Las medidas económicas
del gobierno de Mauricio Macri en Argentina han sido devastadoras:
endeudaron al país por 100 años y entregaron prácticamente la soberanía
al Fondo Monetario Internacional. Incrementaron la pobreza hasta el 41%
de la población, que incluye la pérdida de derechos y servicios básicos.
El transporte público aumentó las tarifas en un 100%, el agua y gas en
más del 300%, la luz en un 500%, las medicinas un 50%. La desocupación
creció hasta superar el 10%, cosa que no ocurría desde hace muchos años.
Hay que agregar el desmantelamiento casi total de la industria y la
desaparición a gran escala de las pequeñas empresas. Y para completar la
idea de esta catástrofe, hay que mencionar que el riesgo país subió
hasta superar los 2.000 puntos. Un auténtico desastre. A tal punto que
el nobel de economía, Paul Krugman, dijo que está tratando de entender
semejante desastre.
Se trata de la aplicación disciplinada de las
normas neoliberales dictadas por el FMI y otros organismos financieros
internacionales. No es la primera vez que ocurre en Argentina e igual
que en las ocasiones anteriores el ciclo termina con una hecatombe
generalizada.
Rajoy en su momento y Rivera tiempo después
destacaron la “eficacia” de esas medidas económicas y elogiaron el rumbo
que había tomado el macrismo para superar “populismos” anteriores.
No
hace mucho Felipe VI –en su última visita a Buenos Aires- rompió el
molde de prudencia que los reyes tenían para opinar de otras cuestiones
que excedieran el protocolo y apoyó explícitamente las medidas
económicas del Gobierno de Macri que, según él, habían puesto al país en
el rumbo adecuado.
Es muy difícil entender y más aún aceptar
esos elogios ante un panorama tan extremadamente desolador. Peor aún si
se tienen en cuenta las consecuencias terribles y hasta trágicas en
muchos sentidos, que esas medidas tuvieron en la clase trabajadora y
amplios sectores populares.
Aun entendiendo las similitudes ideológicas, es inevitable la pregunta ¿por qué ese apoyo a un Gobierno tan espantoso?
Entonces
aparecen las mas de 300 empresas españolas que operan en Argentina,
incluidas 16 de las del Ibex 35. Precisamente entre los escasos
beneficiarios de ese desbarajuste macrista figuran las empresas
multinacionales para las cuales no hay restricciones de ninguna
naturaleza. Es decir, el apoyo de Rajoy, Rivera y el rey Felipe VI tiene
como referencia el beneficio económico de las empresas españolas. No
considera, por supuesto, el sufrimiento de la mayoría del pueblo
argentino. Los derechos humanos se reservan única y exclusivamente para
Venezuela, donde los negocios de esas empresas no resultaron tan
beneficiosos en los primeros tiempos de la revolución bolivariana.
Lo que vendrá
Alberto
Fernández, todavía ni siquiera presidente electo pero casi con toda
seguridad futuro presidente de Argentina junto a Cristina Fernández,
estuvo en España para, entre otras cosas, reunirse con empresarios y
políticos españoles y dejarles la tranquilidad de que no habrá cambios
radicales. Algo tendrá que cambiar al principio, naturalmente, para
llevar un alivio a la gente duramente castigada por el macrismo. Al
menos una pausa que reponga a los sectores populares y les permita algo
de esperanza.
Los medios españoles que califican al kirchnerismo
como un peronismo de izquierda tratando de demostrar sus intenciones
maléficas, irán modificando esos calificativos tremendistas a medida que
los futuros mandatarios prometan no tocar sus bolsillos.
¿Pero es el kirchnerismo un partido peronista de izquierda?
Como
es sabido el peronismo que fue en sus inicios –a mediados de los años
40- un movimiento nacional y popular, que tenía su epicentro en la clase
obrera y sus enemigos en la oligarquía autóctona, abarcaba un amplio
abanico ideológico: desde John W. Cooke en la izquierda, hasta el
profundo anticomunista Jorge D. Paladino, incluida una fuerte y
tenebrosa burocracia sindical. Perón iba manejando las prioridades según
las circunstancias y las situaciones políticas. Nunca se declaró de
izquierda. En todo caso alentaba la tercera vía. Ni yanquis ni
marxistas, era la consigna finalmente más representativa.
Para no
abundar en detalles de sobra conocidos, digamos que con el tiempo y
sobre todo después de la vuelta de Perón a la Argentina en 1974 cuando
se volcó decididamente a la derecha, despreciando y hasta reprimiendo
violentamente a los sectores izquierdistas (no solo a los Montoneros),
el peronismo perdió totalmente su significado y todo el mundo fue
peronista para ganarse los votos de la mayoría. Hasta el mismo Macri
descubrió un busto de Perón, hace unos años, junto al sindicalista
Moyano.
El kirchnerismo es uno de los tantos partidos que se
proclaman peronista. Pero de ninguna manera de izquierda. El mismo
Néstor Kirchner lo dejó claro más de una vez. “Nosotros no somos de
izquierda” ha dicho en varias oportunidades.
Por su parte
Cristina Fernández cuando fue presidenta dijo que su objetivo era lograr
un “capitalismo serio”. Es decir un capitalismo que, en todo caso,
reparta mejor la riqueza.
Alberto Fernández, en tanto, que alguna
vez estuvo en una lista electoral con Domingo Cavallo, un economista de
la ortodoxia neoliberal, y que se enfrentó a Cristina Fernández cuando
la expresidenta trató de aplicar un impuesto a las exportaciones
agrícolas, se autodefine como un político pragmático. También estuvo en
contra de la ley de medios que propiciaron los Kirchner, para derogar la
decretada por la dictadura militar.
Es decir, y para resumir, de
ninguna manera puede entenderse al kirchnerismo desde la izquierda. Y
tampoco suponer que afectará seriamente los intereses del poder
económico. El futuro presidente, los miembros de su futuro equipo
económico, la misma Cristina Fernández, no se cansan de anunciar que
piensan pagar hasta el último céntimo al FMI y demás acreedores, sin
quita alguna.
Entonces ¿por qué los medios españoles se empeñan en señalarlo como un partido peronista de izquierda?
La única respuesta que se me ocurre es que abren el paraguas antes de que llueva. Porque piensan que mas vale prevenir.
Son así de cuidadosos.
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