Editorial La Jornada
Quienes gobiernan de facto en Bolivia enviaron ayer a España una
enérgica protestapor el incidente ocurrido el viernes pasado en la residencia oficial de nuestro país en La Paz, donde vecinos y efectivos policiales del país sudamericano hostigaron a la encargada de negocios y al cónsul de España, Cristina Borreguero y Álvaro Fernández, así como a sus escoltas. Según el régimen golpista, los diplomáticos españoles habrían llegado acompañados de
hombres encapuchados y armados, a sabiendas de que se trataba de sus guardias.
Más aún, funcionarios bolivianos aseguraron que los representantes
peninsulares habían llegado a la sede mexicana con el propósito de
llevarse furtivamente de allí a Juan Ramón Quintana, ministro de la
Presidencia del depuesto Evo Morales, quien se encuentra bajo la
protección de México y al que el régimen de facto acusa de
terrorismoy de
narcotráfico. Para colmo, el régimen que formalmente encabeza Jeanine Áñez exigió la salida del país de los españoles involucrados en el asunto.
Los hechos son mucho menos truculentos: los representantes de Madrid
acudieron a una visita de cortesía con la embajadora María Teresa
Mercado y mientras sus escoltas –pertenecientes al Grupo Especial de
Operaciones de la policía española– los esperaban afuera, vecinos
partidarios de las autoridades, respaldados por policías locales, los
acosaron y pretendieron videograbarlos, por lo que los guardaespaldas se
cubrieron el rostro y optaron por retirarse para evitar las
provocaciones. Cuando intentaron volver, con el fin de recoger a
Borreguero y a Fernández, una pequeña turba les impidió el paso y
zarandeó sus vehículos. A la postre, la encargada de la embajada de
España comunicó la situación a la encargada de las relaciones exteriores
de Bolivia, Karen Longaric, quien, al cabo de más de una hora, envió un
automóvil para que los diplomáticos españoles pudieran abandonar el
lugar. Posteriormente, la cancillería de Madrid señaló de manera
inequívoca que la visita de Borreguero y Fernández a la residencia
oficial mexicana
era exclusivamente de cortesía y niega rotundamente que pudiera tener como objeto facilitar la salida de las personas que se encuentran asiladasallí.
El incidente muestra hasta qué punto está resuelto a llegar el régimen de facto con
tal de inventar enemigos externos, en el afán de atizar un
patrioterismo que les permita ampliar su exigua base social. Sólo de esa
manera puede explicarse la gratuidad de la hostilidad y la
incontinencia de los golpistas para con México y ahora, para con España.
Tal empecinamiento no sólo denota la carencia de oficio, sino también
de sentido común, porque, habida cuenta de su falta de legitimidad
internacional, lo que menos necesitan los gobernantes bolivianos es un
pleito con el gobierno español. Cabe preguntarse en qué momento iniciará
el golpismo la fabricación de una crisis bilateral con Argentina, cuyo
presidente, Alberto Fernández, otorgó asilo al derrocado Evo Morales.
Lo cierto es que se trata de un juego insensato y peligroso porque
busca envenenar a la población boliviana con fobias absurdas y
animadversiones sin sentido en contra de diversos países y ciudadanos
extranjeros, y cuando se alimentan chovinismos de esa clase las
consecuencias pueden ser nefastas y duraderas. Cabe esperar que la
opinión pública de la infortunada nación hermana sepa mantenerse inmune a
esa campaña de odio y opte por preservar vínculos que deben seguir
caracterizándose por la fraternidad y la cooperación.
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