León Bendesky
La victoria del Partido
Conservador fue contundente. En la elección del pasado 12 de diciembre
los votantes prefirieron con creces un gobierno liderado por Boris
Johnson y dieron un duro golpe a los laboristas y a su líder Jeremy
Corbyn.
Esta elección estaba marcada por el largo conflicto en torno del Brexit,
mismo que definió la lucha política en Gran Bretaña en los últimos tres
años. La disputa costó el puesto en ese lapso a dos primeros ministros
conservadores: Cameron y May, pero acabó dando un mandato indiscutible a
Johnson. Ahora podrá finalmente negociar la salida de la Unión Europea y
también gestionar la agenda conservadora en materia económica y social.
La debacle laborista fue contundente; el partido obtuvo el menor
número de parlamentarios desde 1935. El resultado, ciertamente, ha
puesto en la mira el efecto que el Brexit tuvo sobre el electorado; el partido de Nigel Farage contribuyó al triunfo de los tories;
la jornada electoral equivalió a un referendo sobre la salida de la
Unión Europea. Pero fue, igualmente, una masiva retirada del voto
laborista ante el liderazgo de Jeremy Corbyn. Según parece, este último
fue el factor decisivo de la derrota.
Corbyn no planteó de modo decisivo su postura sobre el Brexit
y más bien parecía especular con ella buscando beneficiarse de los
vientos cambiantes al respecto. Así, fue víctima del largo desgaste
político y social producido por ese caso. El líder laborista fue
señalado por posturas antisemitas, lo que provocó denuncias de diversos
frentes y renuncias de miembros del partido. También Johnson ha sido
señalado por sus inclinaciones islamofóbicas.
La situación política abre de nuevo el asunto de Escocia. El triunfo
del Partido Nacionalista Escocés y la abrupta caída del laborismo en ese
país abren de nuevo la puerta a un referendo por la independencia.
Nicola Sturgeon, la jefa del gobierno, ha dicho que Johnson no tiene
derecho a interponerse en ese camino. La unión del reino está en
cuestionamiento, resultado esperable del Brexit, y ahora, además, por el triunfo conservador.
Un asunto significativo de la elección fue que los conservadores
tuvieron mejores resultados en aquellos lugares en los que bajó la
participación de los votantes respecto de la elección de 2017. Esto
ocurrió principalmente en los distritos mayoritariamente laboristas.
Todo apunta a la pobre atracción de Corbyn y sus propuestas entre los
votantes del propio partido y sus simpatizantes. En la última fase de
la campaña emitió un manifiesto político titulado Es tiempo de un cambio real, un muy ambicioso plan de intervención pública en sectores clave en materia social, económica y ambiental.
Uno de los asuntos álgidos en disputa en Gran Bretaña tiene que ver
con el sistema público de salud; el manifiesto proponía una fuerte
intervención en esta materia para contener las medidas de privatización
que se están imponiendo. Del mismo modo se ofrecía nacionalizar áreas de
la economía privatizadas desde hace décadas, como es el caso de
ferrocarriles, agua, correo y provisión de energía.
El poco eco del manifiesto laborista, presentado a destiempo, parece
indicar que las medidas económicas impulsadas por Margaret Thatcher
entre 1979 y 1990 se han ido asentando, que la gente responde de modo
distinto a la que quiere hacer el gobierno y la manera en que interviene
en la economía y en los asuntos públicos y, en ocasiones, en los de
índole privada.
Las propuestas de Corbyn, como lo exhibió el resultado electoral, no
reforzaron su proyecto político. Tras la derrota, declaró que se sentía
orgulloso del manifiesto. Esto es irrelevante, pues el caso es que con
el nuevo gobierno conservador, que puede durar cinco años, hay en
realidad pocas, si no es que nulas, posibilidades de que algo de su
contenido se aplique.
Estas cuestiones indican la naturaleza de las disputas políticas que
surgen hoy en muchas partes del mundo y que no pueden seguirse
planteando en los términos convencionales del análisis político. No es
cuestión trivial, sino exigencia, plantearse qué es lo que quieren las
poblaciones respecto de sus gobiernos y hasta dónde están dispuestas a
llegar.
Jonathan Freedland, columnista de The Guardian, planteó esta
cuestión en el caso de la elección británica de hace unos días.
Escribió el pasado viernes 13: “Podemos estar enojados por la victoria
de los tories en esta elección, pero debemos sentir una ira
equivalente respecto de quienes lo han permitido. Hablo de aquellos que
llevaron al principal partido de oposición hacia un callejón sin
salida…Vista la magnitud de esta calamidad: perder frente a un gobierno
que ha generado nueve años flacos, que pretendió un cuarto periodo que
casi nunca se ha concedido; un gobierno tan dividido internamente, que
purgó a dos cancilleres anteriores y algunos de sus mejores miembros del
Parlamento, liderado por un mentiroso…Un partido de oposición que
funcionara sólo a medias hubiese barrido con los tories, pero en lugar de eso fue aplastada por ellos”.
Los políticos deben preguntarse qué quieren de ellos los ciudadanos,
hasta dónde pueden llegar y cuánto tiempo duran con alguna frescura en
el poder. En este caso, Corbyn no se salva y Johnson lo puede descubrir
pronto.
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