Brasil y Paraguay son
copropietarios de Itaipu Binacional, la mayor hidroeléctrica del mundo
en producción de energía, superando al “Tres Gargantas” de China. Brasil
utiliza más del 98 % de la energía generada por la represa, mientras
que Paraguay se queda con menos del 2%. Ese 98% representa casi el 20 %
de toda la energía consumida por el gigante sudamericano, energía que
compra como baratija, gracias a un oscuro tratado firmado en tiempos de
la guerra fría en 1973, entre las dictaduras militares de Stroessner y
Garrastazu Médici. Y lo más grave, según las cláusulas del tratado, la
energía excedente, no utilizada por Paraguay, solo puede ser vendida a
Brasil. Stroessner, un militar “nacionalista”, con la firma del tratado
había consumado el mayor despojo contra su país. Accediendo a los
legítimos beneficios de la hidroeléctrica, Paraguay se hubiera
convertido en uno de los países más prósperos de la región, pero hoy
sigue ostentando niveles de pobreza solo comparables con Haití.
El
enorme crecimiento del Brasil, convertido en la quinta economía mundial,
en gran medida se debe a la energía barata cedida por Paraguay. Unos 70
millones de brasileños dependen de Itaipu. Las ciudades más populosas
como São Paulo, el portentoso polo industrial, su capital Brasilia, y
uno de los destinos turísticos más grandes del mundo, Río de Janeiro, se
nutren de su energía. Itaipú constituye la columna vertebral de la
matriz energética brasileña, contribuyendo en más de 140.000 millones de
dólares en su Producto Interno Bruto. Sin Itaipú, Brasil colapsaría, y
sería un país económicamente insostenible. “Sin la energía generada por
Itaipú, no podría existir el Brasil de hoy", diría en sus memorias Mario
Gibson Barboza, ex canciller de Garrastazu Médici y firmante del
tratado.
Según los precios internacionales, Brasil debería pagar
entre 2.000 a 3.000 millones de dólares anuales por la energía cedida
por Paraguay, pero solo pagó un promedio de 64 millones de dólares
anuales hasta el 2011, cuando pasó a abonar 360 millones, gracias a un
acuerdo entre Lula Da Silva y Fernando Lugo.
La historia se repite
En
el 2023 se cumplirán 50 años del tratado que debe ser revisado.
Paraguay, negociación mediante, puede empezar a disponer libremente del
50% de la energía, y venderla a otros países o al propio Brasil, pero a
precio de mercado. Desde el lado paraguayo, las negociaciones en torno a
la hidroeléctrica fueron tradicionalmente fraudulentas. Hace apenas
unos meses, fue descubierta un acta secreta firmada entre autoridades de
los dos países, que beneficiaría a Brasil en detrimento de Paraguay. El
escándalo desatado costó el cargo al canciller y al presidente de la
binacional, y estuvo a punto de desembocar en la destitución del
presidente paraguayo vía juicio político.
Mientras que para
Brasil, Itaipú representó históricamente un factor estratégico para su
desarrollo, para el Paraguay fue simplemente una especie de botín de
guerra para los grandes negociados de una elite partidaria, que siempre
antepuso sus intereses particulares sobre la nación.
La
dependencia estructural del Brasil a la hidroeléctrica, hace que el
tratado sea prácticamente innegociable, y por la forma de cómo están
avanzando estos acuerdos, se sospecha que la revisión del tratado en el
2023 sea una nueva entrega de la soberanía paraguaya, tal como ya
sucedió 50 años atrás. Recordar simplemente que en la mesa de
negociaciones se sentarán representantes de una burguesía nacional
brasileña con vocación imperialista, y por la otra, una obtusa clase
paraguaya, heredera de la dictadura stronista, que no llega ni al grado
de oligarquía nacional.
Brasil necesita de la energía para
seguir creciendo como economía emergente del BRICS, y Paraguay solo la
precisa para satisfacer la apetencia de una cofradía partidaria, vacía
de proyectos, y que fácilmente quedará satisfecha con alguna dudosa
regalía del nuevo tratado.
Pareciera ser que para el Paraguay la
suerte está echada, y la revisión de tratado va a significar un nuevo
despojo como en tiempos de la dictadura, a no ser que en el 2022 las
elecciones sean ganadas nuevamente por Lula, y que los paraguayos por
fin despierten del letargo de cinco lustros, y exijan una tratado
igualitario y justo en el 2023.
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