Ayer Donald Trump se dirigió a los inversionistas reunidos en Davos para decirles que no hicieran caso del
alarmismode los ambientalistas:
Este no es tiempo para el pesimismo, sino para el optimismo. Eso dijo y luego acusó a quienes nos movilizamos para frenar y revertir el cambio climático de ser profetas del mal, predicadores del apocalipsis, en tanto que él ha presidido a unos Estados Unidos que están gozando de un auge económico
mayor que ninguno que haya atestiguado el mundo. El presidente de Estados Unidos equipara la mentira con el
optimismo, mientras disminuye la verdad científica hasta confundirla con otra actitud subjetiva, pero inversa,
el pesimismo. ¿De qué se trata en realidad toda esta verborrea? Veamos.
Primero, es falso que el crecimiento de Estados Unidos sea el mayor
que se haya visto nunca. El año pasado, la economía estadunidense creció
cerca de 3 por ciento, mientras China, que se ha venido desacelerando
año con año, de todas maneras creció arriba de 6 por ciento. El
crecimiento de la economía estadunidense bajo Trump, aunque alto, no
consigue marcar un récord ni siquiera para la historia económica
reciente de ese país, que creció a más de 7 por ciento en 1984, y a casi
el 5 en 1999. Y eso sin empezar a compararlo a las altísimas tasas de
crecimiento que hubo en toda América hacia fines del siglo XIX, cuando
hasta economías como la mexicana crecían a más de 6 por ciento.
Todo esto lo conocen perfectamente los millonarios de Davos. Ellos ya
saben que la economía estadunidense crece, pero que su crecimiento no
es ni con mucho el mayor del mundo. Los grandes ricos también saben que
el cambio climático es real, y que está siendo causado por las emisiones
de carbono. Lo saben porque, a diferencia del vulgo, todos y cada uno
de ellos invierte un montón de dinero en investigación científica para
resolver problemas técnicos, identificar oportunidades para la inversión
y guiar sus decisiones ejecutivas. Los grandes inversionistas no
confunden un resultado científico ni con el pesimismo ni tampoco con el
optimismo; saben que un análisis científico no tiene nada que ver con la
actitud subjetiva de nadie. Un resultado científico siempre será bueno
para una persona y malo para otra, y conocer ese resultado producirá
optimismo en unos y pesimismo en otros.
El cambio climático, por ejemplo, no está afectando a todos parejo.
Habrá quien se beneficie también de él, del mismo modo en que hubo quien
ganara mucho dinero durante la Primera Guerra Mundial o en la Segunda, o
en Vietnam, o durante la Revolución Mexicana... El calentamiento global
será un gran desastre para la mayoría de la humanidad y para las
generaciones del futuro, pero a corto plazo habrá también quien salga
ganón de aquello. Y esos, los ganones, son a quienes Trump dignifica con
el calificativo de
optimistas. Los demás somos los
pesimistas.
Así, la retórica de Trump colapsa lo real con lo subjetivo, pero no
lo hace para ignorar o abolir la realidad, sino para emprender algunas
acciones concretas y para evitar que se emprendan otras. Si no fuera así
–si a Trump no le interesara la realidad– ¿para qué ir a hablar a
Davos? Podría mejor encerrarse en su hotel de Mar-a-Lago a jugar golf, y
dejar mejor que el mundo siga su curso, a fin que es optimista. Pero no
lo hace, porque Trump quiere evitar que la economía mundial se
comprometa con una agenda ambientalista, y que sigamos en un esquema
energético de consumo de carbonos y de irresponsabilidad ambiental. Y
quiere todo esto no porque el sea
optimista, sino porque él está entre los empresarios que se beneficiarán, a corto plazo, al menos, justamente de esas políticas.
El tema subjetivo, el del
optimismoversus el
pesimismo, tiene en el discurso de Trump una doble función: permite que quienes apoyen su agenda de depredación del medio ambiente se autojustifiquen, llamándoles
optimistasen lugar de
ecocidas, que es lo que son en realidad; y sirve también de arma ofensiva, para retratar a líderes como Greta Thunberg como criaturas agrias, que salen a protestar en lugar de estarse viendo la tele, o de dedicarse a pedirle a sus papás que le compren unos tenis último modelo. ¡Que los
pesimistasle dejen el mundo a los
optimistas, para que lo destruyan en paz!
Pero la realidad no es ni
optimistani
pesimista. Y la ciencia tampoco es pesimista u optimista. En cambio, la acción política sí beneficia a unos y perjudica a otros. Cuando Donald Trump dice que
es tiempo de optimismo, lo que quiere decir que es tiempo de sumarse al proyecto económico que él está abanderando. Y ofrece a quienes lo apoyen un traje bonito, el del
optimista, para que con él se defiendan del crimen que están perpetrando en contra de la humanidad.
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