Érase una vez, un país vilipendiado y empobrecido
(por casi dos siglos de República fallida), que por obra/sacrificio casi
“milagroso” de sus prominentes movimientos sociales recobró su
dignidad, y comenzó a crecer económicamente por encima del 4% anual
(cuando sus vecinos apenas alcanzan el 2% promedio) por más de una
década continua.
Consiguió una inédita estabilidad política. Llegó
a ser reconocido y estudiado como un fenómeno o milagro económico
regional. Mientras en el mundo, millones de la clase media caían en la
pobreza, en esa misma época, cerca de 3 millones de bolivianos dejaban
de ser pobres… El país dejó de ser habitado por analfabetos y
pordioseros…
Por sus prominentes obras materiales y simbólicas, el
país se convirtió en un envidiable modelo de “desarrollo con inclusión”
para la región y el mundo.
Pero, cuatro jinetes del “Apocalipsis
boliviano” (Camacho, Mesa, Albarracín y Pumari), montados en una
juventud ingenua y tradicional clase media golosa, lograron materializar
el Golpe cívico-cristiano-militar contra aquel envidiable proceso
boliviano, y en cuestión de meses convirtieron a Bolivia en un país de
la vergüenza.
Convencieron a la gran mayoría de los bolivianos,
desde las redes sociales y medios corporativos, que “Evo Morales buscaba
eternizarse en el poder mediante un fraude electoral…” “Que Dios les
había enviado a ellos para derrocar a Morales y restaurar la democracia y
la República boliviana”…
Consumaron el Golpe de Estado,
instauraron un gobierno de facto que denominaron de “transición” para
que “convoque a elecciones generales, libre y transparentes”.
Encarcelaron a los principales magistrados del Órgano Electoral anterior
sin mostrar prueba alguna del supuesto fraude electoral. Pero, una vez
que conformaron el nuevo Órgano Electoral, presidido nada menos que por
el delegado de confianza designado por Jeanine Áñez, ésta oficialmente
se autoproclamó Presidenta y candidata presidencial para las próximas
elecciones generales del 3 de mayo.
Humillaron internacionalmente a
Bolivia con el Golpe de Estado. Masacraron a 36 indígenas que resistían
al Golpe acusándolos de terroristas (sin prueba alguna). Persiguen y
criminalizan a centenares de dirigentes sociales y/o del Movimiento Al
Socialismo (MAS). Cerraron cerca de 60 radioemisoras comunitarias
(acusándolos de sedición). Pusieron a sus familiares y amigos en puestos
claves del Estado y en las empresas públicas. Cortaron las subvenciones
estatales asignados a los sectores marginados. ¡Todo en nombre de la
“restauración de la democracia”!. Lo más vergonzoso, intelectuales,
escritores, académicos, aún dicen que: ¡En Bolivia no hubo Golpe de
Estado!
Luis Camacho confesó que fue su padre quien negoció con la
Policía y el Ejército para derrocar a Evo Morales. Dos ex presidentes
del país sostienen: “ahora, que la Presidenta transitoria oficializó su
candidatura a la presidencia para el próximo 3 de mayo, ya nadie nos
creerá en el mundo que en Bolivia no hubo Golpe de Estado”.
En
este contexto, más allá de la contienda por el relato sobre los sucesos
del 10N reciente, Bolivia vive una zozobra política similar a lo
ocurrido a inicios del presente siglo. Esta vez, ocasionada por la
reyerta inescrupulosa entre los golpistas en función de gobierno de
facto que mantienen a bolivianos con el “Jesús en la boca”. Quizás la
diferencia sea que, ahora, existe una estructura sociopolítica
(MAS-IPSP) que frena o contiene la bronca social con la promesa de
“vamos a derrotarlos nuevamente en las urnas”, y así evitar la
convulsión social para sacudirse del Golpe.
Nadie sabe a ciencia
cierta cuál será el destino de la Bolivia promisoria de tiempos
recientes. Lo único cierto es que la usurpadora no abandonará fácilmente
el poder, ni a las buenas, ni por las urnas. Mucho menos, ahora, que
Ella, mediante su magistrado designado (Salvador Romero, Presidente del
Órgano Electoral) controla todo el Órgano Electoral Plurinacional de
Bolivia.
Recuerde que Ella tomó la “banda presidencial” de la mano
del jefe de las Fuerzas Armadas para completar el período
constitucional. Dicho período concluyó el 22 de enero pasado. Pero, la
autoproclamada, lejos de acelerar su salida del poder, se “atornilla” en
la silla presidencial. Y para “encarar su campaña electoral” reorganiza
a todo su gabinete ministerial para convertirlo en su equipo de campaña
con dinero público.
Los jinetes del “Apocalipsis boliviano”,
ahora, excluidos por la usurpadora en ejercicio, no tienen muchas
opciones: o se juntan, o persisten en sus desgastadas candidaturas
presidenciales por separado, o abandonan el proceso electoral…
Lamentablemente, la oportunidad del MAS sigue siendo la debilidad de los
golpistas…
Ollantay Itzamná
Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos
@JubenalQ
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