Si 2020 empezó con
el mandatario brasileño Jair Bolsonaro respaldando el asesinato del
general iraní Quasem Soleimani por órdenes directas del presidente
estadunidense, Donald Trump, lo que siguió confirma algo que desde que
el ultraderechista asumió la presidencia se hizo inmutable: su
personalidad, en la cual destaca un permanente desequilibrio con
actitudes de sus ministros que impulsan una rutina de desastres y
ridiculeces.
El sector considerado ‘ideológico’ del gobierno –todos seguidores
estrictos del astrólogo que se autonombró ‘filósofo’, Olavo de Carvalho,
gurú del clan presidencial– sufrió una pérdida importante, es verdad,
pero sigue ocupando, con exuberante capacidad de producir disparates,
ministerios de importancia fundamental para los proyectos del
ultraderechista tosco que nos preside: Medioambiente, Educación y
Relaciones Exteriores.
La pérdida se dio en un campo específico de la saña presidencial, el de las artes y la cultura.
En su primer día como mandatario, Bolsonaro extinguió el antiguo
ministerio y creó la ‘Secretaría Especial’, con rango inferior. Pasó a
defender el retorno de la censura, declaró guerra al cine y pidió un
arte ‘acorde con los principios cristianos y de la familia brasileña’.
Pues su hasta ahora titular, el director de teatro Roberto Alvim, fue
literalmente expulsado del puesto pocas horas después de, en la noche
del jueves 18, haber sido fuertemente elogiado por el propio Bolsonaro.
El motivo: luego del encuentro con el presidente, Alvim anunció, vía
Internet, su nuevo programa de incentivos a las artes, con un texto que
contenía copiados varios fragmentos de un discurso de Joseph Goebbels,
el ministro de Propaganda de Adolfo Hitler. Advertido, dijo tratarse de
una ‘coincidencia de retórica’, para luego aclarar que suscribía cada
palabra robada al alemán.
Por primera vez un funcionario del gobierno de Bolsonaro asumió su plena coincidencia con uno de los ideólogos del nazismo.
Bolsonaro decidió separarlo del cargo luego recibir una muy furiosa llamada del embajador de Israel en Brasil.
Al mismo tiempo, otra bomba: la fiscalía nacional pidió la suspensión
de los resultados del examen de ingreso en universidades públicas,
creado en tiempos del PT de Lula da Silva.
La razón: errores en la concesión de notas a los estudiantes.
El ministro de Educación, Abraham Weintraub, otro discípulo del
astrólogo-gurú, es una máquina de disparar groserías, comete equívocos
primarios de ortografía cuando escribe y de concordancia verbal cuando
habla. Sin embargo, sigue contando con total respaldo de Bolsonaro, por
su fidelidad absoluta a la misión de erradicar el ‘marxismo cultural’ de
la enseñanza pública.
¿Más desastres en el primer mes de 2020? Pues claro… Bolsonaro había
anunciado que iría al Foro Económico Mundial que se realiza anualmente
en Davos, una pequeña población en los Alpes suizos y que reúne a la
flor y nata del empresariado y de los dueños del dinero del mundo.
Informado de que el tema del medio-ambiente tendría peso en las
reuniones, cambió de idea, y con justa razón: al fin y al cabo, su
primer año de gobierno registró un sinfín de agresiones a la Amazonia,
con invasiones de tierras públicas y de reservas indígenas, fuerte
estímulo a los incendiarios de fuego y a los devastadores de madera,
como a la minería ilegal que contamina ríos y arroyos.
Prefirió despachar a su ministro de Economía, el neoliberal
fundamentalista Paulo Guedes, ex funcionario de Augusto Pinochet en
Chile.
Pues cuando surgió el tema ambiental, Guedes no tuvo duda: aclaró que
los peores agresores son los pobres, que devastan el medioambiente para
tener qué comer.
Fue fulminado no sólo por ambientalistas y organismos de defensa de
la naturaleza, sino también por el ex vicepresidente estadunidense Al
Gore. Hasta su colega de gobierno, la ministra de Agricultura, Tereza
Cristina Corrêa da Costa Días, lo desmintió.
Bolsonaro viajó el pasado jueves a India. Dice que pretende ampliar
el comercio bilateral, aumentando las exportaciones brasileñas; fue
invitado para las celebraciones de las fiestas de independencia del país
asiático, que cada año selecciona un único jefe de Estado para merecer
tal honor.
Con su habitual delicadeza y luciendo los modales refinados de
siempre, su primer almuerzo en ese país con una de las riquezas
culinarias más diversificadas del planeta constó de arroz y tallarines
con salsa de tomate. Cuando en su visita a Japón ya había cometido una
grosería semejante, argumentando que no le gusta el pescado crudo.
Ha sido por otra razón, sin embargo, que Supriya Gandhi, profesora de
la universidad de Yale, protestó de manera vehemente al saber que Jair
Bolsonaro iría a visitar el Memorial dedicado a su bisabuelo, Mahatma
Gandhi, el padre de la independencia de India.
Su argumento: Bolsonaro no tiene respeto alguno por las normas democráticas y no reconoce la urgencia de la crisis ambiental.
Nadie la contradijo.
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