El mundo se está movilizando
para enfrentar los embates de cambio climático. Ya no es necesario
seguir modelando el impacto del CO2 acumulado en la atmósfera. Las
consecuencias las estamos viendo día a día y la ciencia lo confirma: las
temperaturas han aumentado en ciertas regiones del mundo, las sequías
son más prolongadas y las tormentas más fuertes y frecuentes en zonas
que ya son vulnerables y poseen recursos limitados para enfrentarlas.
Adaptarse a estos cambios es algo urgente. Actuar para que el impacto
del aumento de la temperatura del planeta se detenga se ha convertido
en imperativo para un gran número de países, mientras para muchos
estados insulares se trata de una lucha por su sobrevivencia. De allí el
acuerdo logrado en París en 2015 firmado por cientos de países.
Se habla de reciclar, reutilizar, evitar envases de plástico, comer
de manera balanceada, no desperdiciar lo que comemos, usar la bicicleta
como medio de transporte y una larga lista de acciones que en el ámbito
del ciudadano común ayudan a que nuestra huella en el ambiente sea
menor. Sin embargo, el ritmo de emisión de gases va más allá de acciones
individuales. Se requiere una transformación colectiva y urgente.
Estos cambios no se dan de un día para otro. Por eso necesitamos
ganar tiempo, tiempo del que nos queda poco. Sin embargo, hay respuestas
inmediatas y bastante sencillas. Estas respuestas se encuentran en
nuestro entorno. Son soluciones basadas en la naturaleza. La tierra que
está debajo de nuestros pies posee un inmenso potencial restaurador y de
curación del planeta; esta solución basada en la naturaleza puede
mitigar significativamente las emisiones excesivas que han acelerado el
cambio climático.
Según estudios de la FAO y del Instituto Tecnológico de Zurich (ETH),
es posible recuperar tierras degradadas sin competir con la producción
de alimentos, las áreas protegidas o las áreas urbanas con un impacto
planetario inmenso. Para que esto se haga realidad, varios expertos han
estimado que se requieren 300 mil millones de dólares para implementar
el grueso del plan y restaurar 900 millones de hectáreas de tierras
degradadas. Ciertamente, las soluciones basadas en la naturaleza que
proponemos brindarían sólo un alivio temporal de unos 20 años y luego
tendría que complementarse con opciones novedosas de los sectores del
transporte y la energía, usualmente más intensas en capital.
El plan que proponemos requeriría que los países aprovechen el
potencial de restaurar sus tierras: Argentina, por ejemplo, tiene el
potencial de reforestar 6 millones 284 mil hectáreas de bosques,
aumentando en 232 por ciento su superficie forestal actual. Brasil
podría sumar 8 millones 270 mil hectáreas de bosques. México tiene
espacio para aumentar en 96 por ciento su superficie forestal, sumando 6
millones 326 mil hectáreas a su superficie forestal actual.
Por supuesto cada quien debería soberanamente decidir si restaura con
nuevos bosques donde antes no los había, regeneración natural asistida,
plantaciones forestales, pastizales o con combinaciones de éstas y
otras opciones menos obvias como regenerar suelos o humedales.
Este plan no puede implementarse en solitario. Se requiere esfuerzo y
coordinación a escala internacional para adoptar medidas obligatorias
para revertir, mitigar o frenar las consecuencias del cambio climático.
El continente americano podría responder por un tercio del total
mundial de este plan, con los dos tercios restantes repartidos entre
Europa y África, donde Europa pondría el dinero y África la tierra y la
mano de obra. En Asia se realizaría el tercio restante, con el apoyo de
China, India, Rusia, Australia, Japón y Corea del Sur. Esta opción
basada en la naturaleza daría esperanza a los estados insulares de
sobrevivir y amainaría el ritmo del cambio climático. Ganaríamos tiempo,
nos enseñaría a implementar proyectos y a medir su impacto, y nos
mostraría la importancia de una acción solidaria en la que todos
aportamos algo.
Materializar este plan para los próximos 20 años es un desafío que
requiere recursos financieros, humanos y sobre todo voluntad política.
Ello permitirá balancear las emisiones y evitar que en las próximas dos
décadas se agrave la concentración de gases en la atmósfera, dando a los
países un horizonte razonable para implementar otras alternativas y
–aún más importante– para que la comunidad internacional pueda repensar
el modelo de crecimiento que nos ha llevado a esta crisis global.
* Subdirector general de FAO encargado de cambio climático
** Representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe
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