vivido. La solidaridad volverá a su estado más
puro, anterior a los pastores diezmeros y las súplicas inútiles a santos
blanquitos. La solidaridad quedará como mutación del virus maligno.
Hasta en el fútbol deberán buscar alguna austeridad más social. Las
dudas están alertas.
¿Fue en los años 90 del siglo XX cuando el fútbol se volvió el campo
de pruebas perfecto del neoliberalismo? La FIFA no soporta a los Estados
e inventó unos códigos que vuelven los estadios templos de celosos
dioses privatizadores. Es una de las pocas privatizaciones que no se
discute, derecha e izquierda hicieron tablas. En este ajedrez de control
de masas gana quien mejor venda no el concepto de libertad sino la
capacidad de continuar el lunes, el martes y quizás hasta el miércoles
el drama de una quimba en un estadio europeo o latinoamericano. Ahora
emocionarse cuesta, se cumplió el sueño de vender hasta las ganas de
gamberrear sin perjuicios en las tribunas. El sillón de las tardes de
fútbol ya nos mortifica con vainas freudianas, marxistas, antropológicas
y al final deportivas. Culpable: el Covid-19.
¿Después de la pandemia nada será igual?
El carrusel de logos repiten esa frase: después del Covid-19
nada será igual. No hace falta el tuntuneo de los tambores batá para
confirmar que es la inercia oral de la fe mala y empeorando según el
escenario deseado. Más o menos capitalismo radical. ¿Todo será distinto
en política? ¿Y qué ocurrirá con el fútbol? No hacen falta los coloquios
de Madam Kalalú y sus naipes proféticos ni los ejercicios
adivinatorios de las congregaciones de analistas futboleros. No hay
revoluciones en ciernes ni siquiera en el fútbol de los estadios. No
volverán las almas prodigiosas de las canchitas barriales o el fútbol de
potrero romanticón y de gladiadores sin enemistad y sin sangre. Ya no
volverá, el extractivismo de las emociones comunes que se cotizan en las
bolsas de valores. Amén.
El fútbol deseado no se perdió en estos fines de semana, qué va, se
perdió cuando el breve injerto neoliberal mutó en sustrato. Ya no
cambiará y mejor lo explica el Canto Tercero de la Divina Comedia: “Por
mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se
va hacia la raza condenada; la justicia animó a mi sublime arquitecto;
[…] Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo
duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!” Lo contrario de la esperanza, en el fútbol, no es la desesperanza es la carencia de realismo mágico o real maravilloso,
según gustos literarios y percepción futbolera. O quizás si hay
esperanza en fútbol de las playas, de las canchas de tierra batida, de
las calles cerradas o del amateurismo más cimarrón. El fútbol-guaguancó,
el fútbol-currulao o el fútbol-jam-session con esos ritmos, con esos misterios y con esas alegrías, ¿volverá después del Covid-19? Dudas. Errare humanum est [7]. La melodía de las cajas registradoras es la favorita del ultra extractivismo emocional del fútbol.
Notas:
[1] La palabra catenaccio significa «candado» en italiano.
[2] Ibanujẹ ko tun ṣe atunbi ẹni ti o ku si ibi-isinku.
[3] “Cuando la candela se levanta solo el agua la apaga”, proverbio de los santeros afrocubanos.
[4] De la cadena de televisión Fox Sports.
[5] Convicción en swahili.
[6] Fue cuando nos dijeron/ que este era el paraíso reservado para cuando/ las lluvias agotaran al cielo, poema Los años verdes, de Antonio Preciado, del libro De sol a sol, Editorial LIBRESA, Quito-Ecuador, 1998, p. 209.
[7] Errar es humano, en latín.
Nota de Rebelión: *El Guasmo es un barrio popular, con más de 500.000
habitantes, donde reside una buena parte de los trabajadores de la
economía «informal» de Guayaquil.
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