Rosa Miriam Elizalde
Tanques pensantes en Estados
Unidos e investigadores cubanos coinciden en algo: la política de más
sanciones y la extensión del bloqueo de Estados Unidos no cambiará el
rumbo socialista de Cuba. En el caso de la isla, el castigo produce el
exacto contrario de la debilidad. Ha sido así por más de 60 años y nada
indica que cambiará, sólo porque Donald Trump quiera ganar la Florida en
2020 y contentar a la derecha cubanoamericana levantándole el puño al gobierno de Miguel Díaz-Canel.
La reanudación por parte de la administración Trump de la presunción hegemónica que contempla castigos y políticas hostiles, no cambiará la política cubana. Por el contrario, polarizará nuevamente las relaciones exteriores con otros países, tanto dentro como fuera del hemisferio occidental, al tiempo que afectará negativamente los empleos tanto en Estados Unidos como en Cuba, concluye un estudio que acaba de publicar el abogado estadunidense Bruce Zagaris para el Center for Freedom and Prosperity, donde aborda el uso excesivo de sanciones del gobierno de Estados Unidos y cómo producen consecuencias no deseadas.
Uno de los analistas mejor informados sobre las relaciones entre los
dos países, el cubano Jesús Arboleya, reconoce que sucesivas
administraciones en la Casa Blanca no han logrado que la revolución
cubana ceda o traicione sus principios, y no lo hará ahora frente a la
decisión de Washington de condicionar la relación de Cuba con Venezuela.
“A pesar del despliegue de fuerzas llevado a cabo –afirma Arboleya–,
ni el poder inteligente de Obama ni el ‘contrainteligente’ de Trump han
logrado el propósito de alterar la alianza de Cuba con Venezuela y,
mucho menos, derrotar a sus respectivos procesos revolucionarios. Esto
pone en duda la real capacidad de Estados Unidos para hacerlo.”
Añadiría una razón adicional al juicio de Arboleya. Ya el gobierno de
Estados Unidos ha pasado por situaciones parecidas de chantaje y
condicionamientos a la isla, y fracasó soberanamente. Por ejemplo, el
gobierno de Gerald Ford puso fin a las conversaciones clandestinas con
los enviados de Fidel Castro para normalizar las relaciones, cuando se
conoció que tropas cubanas enfrentaban a los racistas sudafricanos,
entonces aliados de Estados Unidos. Nelson Mandela recordaría que se
enteró de la victoria cubana en Angola mientras estaba encarcelado en
Robben Island: “Me encontraba en prisión cuando por primera vez escuché
de la ayuda masiva que las fuerzas internacionalistas cubanas le estaban
dando al pueblo de Angola. …Nosotros en África estamos acostumbrados a
ser víctimas de otros países que quieren desgajar nuestro territorio o
subvertir nuestra soberanía. En la historia africana no existe otro caso
de un pueblo que se haya alzado en defensa de uno de los nuestros.”
En 1980 también el gobierno demócrata de Jimmy Carter propuso
levantar el bloqueo si Cuba retiraba sus combatientes de Angola, como ha
documentado el investigador de la Universidad Johns Hopkins, Piero
Gleijeses. Cuba no cedió y la historia premió el sacrificio de cientos
de miles de soldados cubanos que regresaron victoriosos y sin más
recompensa que los restos de sus compañeros caídos en combate.
La presencia de las tropas cubanas en África no sólo garantizó la
independencia de Angola y Namibia, sino que, en palabras de Mandela,
“destruyó el mito de la invencibilidad del opresor blanco y sirvió de
inspiración al pueblo combatiente de Sudáfrica… La batalla librada por
los cubanos en Cuito Cuanavale (Angola) marcó el viraje en la lucha para
librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid.”
Desde hace décadas el día a día arranca en el Caribe con una premisa:
Cuba sigue decidida a no cambiar de sistema, no por tozudez, sino
porque esta osadía ha sido y sigue siendo el motor que hace viable la
existencia de la nación frente a la obsesiva hostilidad del poderoso
vecino del norte. Se introducen modificaciones, como las que se hicieron
recontentamente en la Constitución, pero son aquellas que quieren darse
libremente las cubanas y los cubanos, en el ejercicio de su cultura,
sus intereses, sus sueños, sus proyectos y su soberanía.
Para el ciudadano común el bloqueo significa que puedes pasarte una
hora y media en una fila para comprar detergente o para subirte al
transporte público, pero el socialismo garantiza el derecho a recibir
gratis una educación y un trasplante de órgano que sólo un millonario
podría pagar en cualquier otro lugar del mundo. La vida cotidiana en la
isla pone en evidencia que es difícil salirse del molde capitalista, que
es duro poner en marcha un sistema nuevo cuando se está a 90 millas de
la costa de Estados Unidos.
No nos perdonan que este país ha intentado construir un ideal, que puede ser el que no quiere el gobierno de Estados Unidos, pero es nuestro ideal, dijo esta semana el presidente Díaz-Canel en diálogo con la prensa extranjera acreditada en Cuba durante un recorrido por el oriente insular.
Cuando hacía la cola este miércoles para comprar el detergente en una
tiendecita frente al puerto de La Habana, me llamó la atención una
mujer que se mantenía muy erguida mientras cargaba una mochila abultada,
con cosas que había comprado en algún otro lugar. En la hora y media de
espera, jamás apoyó su equipaje en el suelo, como si fuera una cuestión
de principios. Terminé preguntándole por qué. La respuesta fue
brutalmente simple y viene al caso:
No sueltas lo que posees si tienes fuerzas para sostenerlo.
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