El poder colonial de Estados Unidos en Puerto Rico
El 10 de octubre de
1918 nada parecía amenazar la situación general de Puerto Rico bajo la
recién impuesta ciudadanía estadounidense. Sí, un gran contingente de
puertorriqueños fue forzosamente reclutado para las operaciones bélicas y
de apoyo a las tropas estadounidenses entre 1917 y 1918. Pero, al menos
en la isla, estos fueron años de extraordinaria bonanza en la industria
del azúcar. El volumen de las exportaciones de Puerto Rico al mercado
estadounidense desafiaba todos los records anteriores. Además, ya las
mismas tropas boricuas destacadas fuera del país intuían que el fin de
la guerra estaba cerca. La gigantesca ofensiva alemana de la primavera
de 1918 rindió muy pocos frutos en el Frente Occidental y, a partir de
agosto, se hizo patente que Alemania sería derrotada. La celebración no
tardaría en llegar.
El 11 de octubre de 1918, a
las 10:15 A.M., sin embargo, la situación cambió dramáticamente para
Puerto Rico. El primero de un ramillete de terremotos golpeó la costa
del noroeste. Aunque se sintió por toda la isla, Mayagüez, Aguadilla,
Añasco y Aguada fueron los pueblos más afectados. Tuvo una magnitud de
7.1 en la escala MMS y fue seguido de un tsunami que provocó muertes y
destrucción en el área oeste. La isla seguiría temblando por todo un
mes, incluyendo un temblor en octubre 24 y otro bien fuerte en noviembre
12. De acuerdo con el informe del gobernador militar de Puerto Rico,
Arthur Yager, murieron enseguida 116 personas y 241 resultaron heridas.
Las pérdidas en propiedad ascendieron a $3,472,159, y de estas casi 40%
fueron edificios públicos, incluyendo escuelas. Como si fuera poco, el
terremoto fue seguido de manera rápida por una intensa epidemia de gripe
que en poco tiempo cobró 10,888 vidas.
Firmado el armisticio el 11 de noviembre de 1918, comenzaron a llegar a
Puerto Rico, según el gobernador Yager, contingentes gigantescos de
trabajadores que habían sido reclutados a la fuerza para trabajar en
Estados Unidos, como parte del esfuerzo bélico. Además, se inició la
desmovilización de los soldados. Esto creó una crisis de desempleo y
marginalización de la población acabada de llegar de la guerra.
¿Qué hizo el Congreso de Estados Unidos ante este cuadro de muerte y
destrucción imperante en Puerto Rico? ¿No se trababa acaso de ciudadanos
estadounidenses que, por la fuerza, tuvieron que participar en el
conflicto bélico europeo? ¿Qué de las propiedades destruidas, incluyendo
las escuelas? El mismo Yager contesta la pregunta de manera incisiva:
“Congress did not see fit to make any appropriation to aid in this
relief or reconstruction work”. O sea, ni un centavo de ayuda. La única
alternativa que quedó fue el endeudamiento masivo del gobierno local y
las municipalidades. Eso en agradecimiento a un pueblo que había sido
forzado a pelear en la Primera Guerra Mundial.
El caso más
triste fue el de las facilidades escolares destruidas por el terremoto.
Aquí la legislatura colonial le pasó la “papa caliente” a los municipios
y juntas escolares. Una resolución conjunta aprobada el 10 de diciembre
de 1918 proveyó para la deuda municipal y escolar, como mecanismo
fiscal para reconstruir las escuelas.
Al
gobernador Yager no se le puede acusar de haber albergado simpatías por
la nación de Puerto Rico. Él fue, precisamente, el principal proponente
de la ley Jones, que impuso la ciudadanía sobre la población
puertorriqueña. Sin embargo, hay en su mensaje anual de 1919 una cierta
ambigüedad que merece destacarse. Por un lado, Yager tiene un lenguaje
duro para la decisión del Congreso de negarle ayuda a Puerto Rico ante
la tragedia de destrucción y muerte de 1918. Del otro, habla con un
cierto afecto de un grupo de boricuas que sí salieron, en medio de la
crisis a ayudar al país: los soldados acabados de llegar de la guerra.
Agrupados en lo que se conocía como el “Porto Rico Regiment of
Infantry”, estos fueron asignados desde 1917 a batallones racialmente
segregados. Siempre bajo el mando de un comandante blanco, los oficiales
menores y suboficiales eran boricuas. A pesar de la llamada ciudadanía
estadounidense eran víctimas del racismo y el abuso al interior del
ejército.
Pues bien, Yager reconoce que,
ya de regreso en la isla, estos soldados, una y otra vez vilipendiados
por el imperio, no titubearon en dar la mano con el esfuerzo de
reconstrucción de Puerto Rico. La nobleza obliga. Ahora no estaban
peleando por una ciudadanía ajena e impuesta, sino por la patria que los
había visto nacer. A ese regimiento perteneció Don Pedro Albizu Campos…
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