A
finales de la década de los 90 tuve la oportunidad de conocer con
cierta profundidad el proceso de Primavera del Ixcán, síntesis de las
comunidades de población en resistencia. Insertos en una microrregión de
asentamiento q’eqchi’, los integrantes de esta comunidad,
pertenecientes a por lo menos diez orígenes culturales, solían hacer una
diferenciación sencilla pero sustancial entre su comunidad y las otras a
las cuales llamaban aldeas: «Nosotros somos comunidad porque estamos
organizados. Las aldeas no».
Es claro que las aldeas
q’eqchi’ poseían su forma particular de organización. Sin embargo, el
énfasis de Primavera del Ixcán en cuanto a su autoidentificación se
fundamentaba en la intensiva incorporación de familias, hombres,
mujeres, jóvenes y niños al proceso organizativo y en la búsqueda de
objetivos colectivos. En primer lugar, porque mantenían –y mantienen—
una dinámica asamblearia constante, en la cual se toman las decisiones
fundamentales. En segundo lugar, porque eligen dos órganos de dirección:
el Comité Ejecutivo de Primavera del Ixcán (CEPI), dirigencia política
encargada de velar por el seguimiento integral del proyecto comunitario,
y la junta directiva de su cooperativa, encargada de impulsar el
proyecto económico colectivo.
En esa dinámica, todas las
familias poseían una parcela familiar y un lote de vivienda y todos los
hombres participaban en los procesos productivos comunitarios que
ocupaban una parte considerable de la tierra compartida. Todas y todos
cumplían con sus tareas llamadas «trabajo colectivo» y participaban en
distintos tipos de organizaciones sectoriales (de mujeres, de jóvenes,
de educación, de salud, de trabajo pastoral), de tal manera que se
trabajaba para atender la integralidad de los problemas y de las
necesidades compartidas.
Se trae a colación a Primavera
del Ixcán en este momento en que nos afecta la pandemia por covid-19, en
torno a la cual el Estado presenta un sistema de salud raquítico
producto de décadas de privatización y de saqueo neoliberal y de la
crisis económica y social, que se agudizará en la medida en que dicho
problema crezca y se extienda territorialmente. Eso implica la necesidad
de articular opciones desde cada territorio y comunidad con el objeto
de crear mejores condiciones para resistir el impacto del coronavirus.
Experiencias
comunitarias y territoriales como la de Primavera del Ixcán y la de
muchas otras con posibilidades de atender el interés comunitario y
colectivo resultan relevantes para emprender acciones que atiendan la
complejidad del problema. En ese sentido, las comunidades acumulan
múltiples y enriquecedores saberes y prácticas como a) formas de
autogobierno y de organización para atender necesidades e implementar
proyectos de interés común; b) sistemas de salud comunitarios que
incluyen asociaciones, comités y terapeutas diversos, además de formas
de vigilancia sanitaria, conocimientos y uso de recursos medicinales de
origen natural y aplicación de distintas terapias para atender problemas
sanitarios, y c) formas de producción colectivas o cooperativas, con
importantes acumulados en materia de preservación de la biodiversidad y
avances en agroecología y soberanía alimentaria.
Lo
anterior no significa idealizar a la comunidad, la cual, como toda forma
de organización social, experimenta prácticas contradictorias e incluso
antagónicas en sus relaciones y dinámicas. Lo que se pretende es
recuperar sus ricas experiencias y capacidades para afrontar los
impactos de la pandemia considerando que esta requiere abordajes
sanitarios, pero también sociales, económicos y culturales, en un
contexto donde la crisis socioeconómica se agudizará y la capacidad y el
desempeño del Estado resultarán débiles u orientados a otros fines. Y
es que solo en perspectiva y con base en la organización comunitaria
será posible afianzar el interés común en esos ámbitos de
relacionamiento social, indispensables, además, para atender casos de
familias, discapacitados, mujeres embarazadas, niños y adultos mayores
cuya atención exige corresponsabilidad, colaboración y solidaridad.
De
forma complementaria, la comunidad tiene relaciones con otras
comunidades, organizaciones, brigadas médicas y movimientos sociales,
con los cuales pueden potenciarse el conocimiento, la experiencia y la
atención sanitaria, así como el trabajo productivo, el intercambio
comercial, etc. Asimismo, se relaciona con gobiernos municipales e
instituciones estatales vinculadas a la problemática, con las cuales
será necesario establecer y afianzar coordinaciones territoriales, al
igual que requerirles garantía de derechos (a la salud, al agua, a la
vida), medicamentos, recursos e insumos para enfrentar la pandemia y
apoyos económicos y asistencia social para atender los efectos
adicionales de la crisis.
https://www.alainet.org/es/articulo/206038
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