Al-Dabi Olvera*
“Te husmean la
boca/no sea que hayas dicho: te amo. Te husmean el corazón”, escribió el
gran poeta persa del siglo XX, Ahmad Shamlú, en su poema En este callejón sin salida de 1977.
Shamlú evidenció en estos versos la atmósfera del régimen del Shá de
Irán, anticipó la naciente República islámica, y, especialmente, criticó
el totalitarismo en cualquier época y forma.
Una década después, comenzó la imposición del proyecto neoliberal
como sistema global hegemónico. Conservadores y progresistas, incluso
aquellos que, como en Irán, tienen retórica antiestadunidense, fueron
permitidos en el concierto civilizatorio, siempre y cuando sean
capitalistas. Hoy no hay gobierno que no sea arrastrado por alguna
atadura al extractivismo y el dependentismo.
Pero la promesa de la paz y el orden neoliberal nunca fue cumplida.
Ni el fin de la historia ni el choque de civilizaciones ocurrieron, y
más bien conformaron el disfraz retórico que ocultaba el afán expansivo
neoliberal. Las cíclicas crisis (desde los 80 hasta 2008) fueron la
rueda con la que caminó el nuevo sistema global. Las afectaciones más
palpables golpearon a las clases populares de todo el mundo.
Desde la contracumbre y protesta de Seattle, acaecida en
noviembre-diciembre, justo hace 20 años, hasta las protestas de este
2019 en diversas latitudes, desde Ecuador y Chile en América Latina
hasta Irán, Irak, Líbano en Medio Oriente, y más allá: Argelia, Sudán,
Hong Kong, India, muestran que desde el principio el neoliberalismo fue
cuestionado.
La globalización no fue el triunfo de la libertad. Fue y es la etapa actual de la tiranía y la esclavitudescribieron los zapatistas ante el triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos en 2017. Los rebeldes mayas del sureste caracterizaban así el agotamiento del modelo neoliberal para la transformación en algo peor: una rancia fórmula chovinista como nuevo garante del sistema.
Este agotamiento del modelo, y las insurrecciones que lo evidencian,
alcanza a países muy disimiles. Irán por ejemplo, vive manifestaciones
extendidas a 200 ciudades. Es la mayor rebelión desde el inicio de la
República Islámica. El aumento de 200 por ciento del precio de los
combustibles por el moderado detonó la salida a las calles de las
mayorías del país golpeadas por las sanciones económicas estadunidenses
en 2015. En la pasada década, después del llamado Movimiento Verde, el
gobierno de Irán combinó su fundamentalismo religioso con el
fundamentalismo de mercado, y siguió los dictados de políticas de shock contra las clases populares.
El poeta iraní murió después del
fracasodel movimiento estudiantil de su país en 1999. Hasta entonces no dejó de escribir críticamente y preguntar:
¿cuánto falta para un nuevo nacimiento de la esperanza?Hoy parece llegar ese momento.
En el otro extremo, pero con iguales consecuencias, se encuentra su
vecino Irak. A 17 años de la invasión encabezada por Estados Unidos, y
tras una guerra civil que ha causado más de 200 mil muertos, la nueva
democracia exportada por los estadunidenses sólo ha traído miseria. Así,
la población joven tuvo que levantarse en este octubre en protestas por
razones parecidas: las terribles condiciones de los servicios públicos
(incluida la insalubridad del agua) y la rampante corrupción.
Todos estos países vivieron a lo largo de la época neoliberal un
proceso gradual de precarización de la vida mediante políticas de shock y recortes de políticas que beneficiaban a los más desfavorecidos.
Así, en este cambio epocal, los Estados responden con violencia: 800
muertos en Irán, 400 en Irak, y las cifras de asesinados que ya
conocemos en Chile y Bolivia, además de desapariciones, uso de milicias
contra manifestantes, cancelación del servicio de Internet para evitar
la difusión de la protesta y la denuncia.
Diez años después de las llamadas primaveras árabes –y de otros
movimientos en Grecia y hasta México, y la imposición de regímenes
terribles– las poblaciones insurrectas de este 2019 tienen un reto
mayor: pensar su horizonte en otra clave, a la vez dentro y a la vez
fuera de las grandes fechas y las demandas frente a los gobiernos. El
cambio de enfoque está en su existencia misma. En ellas como fundación
de comunidad y formas de vida diversas; formas que comienzan con un
gesto, un freno, un levantamiento contra el viejo régimen hace pocas
décadas presentado como nuevo.
En Irán, por ejemplo, la quema de bancos y de símbolos de la
república fundamentalista, y que continúan con espacios liberados y
reconstituidos desde abajo, como la Plaza Tahrir de Irak. El periodista
del Washington Post Mustafa Salim lo define así:
La plaza Tahrir se ha convertido en un templete del tipo de sociedad en el que los manifestantes dicen que quieren vivir.En Tahrir cientos de personas proveen de comida gratis, decenas de voluntarios médicos dan atención. Se barre por las mañanas, prenden velas por sus muertos y anotan sus nombres con caligrafía en las paredes. La población tomó edificios vacíos alrededor de la plaza, generaron su electricidad y formaron bibliotecas en él.
El reto frente al chovinismo global, la nueva actualización del
capital, no es menor. Y aunque pareciera que las insurgencias no tienen
un plan: ellas son el plan, dice el politólogo Benjamin Arditi. Así, la
renuncia de los primeros ministros de Líbano e Irak son poca cosa
comparado con la bella paradoja del mundo distinto que es el quehacer
del otro mundo posible, generado diariamente, presente en todo el mundo:
los cabildos chilenos, los cantones del Kurdistán sirio, y la semilla
de la primera rebelión contra el neoliberalismo que son los pueblos
zapatistas, los cuales multiplicaron sus caracoles autónomos a mediados de este año, con la certeza que canta la poeta palestina Fadwa Tuqan, saben que:
más allá de las fronteras de la noche/el sol nos sigue esperando, y la luna.
* Cronista
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