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Sebastián Piñera ha alcanzado el récord más bajo de aceptación para un mandatario.
Cuando el nivel de aprobación de un gobernante se reduce hasta
índices tan bajos como el 6 por ciento alcanzado por el presidente de
Chile, Sebastián Piñera, el restante 94 por ciento debe interpretarse
como un franco rechazo a su administración. Esto lo entiende cualquier
lego. Sin embargo, la tozudez de este empresario -cuyo afán de aferrarse
al mando denota su ambición desmedida por el poder- mantiene a ese país
en un constante estado de emergencia, paralizado por las protestas en
las cuales se pueden observar reiteradas violaciones de los derechos
humanos cometidas contra la población con total impunidad por las
fuerzas policiales.
En el escenario mundial, la contundencia de las manifestaciones
ciudadanas a todo lo largo de Chile ha despertado una enorme ola de
solidaridad con ese pueblo. Por primera vez en su historia, la población
ha llegado a constituirse como un cuerpo sólido integrado por
habitantes de todos los sectores, capaz de poner en jaque al más
depredador de los sistemas económicos –el neoliberalismo- y haciendo
tambalear el poder hegemónico de los círculos de poder al plantarse de
frente contra sus abusos. El estado de total negación de Piñera, por lo
tanto, constituye una trasgresión a las bases mismas del sistema
democrático al transformar el suyo en un régimen similar a la dictadura
pinochetista con desapariciones forzadas, tortura, asesinatos y
secuestros a mansalva.
El caso no es único. También el presidente francés, la actual
dictadura boliviana y la administración autoritaria y de extrema derecha
de Brasil, entre otros, se encuentran arrinconados con un mínimo
porcentaje de aprobación, del mismo modo como otros mandatarios cuyas
prioridades se alejan de los intereses de la ciudadanía para proteger
los de las clases dominantes y las grandes multinacionales. Lo que está
en juego, entonces, es la supervivencia de los Estados democráticos,
asediados desde hace mucho por una especie de súper gobierno ejercido
por la cúpula económica mundial bajo la sombrilla siempre alerta del
Departamento de Estado.
El mayor peligro de este sistema depredador es la pérdida progresiva
del poder ciudadano. Es decir, los sistemas se han modificado con el
propósito de garantizar beneficios a sectores poderosos por medio de una
legislación ad hoc cuyo objetivo es reducir las posibilidades de
participación de las grandes mayorías en las políticas públicas; uno de
los más importantes espacios en donde se aplican estas tácticas es la
privación de acceso a educación de calidad y a servicios básicos, dado
que en una ciudadanía informada y activa reside el mayor peligro para
los planes hegemónicos de los grupos de poder. Por el contrario, una
población reducida a la supervivencia jamás tendrá la energía ni el
tiempo necesarios para ocupar el lugar que le corresponde en los asuntos
públicos.
El caso de Chile se eleva como un ejemplo de cómo los abusos de poder
logran sacar al pueblo de un estado de apatía para transformarlo en un
fuerte protagonista en los asuntos que le competen. Es preciso resaltar
el papel fundamental de la juventud chilena, cuya fortaleza y
perseverancia ha sido capaz de poner en jaque al poderoso sistema que a
lo largo de los años le ha ido quitando espacios de participación para
mantener un estatus orientado a satisfacer intereses corporativos y
guetos políticos contrarios a las más importantes iniciativas de
desarrollo social. Otras naciones en similares circunstancias ven hacia
el Sur como un espejo en donde aspiran reflejarse.
La juventud es la protagonista indispensable en todo proceso de cambio.
elquintopatio@gmail.com
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