Gianni Proiettis*
La Jornada
Si se adoptara un punto
de vista maniqueo al mirar la actualidad peruana, se observaría que las
fuerzas del mal –encarnadas en el fujimorismo, sus diferentes aliados y
todos los conglomerados que consideran la corrupción un motor de la
economía, algo que defender por intereses propios– están empeñadas en un
agresivo contraataque, muy parecido al de la rata, acorralada en un
rincón y en lucha para su sobrevivencia.
En vísperas de las elecciones del próximo domingo, cuando se relegirá
un Congreso unicameral de 130 diputados disuelto constitucionalmente
por el presidente Martín Vizcarra el 30 de septiembre pasado, el estado
de ánimo que prevalece en la sociedad peruana –la misma que aplaudió en
su gran mayoría la clausura del Congreso, paralizado por los
fujimoristas– es de disgusto y desinterés.
Un simulacro de votación nacional, realizado por la encuestadora
Ipsos hace una semana, ha revelado que 43.1 por ciento del electorado
votaría en blanco o viciado, sin contar el abstencionismo. Estas
elecciones, cuya campaña ha sido tremendamente deslucida, constituirán,
de paso, una encuesta adelantada sobre las próximas elecciones generales
–para el Poder Legislativo y el presidente a la vez– de 2021, año del
bicentenario de la independencia del Perú. De hecho, el Parlamento que
se elige el domingo 26 de enero tendrá la misma duración de lo que queda
del actual mandato presidencial, o sea un año y medio.
Con los últimos cinco presidentes atrapados en las redes de la
justicia por haberse llenado los bolsos sin escrúpulos –y Odebrecht es
sólo la punta de un iceberg inmenso– la sociedad ya no se
siente indulgente hacia la corrupción como antaño y respalda la lucha
contra este cáncer, impulsada con decisión por el presidente Vizcarra.
Estoy hablando de la sociedad civil, pero no se puede soslayar la
existencia de una
sociedad incivil, que engorda o simplemente subsiste gracias a la corrupción, hasta ahora representada eficazmente por el fujimorismo y su partido, Fuerza Popular.
Al ufanarse de gobernar desde el Congreso, y de hecho paralizando o
torciendo con arrogancia la actividad legislativa por más de tres años,
el partido de Keiko Fujimori ha acabado por provocar su propio derrumbe.
Con un patriarca encarcelado por asesino y ladrón, un heredero –Kenji–
expulsado del Congreso por la propia hermana, y la misma Keiko a un paso
de reingresar a la cárcel por lavado de dinero y obstrucción a la
justicia, uno podría ilusionarse –ingenuamente– que el fujimorismo tiene
las horas contadas. Sin embargo, considerando que el fujimorismo no es
ninguna teoría, sino la práctica de adueñarse del poder para saquear a
placer los recursos del Estado y los bienes de la sociedad, favoreciendo
un restringido círculo y vastas clientelas, falta reconocer que su
capacidad de sobrevivencia supera –con de mucho– la suerte de un
partido. Basta con ver cómo, en la presente campaña electoral, muchos ex
congresistas de Fuerza Popular, conscientes del actual rechazo a su
partido, se han candidateado bajo las siglas de otras agrupaciones.
Frente a casi 25 millones de electores, son 21 los partidos que se
presentan en estas elecciones extraordinarias, pero se prevé que sólo
cinco superarán la valla de 5 por ciento, indispensable hasta hoy para
conservar el registro. En realidad, una decisión de última hora del
Jurado Nacional de Elecciones ha alterado esta medida y no se cancelará
ningún registro. Hay quien reclama que este cambio de reglas es un favor
explícito al Apra, el partido en vía de extinción del suicida Alan
García. Concretamente, es una medida que dejará con vida una miríada de
partiditos, definidos irónicamente
vientres de alquilerpor su tremendo pragmatismo y su total ausencia de ideología. Bien podrían ser la concretización del chiste de Groucho Marx:
Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros.
De la izquierda, da pena hablar. Mientras en las elecciones
presidenciales del 2016 obtuvo un excelente resultado, llegando casi al
segundo turno con Verónika Mendoza y ganando 20 curules en el Congreso,
empezó a fragmentarse inmediatamente después y se presenta hoy en día en
tres formaciones, de las cuales sólo una –paradójicamente denominada
Frente Amplio, del ambicioso Marco Arana–- tiene posibilidad de superar
la ya simbólica valla.
Un ejemplo pintoresco de transfuguismo fujimorista, y al mismo tiempo
del nivel mental de sus adeptos, lo ofrece la ine-fable Rosa Bartra, ex
portavoz de Fuerza Popular que hoy se presenta como cabeza de lista del
partido Solidaridad Nacional, fundado y dirigido por el ex alcalde de
Lima, Luis Castañeda, embarrado hasta el cuello en los sobornos de
Odebrecht. Las declaraciones en campaña de la señora Bartra, quien a
pesar de su enorme impopularidad será nuevamente elegida congresista
gracias al vientre que la hospeda, han denunciado a gritos que la actual
política del sistema escolar peruano es la de
homosexualizara los niños y
enseñar a las niñas a masturbarse con tornillos y navajas. ¡En serio!
* Periodista italiano
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