Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos |
Mito y realidad del ataque de Japón a Pearl Harbor hace 78 años, el 7 de diciembre de 1941
Mito:
Estados Unidos se vio obligado a declarar la guerra a Japón tras un
ataque japonés totalmente inesperado a la base naval estadounidense en
Hawai el 7 de diciembre de 1941. Como Japón era aliado de la Alemania nazi, esta agresión hizo que automáticamente Estados Unidos entrara en guerra contra Alemania.
Realidad: hacía tiempo que el gobierno Roosevelt deseaba entrar en guerra contra Japón y trató de desencadenarla por medio de un embargo al petróleo y otras provocaciones. Como Washington había descifrado los códigos [secretos] japoneses, sabía que la flota japonesa se dirigía a Pearl Harbor, pero
se alegró del ataque porque la agresión japonesa iba a hacer posible
“vender” la guerra a la opinión pública estadounidense, la inmensa
mayoría de la cual se oponía a ella.
También
se suponía que un ataque por parte de Japón, a diferencia de un ataque
estadounidense a Japón, evitaría una declaración de guerra por parte del
aliado de Japón, Alemania, que estaba obligado por un tratado a ayudar
solo en caso de que Japón fuera atacado. Sin embargo, por razones que
nada tienen que ver con Japón o Estados Unidos, sino con el fracaso de
la “guerra relámpago” de Alemania contra la Unión Soviética, el propio
Hitler declaró la guerra a Estados Unidos pocos días después de [el
ataque a] Pearl Harbor, el 11 de diciembre de 1941.
Otoño de 1941
. Tanto entonces como ahora, Estados Unidos estaba gobernado por una
“élite de l poder” formada por industriales, propietarios y gerentes de
las principales empresas y bancos del paí s , que no suponían sino una
pequeña parte de su población . Tanto entonces como ahora, estos
industriales y financieros (el “Estados Unidos empresarial”) tenía
estrechas relaciones con los más rangos altos del ejército, los “señores
de la guerra” ( como los ha denominado el sociólogo de la Universidad
de Columbia C. Wright Mills, que acuñó el término “élite de l poder” [1]
) y para quienes años más tarde se erigiría un gran cuartel general,
conocido como el Pentágono, a orillas del río Potomac.
En efecto,
hacía décadas que existía el “complejo militar-industrial” cuando
Eisenhower le dio ese nombre al final de su carrera como presidente y
tras haberlo servido muy diligentemente. Hablando de presidentes: en las
décadas de 1939 y 1940, de nuevo tanto entonces como ahora, la élite de
l poder permitió amablemente al pueblo estadounidense elegir cada
cuatro años entre dos miembros de su propia élite (uno calificado de
“republicano” y otro de “demócrata”, aunque pocas personas sepan cuál es
la diferencia) para residir en la Casa Blanca con el fin de formular y
administrar las políticas nacionales e internacionales. Estas políticas
servían (y siguen sirviendo) a los intereses de la élite de l poder , es
decir, servían sistemáticamente para promover “los negocios”, una
palabra en clave utilizada para designar la maximización de los
beneficios de las grandes empresas y bancos que son miembros de la élite
de l poder.
Como dijo francamente el presidente Calvin Coolidge en una ocasión durante la década de 1920, “ el negocio de Estados Unidos [quería decir del gobierno estadounidense] son los negocios”. E n 1941 el inquilino de la Casa Blanca era un miembro bona fide de la élite de l poder , un vástago de una familia rica, privilegiada y poderosa : Franklin D. Roosevelt, al que se suele denominar “FDR” ( por cierto , la riqueza de la familia Roosevelt se creó, al menos en parte, gracias al comercio de opio con China. Como escribió Balzac, “ detrás de cada gran fortuna se oculta un crimen ”).
Parece
que Roosevelt sirvió bastante bien a la élite del poder puesto que se
las arregló para ser nominado (¡difícil!) y elegido (¡relativamente
fácil!) en 1932, 1936, y de nuevo en 1940. Fue un logro notable ya que
los “sucios años treinta” fue una época difícil, marcada tanto por la
“Gran Depresión” como por grandes tensiones internacionales que llevaron
a la erupción de la guerra en Europa en 1939. El trabajo de Roosevelt
(servir a los intereses de la élite de l poder )
estuvo lejos de ser fácil porque entre las filas de esa élite las
opiniones diferían acerca de cómo podía servir mejor el presidente a los
intereses empresariales. Por lo que se refiere a la crisis económica,
algunos industriales y bancos estaban bastante contentos con el enfoque
keynesiano del presiente, lo que se conocía como el “New Deal” y que
suponía mucha intervención del Estado en la economía, mientras que otros
se oponían firmemente a ese enfoque y pedían a gritos volver a la
ortodoxia del laissez-faire. La élite de l poder también estaba dividida respecto a cómo gestionar las relaciones exteriores.
A
los propietarios y altos directivos de muchas empresas estadounidenses
(como Ford, General Motors, IBM, ITT, y la Standard Oil de Rockefeller
en Nueva Jersey, ahora conocida como Exxon) les gustaba mucho Hitler.
Uno de ellos, William Knudsen de General Motors, incluso calificó
elogiosamente al Führer alemán de “milagro del siglo XX” [2]. La razón
de ello era que el Führer había armado a Alemania hasta los dientes para
prepararse para la guerra y muchas sucursales alemanas de empresas
estadounidenses se habían beneficiado generosamente del “boom del
armamento” de ese país produciendo camiones, tanques y aviones en
lugares como la fábrica Opel de GM en Rüsselsheim y la gran planta de
Ford en Colonia, el Ford-Werke; y empresas como Exxon y Texaco habían
ganado mucho dinero suministrando el combustible que los tanques de
Hitler iban a necesitar para circular hasta Varsovia en 1939, hasta
París en 1940 y (casi) hasta Moscú en 1941. ¡No es de extrañar que los
directivos y dueños de estas empresas contribuyeran a la celebración de
las victorias de Alemania contra Polonia y Francia en una gran fiesta en
el Hotel Waldorf-Astoria de Nueva York el 26 de junio de 1940!
A
los “capitanes de la industria” estadounidenses, como Henry Ford,
también les gustaba cómo Hitler había cerrado los sindicatos alemanes,
prohibido todos los partidos obreros y enviado a las personas comunistas
y a muchas socialistas a campos de concentración. Querían que Roosevelt
tratara de la misma manera a los molestos líderes sindicales y a las
personas “rojas” estadounidenses, que todavía eran numerosas en la
década de 1930 y principios de la de 1940. Lo último que aquellos
hombres querían era que Roosevelt implicara a Estados Unidos en una
guerra al lado de los enemigos de Alemania, eran “aislacionistas” (o “no
intervencionistas”) lo mismo que la gran mayoría de la opinión pública
estadounidense en el verano de 1940: una encuesta de Gallup de
septiembre de 1940 demostraba que el 88 % de la población estadounidense
quería permanecer al margen de la guerra que asolaba Europa [3]. Así
que no es de extrañar que no hubiera indicio alguno de que Roosevelt
quisiera restringir el comercio con Alemania y mucho menos embarcarse en
una cruzada contra Hitler. De hecho, en la campaña para las elecciones
presidenciales de otoño de 1940 prometió solemnemente que “[nuestros]
muchachos no van a ser enviados a ninguna guerra extranjera” [4].
El
hecho de que Hitler hubiera aplastado Francia y otros países
democráticos no preocupaba a los empresarios estadounidenses que hacían
negocios con Hitler. De hecho, les parecía que el futuro de Europa
pertenecía al fascismo, especialmente a la variedad alemana de fascismo,
el nazismo, más que a la democracia (para variar, el presidente de
General Motors, Alfred P. Sloan, declaró entonces que era bueno que en
Europa las democracias dieran paso “a un sistema alternativo [es decir,
fascista] con líderes fuertes, inteligentes y agresivos que hacían que
la gente trabajara más tiempo y más duro, y que tenían instinto de
gángsteres, ¡todo buenas cualidades!”) [5]. Y como sin lugar a dudas los
industriales estadounidenses no querían que el futuro de Europa
perteneciera al socialismo en su variedad evolutiva, y mucho menos
revolucionaria (es decir, comunista), se iban a alegrar especialmente
cuando aproximadamente un año después Hitler hizo lo que habían esperado
mucho tiempo que hiciera, es decir, atacó a la Unión Soviética para
destruir la patria de las personas comunistas y fuente de inspiración y
apoyo para las personas “rojas” del mundo entero, incluido Estados
Unidos.
Mientras que muchas grandes empresas habían hecho jugosos
negocios con la Alemania nazi, resultaba que otras ganaban mucho dinero
en ese momento haciendo negocios con Gran Bretaña. Ese país, además de,
por supuesto, Canadá y otros países miembros del Imperio Británico, era
el único enemigo que le quedó a Alemania desde el otoño de 1940 hasta
junio de 1941, cuando el ataque de Hitler contra la Unión Soviética hizo
que Gran Bretaña y la Unión Soviética se convirtieran en aliados. Gran
Bretaña necesitaba desesperadamente todo tipo de equipamiento para
continuar su lucha contra la Alemania nazi, quería comprar la mayoría de
este material a Estados Unidos, pero no podía hacer los pagos en
metálico que exigía la legislación estadounidense “Cash-and-Carry”
[pagar y llevar]. Sin embargo, Roosevelt hizo posible que las empresas
estadounidenses aprovecharan esta inmensa “oportunidad” cuando el 11 de
marzo de 1941 introdujo su famoso programa “Lend-Lease”
[préstamo-arriendo] que proporcionaba a Gran Bretaña un crédito
prácticamente ilimitado para comprar en Estados Unidos camiones, aviones
y otros equipamientos de guerra. Las exportaciones “Lend-Lease” a Gran
Bretaña iban a generar unos beneficios inesperados, no sólo debido al
enorme volumen de negocios que implicaban, sino también porque estas
exportaciones se caracterizaron por unos precios inflados y unas
prácticas fraudulentas como la doble facturación.
Así pues, una
parte del Estados Unidos empresarial empezó a simpatizar con Gran
Bretaña, un fenómeno menos “natural” de lo que ahora podríamos creer (en
efecto, después de la independencia de Estados Unidos la antigua madre
patria había seguido siendo durante mucho tiempo el archienemigo del Tío
Sam y todavía en la década de 1930 el ejército estadounidense tenía
planes de guerra contra Gran Bretaña y de una invasión del Dominio
Canadiense, planes en los que se incluía bombardear ciudades y el uso de
gases venenosos) [6]. Algunos portavoces de estos potenciales votantes
pertenecientes al mundo industrial, aunque no muchos, incluso empezaron a
apoyar la entrada de Estados Unidos en la guerra al lado de los
británicos y se les empezó a conocer como “intervencionistas”. Por
supuesto, muchas, si no la mayoría, de las grandes empresas
estadounidenses habían hecho dinero gracias a sus negocios tanto con la
Alemania nazi como con Gran Bretaña y puesto que el propio gobierno
Roosevelt se estaba empezando a preparar para una posible guerra
multiplicando los gastos militares y encargando todo tipo de
equipamiento, también las grandes empresas estadounidenses empezaron a
ganar cada vez más dinero suministrando a las propias fuerzas armadas de
Estados Unidos todo tipo de material de guerra [7].
Si había
una cosa en la que podían estar de acuerdo todos los líderes del Estados
Unidos empresarial, con independencia de sus simpatías individuales por
Hitler o Churchill, era lo siguiente: la guerra en Europa en 1939 era
buena, incluso magnífica, para los negocios. También estaban de acuerdo
en que cuanto más durara la guerra mejor sería para todos ellos. Con
excepción de los más fervientes intervencionistas pro-Gran Bretaña,
también estaban de acuerdo en que no había ninguna prisa en que Estados
Unidos interviniera activamente en esa guerra y desde luego tampoco en
entrar en guerra con Alemania. Lo más ventajoso para el Estados Unidos
empresarial era un escenario en el que la guerra en Europa durara lo más
posible de modo que las grandes empresas pudieran seguir beneficiándose
de suministrar equipamiento a los alemanes, a los británicos, a sus
respectivos aliados y al propio Estados Unidos. Así, Henry Ford “expresó
su esperanza de que ni los Aliados ni el Eje ganara [la guerra]” y
sugirió que Estados Unidos suministrara a ambos bandos “las herramientas
para seguir peleando hasta que ambos colapsaran”. Ford puso en práctica
lo que predicaba y dispuso que sus fábricas en Estados Unidos, Gran
Bretaña, Alemania y la Francia ocupada produjeran en serie equipamientos
para todos los contendientes [8]. Puede que la guerra fuera un infierno
para la mayoría de la gente, pero para los “capitanes de la industria”
estadounidenses, como Ford, era el paraíso.
Se suele creer que
el propio Roosevelt era intervencionista, pero sin lugar a dudas los
aislacionistas eran mayoría en el Congreso y no parecía que Estados
Unidos fuera a entrar pronto en la guerra, si es que entraba alguna vez.
No obstante, debido a las exportaciones Lend-Lease a Gran Bretaña las
relaciones entre Washington y Berlín se estaban deteriorando
definitivamente, y en otoño de 1941 una serie de incidentes entre
submarinos alemanes y destructores de la armada estadounidense que
escoltaban buques de carga con destino a Gran Bretaña llevó a una crisis
conocida como la “guerra naval no declarada”. Pero ni siquiera este
episodio provocó la implicación de Estados Unidos en la guerra en
Europa. El Estados Unidos empresarial se estaba beneficiando
espléndidamente del status quo y simplemente no le interesaba una
cruzada contra la Alemania nazi. A la inversa, la Alemania nazi estaba
muy implicada en el gran proyecto de la vida de Hitler: su misión de
destruir la Unión Soviética. Las cosas no habían ido como estaba
previsto en esa guerra. Se suponía que el Blitzkrieg [ataque
relámpago] lanzado en el este en junio de 1941 iba a “aplastar como un
huevo a la Unión Soviética” en un plazo de 4 a 6 semanas, o así lo
creían los expertos militares no solo de Berlín sino también de
Washington. Sin embargo, a principios de diciembre Hitler todavía
esperaba que los soviéticos ondearan la bandera blanca. Bien al
contrario, el 5 de diciembre el Ejército Rojo emprendió repentinamente
una contraofensiva frente a Moscú y de pronto los alemanes se vieron en
un verdadero atolladero. Lo último que Hitler necesitaba en aquel
momento era una guerra contra Estados Unidos [9].
En la década de
1930 el ejército estadounidense no tenía planes, ni los preparó, de
luchar una guerra contra la Alemania nazi. Por otra parte, sí tenía
planes de guerra contra Gran Bretaña, Canadá, México y Japón [10]. ¿Por
qué Japón? En la década de 1930 Estados Unidos era una de las
principales potencias industriales del mundo y como todas las potencias
industriales buscaba constantemente fuentes de materias primas baratas
como caucho y petróleo, y mercados para sus productos acabados. Ya a
finales del siglo XIX Estados Unidos había luchado constantemente por
sus intereses a este respecto extendiendo su influencia económica e
incluso a veces su influencia política directa por océanos y
continentes. Esta política agresiva e “imperialista” (que defendieron
incansablemente presidentes como Theodore Roosevelt, primo de FDR) había
hecho que Estados Unidos controlara antiguas colonias españolas como
Puerto Rico, Cuba y Filipinas, e incluso la hasta entonces independiente
isla nación de Hawaii. También se había convertido en una gran potencia
en el océano Pacífico e incluso en Lejano Oriente [11].
Las
tierras de las costas lejanas del océano Pacífico desempeñaron un papel
cada vez más importante como mercados para los productos de exportación
estadounidenses y como fuentes de materias primas baratas. Pero en la
década de 1930 afectada por la Depresión, cuando se hacía más feroz la
competencia por los mercados y los recursos, Estados Unidos se enfrentó a
la competencia ahí de una agresiva potencia industrial rival, una
potencia que necesitaba aún más petróleo y materias primas similares,
además de mercados para sus productos acabados. Ese competidor era
Japón, la tierra del sol naciente. Japón trataba de hacer realidad sus
propias ambiciones imperialistas en China y en el sudeste asiático rico
en recursos y, al igual que Estados Unidos, no dudó en utilizar la
violencia para lograrlo, por ejemplo, librando una guerra despiadada
contra China y creando un Estado cliente en la parte norte de ese país
grande aunque débil. Lo que molestaba a Estados Unidos no era que los
japoneses trataran a sus vecinos chinos y coreanos como Untermenschen [infrahumanos]
sino que convirtieran esa parte del mundo en lo que ellos llamaban la
Esfera de Co-Prosperidad de la Gran Asia Oriental, es decir, en un
dominio económico propio, una “economía cerrada” en la que no había
lugar para la competencia estadounidense. Lo que en realidad hacían los
japoneses era seguir el ejemplo de Estados Unidos, que anteriormente
habían transformado América Latina y gran parte del Caribe en el patio
trasero económico exclusivo del Tío Sam [12].
El Estados Unidos
empresarial estaba muy frustrado por haber sido expulsado del lucrativo
mercado del Lejano Oriente por los “japos”, una “raza amarilla” a la que
los estadounidenses en general habían empezado a despreciar ya en el
siglo XIX [13]. Se consideraba a Japón un país arrogante aunque
esencialmente débil y advenedizo al que el poderoso Estados Unidos podía
“borrar fácilmente del mapa en tres meses”, como afirmó en una ocasión
el secretario de la Armada Frank Knox [14]. Y así ocurrió que durante la
década de 1930 y principios de la de 1940 mientras que la mayoría de la
élite del poder de Estados Unidos se oponía a la guerra contra
Alemania, apoyaba casi unánimemente la guerra contra Japón, a menos que,
por supuesto, Japón estuviera dispuesto a hacer concesiones
importantes, como “compartir” China con Estados Unidos. El presidente
Roosevelt ( que al igual que Woodrow Wilson no era en absoluto el
pacifista que muchos historiadores afirman que era) estaba ansioso por
librar esa “espléndida pequeña guerra” (una expresión que había acuñado
el Secretario de Estado estadounidense, John Hay, en referencia a la
guerra hispano-estadounidense de 1898, que era “espléndida” porque
permitió a Estados Unidos apoderarse de Filipinas, Puerto Rico, etc.).
El verano de 1941, después de que Tokio hubiera aumentado aún más su
zona de influencia en el Lejano Oriente al ocupar la colonia francesa de
Indochina rica en caucho y, como estaba desesperado sobre todo por
conseguir petróleo, obviamente había empezado a codiciar la rica en
petróleo colonia holandesa de Indonesia, al parecer FDR había decidido
que era el momento oportuno para una guerra contra Japón, pero se
enfrentaba a dos problemas. En primer lugar, la opinión pública se
oponía firmemente a que Estados Unidos se implicara en ninguna guerra
extranjera. En segundo lugar, la mayoría aislacionista en el Congreso
podía no apoyar esa guerra por temor a que eso llevara automáticamente a
Estados Unidos a la guerra contra Alemania.
Según el autor de un
detallado y muy bien documentado estudio reciente, Robert B. Stinnett,
la solución de Roosevelt a este problema doble fue “provocar a Japón a
cometer un acto manifiesto de guerra contra Estados Unidos” [15]. En
efecto, en caso de un ataque japonés la opinión pública estadounidense
no tendrá más opción que unirse tras la bandera (antes ya se había hecho
que la opinión pública estadounidense se uniera de forma similar detrás
de la bandera de las Barras y Estrellas, en concreto al inicio de la
guerra hispano-estadounidense, cuando el barco de guerra estadounidense
Maine que estaba de visita en La Habana se hundió misteriosamente en el
puerto de esta ciudad, un acto del que inmediatamente se culpó a los
españoles; después de la Segunda Guerra Mundial se volvería a
condicionar al pueblo estadounidense para que aprobara guerras, deseadas
y aprobadas por su gobierno, por medio de provocaciones artificiosas,
como el incidente del golfo de Tonkin en 1964). Por otra parte, según
estipulaba el Tratado Tripartito firmado por Japón, Alemania e Italia el
27 de septiembre de 1940 en Berlín, los tres países se comprometían a
ayudarse entre sí cuando una de las tres potencias fuera atacada por
otro país, pero no cuando una de ellas atacara a otro país. Por
consiguiente, en caso de un ataque japonés a Estados Unidos los
aislacionistas, que eran no intervencionistas respecto a Alemania pero
no respecto a Japón, no tenían que temer que un conflicto con Japón
significara también la guerra contra Alemania.
Y así, después de
que el presidente Roosevelt decidiera que “se debe ver que Japón hace
el primer movimiento abierto” convirtió “el provocar a Japón a realizar
un acto de guerra abierto en la principal política que guió sus acciones
respecto Japón a lo largo del año 1941”, como escribió Stinnett. Entre
las estratagemas utilizadas se incluía el despliegue de buques de guerra
cerca de las aguas territoriales japonesas, e incluso dentro de ellas,
aparentemente con la esperanza de desencadenar un incidente al estilo
del Golfo de Tonkin que pudiera interpretarse como un casus belli.
Sin embargo, fue más eficaz la implacable presión económica que se
ejerció sobre el Japón, un país que necesita desesperadamente materias
primas como el petróleo y el caucho y que, por lo tanto, probablemente
considerara que esos métodos eran singularmente provocativos. En el
verano de 1941 el gobierno de Roosevelt congeló todos los activos
japoneses en Estados Unidos y emprendió una “estrategia encaminada a
frustrar la adquisición por parte de Japón de productos petroleros”. En
colaboración con los británicos y los holandeses, antijaponeses por sus
propios motivos, Estados Unidos impuso unas severas sanciones económicas
a Japón, incluido un embargo de productos petroleros vitales. La
situación se deterioró aún más en otoño de 1941. Con la esperanza de
evitar la guerra con el poderoso Estados Unidos, el 7 de noviembre Tokio
ofreció aplicar en China el principio de relaciones comerciales no
discriminatorias a condición de que los estadounidenses hicieran lo
mismo en su propia esfera de influencia en América Latina. Sin embargo,
Washington quería reciprocidad únicamente en la esfera de influencia de
otras potencias imperialistas y no en su propio patio trasero, así que
la oferta japonesa fue rechazada.
El objetivo de las continuas
provocaciones estadounidenses a Japón era hacerle entrar en guerra y, de
hecho, cada vez era más probable que lo hiciera. FDR confió más tarde a
sus amigos que “este continuo clavar alfileres a serpientes de cascabel
consiguió finalmente que este país mordiera”. El 26 de noviembre,
cuando Washington exigió que Japón se retirara de China, las “serpientes
de cascabel” de Tokio decidieron que ya tenían bastante y se prepararon
para “morder”. Se ordenó a una flota japonesa partir hacia Hawaii para
atacar a los buques de guerra estadounidenses que en 1940 FDR había
decidido estacionar allí de forma bastante provocativa y tentadora para
los japoneses. Como habían logrado descifrar los códigos [secretos]
japoneses, el gobierno y los altos mandos del ejército estadounidenses
sabían exactamente lo que la armada japonesa estaba planeando, pero no
avisaron a los comandantes en Hawaii así que permitieron que ocurriera
el “ataque sorpresa” contra Pearl Harbor el domingo 7 de diciembre de
1941 [16].
Al día siguiente a FDR le resultó fácil convencer al
Congreso de que declarara la guerra a Japón y, como era esperar, el
pueblo estadounidense se unió tras la bandera, conmocionado por lo que
al parecer era un cobarde ataque que él no podía saber había sido
provocado, y esperado, por su propio gobierno. Estados Unidos estaba
dispuesto a declarar la guerra a Japón y las perspectivas de una
victoria relativamente fácil apenas se veían reducidas por las pérdidas
sufridas en Pearl Harbour que, aunque aparentemente graves, distaban
mucho de ser catastróficas. Los barcos hundidos eran viejos, “la mayoría
de ellos reliquias de 27 años de la Primera Guerra Mundial” y estaban
lejos de ser indispensables para una guerra contra Japón. Por otro lado,
los modernos barcos de guerra, incluidos los portaaviones, cuyo papel
en la guerra iba a resultar crucial, no habían sufrido daños ya que por
casualidad (¿?) habían sido enviados a otra parte por órdenes de
Washington y estuvieron a salvo en el mar cuando se produjo el ataque
[17]. Con todo, las cosas no salieron exactamente como se esperaba ya
que unos días después, el 11 de diciembre, la Alemania nazi declaró
inesperadamente la guerra lo que obligó a Estados Unidos a hacer frente a
dos enemigos y a luchar una guerra mucho mayor de lo esperado, una
guerra en dos frentes, una guerra mundial.
En la Casa Blanca no
fue una sorpresa la noticia del ataque japonés a Pearl Harbor, pero la
declaración alemana de guerra cayó allí como una bomba. Alemania no
había tenido nada que ver con el ataque en Hawaii y ni siquiera conocía
los planes japoneses, así que FDR no consideró pedir al Congreso que
declarara la guerra a la Alemania nazi al mismo tiempo que a Japón. Es
cierto que las relaciones de Estados Unidos con Alemania se habían
deteriorado durante algún tiempo debido al apoyo activo de Estados
Unidos a Gran Bretaña y el deterioro había llegado hasta la guerra naval
no declarada del otoño de 1941. Sin embargo, como ya hemos visto, la
élite del poder estadounidense no sentía la necesidad de intervenir en
la guerra en Europa. Fue el propio Hitler quien declaró al guerra a
Estados Unidos el 11 de diciembre de 1941 para gran sorpresa de
Roosevelt. ¿Por qué? Solo unos días antes, el 5 de diciembre de 1941, el
Ejército Rojo había emprendido una contraofensiva frente a Moscú, lo
que provocó el fracaso del Blitzkrieg en la Unión Soviética. Ese
mismo día Hitler y sus generales se dieron cuenta de que ya no podían
ganar la guerra. Pero cuando solo unos pocos días después el dictador
alemán se enteró del ataque japonés a Pearl Harbor, parece que consideró
que una declaración de guerra alemana al enemigo estadounidense de sus
amigos japoneses llevaría a Tokio a corresponder con una declaración de
guerra contra el enemigo soviético de Alemania, aunque no lo exigiera el
Tratado Tripartito.
Con el grueso del ejército japonés
estacionado en el norte de China y, por lo tanto, capaz de atacar
inmediatamente a la Unión Soviética en la zona de Vladivostok, un
conflicto con Japón habría obligado a los soviéticos a estar en la
extremadamente peligrosa situación de una guerra en dos frentes, lo que
abriría la posibilidad de que Alemania todavía pudiera ganar su
“cruzada” antisoviética. Hitler creyó entonces que podría exorcizar el
espectro de la derrota llamando a una especie de deus ex machina
japonés a acudir a la vulnerable frontera siberiana de la Unión
Soviética. Pero Japón no cayó en la trampa de Hitler. Tokio también
despreciaba al Estado soviético, pero como ya estaba en guerra contra
Estados Unidos no se podía permitir el lujo de una guerra en dos frentes
y prefirió poner todo su dinero en una estrategia “meridional” con la
esperanza de ganar el gran premio del rico en recursos sudeste de Asia
en vez de embarcarse en una aventura en los inhóspitos confines de
Siberia. Sólo muy al final de la guerra, tras la rendición de la
Alemania nazi, se iban a producir hostilidades entre la Unión Soviética y
Japón. En todo caso, debido a la innecesaria declaración de guerra de
Hitler, a partir de entonces Estados Unidos también fue un participante
activo en la guerra en Europa, con Gran Bretaña y la Unión Soviética
como aliados [18].
En los últimos años el Tío Sam ha ido a la
guerra con bastante frecuencia, pero invariablemente se nos pide que
creamos que lo hace por razones puramente humanitarias, esto es, para
prevenir holocaustos, para impedir que los terroristas cometan todo tipo
de maldades, para deshacerse de malvados dictadores, para promover la
democracia, etc. [19]
Al parecer, los intereses económicos de
Estados Unidos o, más exactamente, de las grandes empresas
estadounidenses nunca están implicados en esas guerras. A menudo se
comparan estas guerras con la “guerra buena” arquetípica de Estados
Unidos, la Segunda Guerra Mundial, en la que se supone que el Tío Sam
fue a la guerra sin más razón que defender la libertad y la democracia, y
luchar contra la dictadura y la injusticia (por ejemplo, en un intento
de justificar su “guerra contra el terrorismo” y “vendérsela” a la
opinión pública estadounidense George W. Bush comparó rápidamente los
atentados del 11 de septiembre con el ataque a Pearl Harbor). Sin
embargo, este breve examen de las circunstancias de la entrada de
Estados Unidos en la guerra en diciembre de 1941 revela un panorama muy
diferente. La élite del poder estadounidense quería la guerra contra
Japón y hacía tiempo que estaban preparados los planes para esa guerra.
En 1941 Roosevelt organizó diligentemente esa guerra, no debido a una
agresión no provocada de Tokio y sus horribles crímenes de guerra en
China, sino porque las empresas estadounidenses querían una parte de la
exquisita gran “tarta” de los recursos y mercados del Lejano Oriente.
Por otro lado, como las principales empresas estadounidenses estaban
haciendo negocios maravillosos en y con la Alemania nazi, se
beneficiaban generosamente de la guerra que había provocado Hitler y,
por cierto, le proporcionaban el equipamiento y el combustible
necesarios para su Blitzkrieg, definitivamente la élite del poder
de Estados Unidos no quería la guerra contra la Alemania nazi, a pesar
de que había muchas razones humanitarias de peso para emprender una
cruzada contra el verdaderamente malvado “Tercer Reich”. Antes de 1941
no había ningún plan de guerra contra Alemania y en diciembre de 1941
Estados Unidos no fue voluntariamente a la guerra contra Alemania, sino
que “se vio empujado” a esa guerra por culpa del propio Hitler.
Las
consideraciones humanitarias no desempeñaron papel alguno en los
cálculos que llevaron a Estados Unidos a participar en la Segunda Guerra
Mundial, la “guerra buena” original de este país. Y no hay razón para
creer que lo hicieran según los cálculos que, más recientemente,
llevaron a Estados Unidos a librar supuestas “guerras buenas” en tierras
desdichadas como Irak, Afganistán y Libia, o que lo harán en la guerra
que se avecina contra Irán.
El Estados Unidos empresarial desea
ansiosamente una guerra contra Irán ya que alberga la promesa de un
vasto mercado y gran cantidad de materias primas, especialmente
petróleo. Como en el caso de la guerra contra Japón, están preparados
los planes para esa guerra y el actual inquilino de la Casa Blanca
parece igual de ansioso que FDR de hacer que ocurra. Además, de nuevo
como en el caso de la guerra contra Japón, ha habido provocaciones, esta
vez en forma de sabotaje e intrusiones por medio de drones, así como
por medio del despliegue a la vieja usanza de barcos de guerra justo al
límite de las aguas territoriales de Irán. Washington está otra vez
“clavando alfileres a serpientes de cascabel”, al parecer con la
esperanza de que la “serpiente de cascabel” iraní devuelva el mordisco y
justifique así una “espléndida pequeña guerra”. Sin embargo, como en el
caso de Pearl Harbor, la guerra que salga de ahí puede resultar ser
otra vez mucho más grande, larga y desagradable de lo esperado.
Jacques R. Pauwels es autor de El mito de la guerra buena: EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002, traducción de José Sastre.
Notas:
[1] C. Wright Mills, The Power Elite, Nueva York, 1956.
[2]
Citado en Charles Higham, Trading with the Enemy: An Exposé of The
Nazi-American Money Plot 1933-1949, Nueva York, 1983, p. 163.
[3] Robert B. Stinnett, Day of Deceit: The Truth about FDR and Pearl Harbor, Nueva York, 2001, p. 17.
[4] Citado en Sean Dennis Cashman, America, Roosevelt, and World War II, Nueva York y Londres, 1989, p. 56; .
[5] Edwin Black, Nazi Nexus: America’s Corporate Connections to Hitler’s Holocaust, Washington/DC, 2009, p. 115.
[6]
Floyd Rudmin, “Secret War Plans and the Malady of American Militarism”,
Counterpunch, 13:1, 17-19 de febrero de 2006. pp. 4-6, http://www.counterpunch.org/2006/02/17/secret-war-plans-and-the-malady-of-american-militarism
[7] Jacques R. Pauwels, The Myth of the Good War : America in the Second World War, Toronto, 2002, pp. 50-56 [ El mito de la guerra buena: EE.UU en la Segunda Guerra Mundial
, Hondarribia, Hiru, 2002, traducción de José Sastre ] . Las
fraudulentas prácticas del “ Lend-Lease” se describen en Kim Gold, “The
mother of all frauds: How the United States swindled Britain as it faced
Nazi Invasion”, Morning Star, 10 de abril de 2003.
[8] Citado en David Lanier Lewis, The public image of Henry Ford: an American folk hero and his company, Detroit, 1976, pp. 222, 270.
[9] Jacques R. Pauwels, “70 Years Ago, December 1941: Turning Point of World War II”, Global Research, 6 de diciembre de 2011, http://globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=28059.
[10] Rudmin, op. cit.
[11] Véase Howard Zinn, A People’s History of the United States, s.l., 1980, p. 305 ff. [La otra historia de los Estados Unidos, ed. rev. y corr. por el autor, Hondarribia, Hiru, 2005, traducción de Toni Strubel].
[12] Patrick J. Hearden, Roosevelt confronts Hitler: America’s Entry into World War II, Dekalb/IL, 1987, p. 105.
[13] “Anti-Japanese sentiment”, http://en.wikipedia.org/wiki/Anti-Japanese_sentiment
[14] Patrick J. Buchanan, “Did FDR Provoke Pearl Harbor?”, Global Research, 7 de diciembre de 2011, http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=28088 . Buchanan se refiere a un libro nuevo de George H. Nash, Freedom Betrayed: Herbert Hoover’s Secret History of the Second World War and its Aftermath, Stanford/CA, 2011.
[15] Stinnett, op. cit., p. 6.
[16]
Stinnett, op. cit., pp. 5, 9-10, 17-19, 39-43; Buchanan, op. cit.;
Pauwels, The Myth…, pp. 67-68. Para la intercepción por parte de Estados
Unidos de mensajes cifrados japoneses véase Stinnett, op. cit., pp.
60-82. La cita sobre las “ serpientes de cascabel ” proviene de
Buchanan, op. cit.
[17] Stinnett, op. cit., pp. 152-154. [18] Pauwels, “70 Years Ago…”
[19] Véase Jean Bricmont, Humanitarian imperialism: Using Human Rights to Sell War, Nueva York, 2006.
Fuente: http://www.globalresearch.ca/fall-1941-pearl-harbor-and-the-wars-of-corporate-america/28159
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