El diario
Los demócratas esperaban que la opinión pública escuchara a los testigos y creciera el apoyo al 'impeachment' contra el presidente, pero ha pasado justo lo contrario. Según las encuestas, en torno a un 90% de los votantes republicanos aprueba la gestión de Trump y apenas un 10% cree que hay que destituirlo |
Donald Trump ya está "impeached". La Cámara de Representantes ha aprobado oficialmente las acusaciones por abuso de poder y obstrucción,
y será el tercer presidente en ser juzgado en el Senado. ¿Por qué,
entonces, los demócratas están tan serios? Pues porque el riesgo que
corren es enorme y han tomado un camino que no se sabe muy bien a dónde
conduce.
La oposición a Trump vive en una encrucijada perversa: ¿cómo no iban a hacerle un impeachment,
si el mismo presidente reconoce que presionó a un gobierno extranjero
para que investigara a un rival político? ¿No es esa la definición de
‘abuso de poder’? Y más aún: si ha prohibido a sus asesores testificar y
se ha negado a entregar los documentos reclamados, ¿no es eso
obstrucción? El problema de los demócratas no está en los hechos del
caso, sino en la opinión pública.
El proceso de impeachment,
tal cual está diseñado, es una medida excepcional que solo puede
destituir al presidente si su partido le da la espalda. Es decir, para
que el Senado condene a Trump por mayoría de dos tercios y le quite el
cargo, casi uno de cada dos senadores de su partido tiene que
abandonarlo y eso solo puede suceder con una presión enorme por parte de
los votantes republicanos. Una presión que hoy no existe y que no
parece que vaya a llegar.
División, desinterés y poco margen de mejora
El país está dividido sobre el impeachment, pero el peor dato para los demócratas no es que ahora mismo haya un empate
entre los estadounidenses que quieren la destitución y los que no, sino
en cómo han evolucionado esas cifras. Los demócratas esperaban que, al
igual que con Nixon durante el Watergate, la opinión pública escuchara a
los testigos y creciera el apoyo al impeachment. Ha pasado justo lo contrario.
Desde que comenzaron los interrogatorios en la Cámara de Representantes, ha subido la popularidad de Trump
y ha bajado también algo el porcentaje de votantes que quiere su
destitución. Pero el problema mayor para los demócratas es que hay poco margen de mejora:
el 85% de los estadounidense tiene ya muy clara su opinión, a favor o
en contra de destituir a Trump, y parece poco probable que cambie. Al
15% restante le interesa bastante poco el tema, ya que en ese grupo son
poquísimos los que están siguiendo con atención el proceso.
Si
volvemos a la cuestión clave, la de si se puede persuadir a los votantes
republicanos de que abandonen a Trump y empujen a sus senadores, el
panorama es aún más sombrío: en torno a un 90% de ellos aprueba la
gestión de Trump y apenas un 10% cree que hay que destituirlo. Desde que
comenzaron los interrogatorios del impeachment esa cifra ha bajado, también entre los votantes independientes y particularmente en los estados clave donde se decidirá la elección presidencial del año que viene.
Los votantes no creen que sea tan importante
Sea porque el tema les aburre o porque creen que un juicio político no es tan importante a un año de las elecciones, los votantes tienen otras preocupaciones. A la hora de decidir a quién apoyar el año que viene, le dan el doble de importancia a la economía o la sanidad que al impeachment, que también queda por debajo del cambio climático.
Para
darse cuenta de esto no haría falta ni siquiera recurrir a esas
encuestas, el mejor termómetro está en los candidatos de las primarias
demócratas. Los políticos que pelean por sustituir a Trump están a favor
del juicio político, pero en campaña pasan poquísimo tiempo hablando de ello.
En sus mítines y encuentros con votantes es raro que les pregunten por
el presidente, la gente está más interesada en sus planes sobre
impuestos o en el modelo sanitario por el que apuestan.
A muchos líderes demócratas les parece que hacerle a Trump un impeachment era
una inexcusable cuestión de conciencia para dejar constancia histórica
de lo sucedido, pero muy pocos creen posible no ya la destitución, sino
el simple desgaste del presidente. Los republicanos que controlan el
Senado, por su parte, quieren finiquitar pronto el asunto con un juicio corto y sin testigos que acabe en una absolución rápida. Los demócratas que controlan la cámara pueden forzar la situación y no enviar al Senado la acusación formal
hasta que no reciban garantías de cómo se celebrara el juicio, pero es
muy poco probable que quieran alargar las cosas hasta la campaña. Los
votantes ya están dejando claro que el tema no les importa mucho.
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