El
próximo 6 de noviembre en EE. UU. se elegirán a 435 representantes en
la Cámara y se renovará o sustituirá a un tercio de los senadores, cuyo
mandato es refrendado cada dos años. El resultado determinará qué
partido se hará con el control de ambas cámaras durante el resto del
periodo presidencial, condicionando la agenda legislativa, el
presupuesto gubernamental y la función de control al Ejecutivo.
Una de las claves para entender la
votación es que un 68% del electorado registrado votará a un partido u
otro según su capacidad de controlar el Congreso. Además, un 60% lee
estas elecciones como una especie de plebiscito a favor o en contra de
Trump, según una encuesta de Gallup.[1]
Es decir, priman los factores de política interna sobre los de política
exterior, como ha sido tradicionalmente, a diferencia de momentos
históricos puntuales.[2] Los sectores afines al Gobierno afirman que las elecciones de medio periodo (midterm elections) están basadas en la economía, que estaría “funcionando muy bien”.[3]
Se anticipaba, para esta ocasión, una
‘ola demócrata’ que barrería con los republicanos en el Senado y la
Cámara de Representantes; sin embargo, el escenario es complejo. Si el
Partido Demócrata logra controlar ambas cámaras, podría bloquear la
acción de gobierno de la Administración Trump y condicionar la agenda
legislativa. Si obtiene una mayoría en el Senado, podría bloquear las
designaciones del Gabinete presidencial y los nombramientos al Tribunal
Supremo. Para llevar a cabo un impeachment contra Trump se
necesitarían dos tercios de los votos de senadores. El voto republicano
en el Senado debería dividirse y votar en contra de Trump, incluso
aunque los demócratas ganaran todos los escaños en noviembre.
Estos rasgos, y un mayor entusiasmo por
las elecciones de medio periodo -respecto de las anteriores- son
característicos de la coyuntura política actual, en la que la
Presidencia de Trump ha alentado el debate político al interior de la
sociedad estadounidense. Pero en este debate hay quienes dan importancia
a cómo incidirán los aspectos internacionales, inseparables de la
propuesta presidencial del America First.[4]
Elecciones de medio periodo y América Latina y Caribe (ALC)
Las elecciones tendrán un impacto
fundamental en las relaciones exteriores (habrá recambio tanto en el
Comité de Relaciones Exteriores del Senado como en el Comité de Asuntos
Exteriores de la Cámara) y en las políticas de seguridad interna. Esto
impactará en las relaciones con América Latina y Caribe (ALC).
En caso de que los republicanos
mantengan mayoría en el Senado, el presidente del Comité de Relaciones
Exteriores, Bob Corker (Tennessee) sería reemplazado, probablemente, por
James Risch (Idaho),[5]
quien se autoproclama como uno de los miembros “más conservadores” del
Congreso. Como segunda opción figura Marco Rubio (Florida).[6]
Esto reforzaría las políticas conservadoras hacia ALC, considerando su
dura actitud frente a Cuba y Venezuela, y una posible priorización de
las cuestiones hemisféricas. No obstante, si Rubio decide postularse
para las presidenciales de 2022, no le convendría asumir este cargo.
Si los demócratas se imponen en el Senado, el cargo quedaría entre Bob Menéndez[7] (New Jersey) y Benjamin Cardin[8]
(Maryland). En principio, habría pocas diferencias entre el republicano
Marco Rubio y Menéndez, quien también muestra una dura actitud hacia
ALC, en particular hacia Cuba y Venezuela. Le daría también prioridad a
cuestiones hemisféricas. Además, Menéndez tiene un enfoque hostil a
Rusia que podría chocar directamente con la postura presidencial.
Cardin, por su parte, es -junto con Rubio- responsable de la Ley Cardin,
que establece sanciones económicas a Venezuela.[9]
Respecto del Comité de Asuntos
Exteriores de la Cámara de Representantes -presidido por el republicano
Ed Royce (California)- los principales candidatos a encabezarlo son
Michael McCaul[10] (Texas), Steve Chabot[11] (Ohio) y Chris Smith[12]
(New Jersey), siendo el más probable McCaul, actual presidente del
Comité de Seguridad Nacional de la Cámara Baja y conocido por su lucha
“contra el terrorismo y el extremismo violentos”.
Del lado de los demócratas, el candidato sería Eliot Engel[13]
(Nueva York), famoso por su dura posición contra Irán y por su
pragmatismo centrista. Con respecto a ALC, se opone a la política
migratoria de Trump afirmando que, en lugar de restringir la migración,
EE. UU. debe reducir el tráfico de drogas, aumentar la seguridad, la
cooperación económica y ayudar a resolver las crisis económicas en la
región.[14]
En caso de presidir el Comité, probablemente presione para profundizar
las investigaciones sobre el “intervencionismo ruso” en las elecciones.
El nuevo TLCAN
Los resultados de las elecciones de medio periodo pueden tener gran impacto en la aprobación del nuevo USMCA (U.S.-Mexico-Canada Agreement)
que sustituye al Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN). El UMSCA debe ser ratificado por el Congreso estadounidense
después de su firma, prevista para el 1 de diciembre. Tanto una victoria
demócrata en la Cámara como una republicana en el Senado pueden
dificultar los planes de Trump. Una mayoría republicana en el Senado no
garantiza su validación por esta bancada, pues existe disconformidad en
las filas del propio partido con las políticas ‘proteccionistas’ del
presidente. Si el nuevo TLCAN se interpreta en esa lógica o en la de un
cambio cosmético diseñado para reforzar a la Administración Trump,[15] podría ser rechazado. El America First de Trump que ha llevado a la guerra comercial con China podría padecer las mismas dificultades con una Cámara demócrata.
Uno de los senadores republicanos que será reemplazado en estas elecciones porque finaliza su mandato es Jeff Flake,[16]
senador por Arizona, quien se ha destacado por presentar resoluciones
defendiendo la importancia del TLCAN para los intereses estadounidenses.[17]
Paradójicamente, Trump podría encontrar aliados para su causa contraria
al TLCAN entre las filas demócratas (de volver a ser elegidos en la
Cámara representantes como la demócrata Marcy Kaptur,[18] muy crítica con el TLCAN).[19]
La política exterior y la ‘defensa de la democracia’ en ALC
La supuesta ruptura de la política exterior estadounidense realizada por Trump[20] podría encontrarse con dificultades, en caso de ganar los demócratas las elecciones a la Cámara. El sector del establishment estadounidense vinculado a la burocracia estatal que trasciende la alternancia presidencial -conocido como Deep State–
puede reforzarse y encontrar aliados en la Cámara Baja para bloquear
las iniciativas presidenciales en el ámbito de la política exterior.
Esto podría afectar, sobre todo, las relaciones con la Federación de
Rusia y a los movimientos de aproximación y aparente distensión con
Corea del Norte. El impacto no sería tan drástico en las relaciones con
ALC que, en términos generales, son observadas desde una misma
perspectiva ‘monroísta’ por republicanos y demócratas. Y, si coinciden
Rubio y Menéndez en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado,
supondrán un contrapeso al presionar al presidente para tomar más
acciones contra los ‘enemigos’ de EE. UU. en ALC: Cuba y Venezuela.[21]
La ‘defensa de la democracia’ podrá
seguir en la forma de sanciones económicas y presión diplomática, pero
es probable que el sector más retóricamente beligerante del Gobierno
estadounidense -con Donald Trump a la cabeza- pierda margen de maniobra
en algunos temas clave con la nueva correlación de fuerzas. El
contrapeso al Ejecutivo de los sectores demócratas en la Cámara de
Representantes quizás permita que quienes apuestan por la apertura
comercial con Cuba y el mantenimiento de los negocios petroleros con
Venezuela refuercen sus posiciones y compensen el influjo que una
mayoría republicana tendría en las relaciones exteriores desde el
Senado. Esto no significaría un cambio de rumbo en la política exterior
de la Administración Trump después de las elecciones de medio periodo
sino la existencia de mayores limitaciones institucionales a su agenda
(si es que existe una agenda predeterminada, más allá de las líneas que
Donald Trump, sus asesores más cercanos y sus consecutivos secretarios
de Estado van marcando sobre la marcha). De hecho, la limitación podría
venir, incluso, desde los sectores moderados de su partido presentes en
el Senado.
La política migratoria de Trump y su rechazo
La política migratoria de EE. UU. afecta
particularmente a la economía, la política y vidas cotidianas de
personas provenientes de países centroamericanos. El 20 de agosto, Trump
anunció que aguardará los resultados de las elecciones del 6 de
noviembre para presionar ante el Congreso por la aprobación de la
reforma migratoria, considerando que sus decretos antiinmigración no han
sido apoyados en el Congreso.[22]
En febrero de 2018 se rechazó un
proyecto de reforma migratoria de la Casa Blanca que incluía 25.000
millones de dólares para el refuerzo de las fronteras: sólo consiguió 39
votos a favor en el Senado (60 votos en contra, 17 de senadores
republicanos).[23]
Al mes siguiente, el Congreso aprobó el presupuesto para lo que restaba
del año fiscal 2018, pero sin otorgarle a Trump los fondos totales que
reclamaba para su plan de reforma migratoria.[24]
El proyecto de ley HR 4760 de junio 2018 tampoco fue aprobado.[25]
Presentado en enero por un grupo de republicanos encabezado por Bob
Goodlatte (Virginia, presidente del Comité Judicial de la Cámara de
Representantes) y Raúl Labrador (Idaho, presidente del Subcomité de
Inmigración y Seguridad Fronteriza)[26],
fracasó con 231 votos en contra (41 de representantes republicanos) y
193 a favor. También habían respaldado la iniciativa los congresistas
Michael McCaul (Texas, presidente del Comité de Seguridad Nacional del
Comité Judicial de la Cámara) y Martha McSally (Arizona, presidenta del
Comité de Seguridad de la Subcomisión de Seguridad Marítima y
Fronteriza).[27]
A finales de ese mes, la Cámara de Representantes volvió a rechazar
-con 301 votos en contra y sólo 121 a favor- una iniciativa respaldada
por Trump, patrocinada por Bob Goodlatte y por el presidente de la
Cámara, Paul Ryan (Wisconsin), que incluía la residencia provisional
para los dreamers a cambio de 25.000 millones para la seguridad fronteriza.[28]
Las disputas internas
En el bando republicano destaca que el
Senado ha confirmado a Brett Kavanaugh como nuevo miembro vitalicio del
Tribunal Supremo. Kavanaugh fue acusado de abuso sexual, lo que generó
un escándalo mediático con incidencia en la opinión pública. Se condensa
así un giro a la derecha, crucial en temas como aborto y matrimonio
gay, entre otros, y lo más relevante es que se trata de una victoria
clave de Trump a casi un mes de las elecciones. Por otra parte, en
agosto murió el senador McCain, una de las voces republicanas en contra
de Trump y con capacidad de disputarle cierto liderazgo. A esto se suma
la falta de apoyo de parte de los republicanos en el Congreso, que
votaron en contra de las políticas migratorias de línea dura.[29]
En cuanto a los demócratas, destaca una
suerte de ‘efecto Sanders’, pues luego de las últimas elecciones
presidenciales viene avanzando el ala progresista del partido, tanto en
proyectos como Medicare-for-all, como en elecciones primarias
(triunfos de Alexandria Ocasio-Cortez, en Nueva York, y Ayanna Pressley,
en Massachussetts). Hay una mayor participación de mujeres, jóvenes y
migrantes que presionan al establishment del partido. Las
campañas se centraron en cuestiones como identidad y diversidad, pero
también se caracterizaron por la demanda de impuestos más altos para los
más ricos, mayor protección a mujeres y migrantes, y el pedido de
cambio radical en la regulación de las drogas y del sistema judicial y
carcelario.[30] Estos reclamos coinciden con varios de los aspectos planteados en la campaña presidencial de Sanders.[31]
Factor Rusia
Al igual que durante la Guerra Fría,
cuando el enemigo declarado era el comunismo, o después del ataque a las
Torres Gemelas, cuando el enemigo fue identificado con el ‘terrorismo
global, en la actualidad el enemigo señalado (incluso desde los sectores
más liberales) es Rusia. Se tiende, así, a poner en un segundo plano
las cuestiones políticas y económicas al interior de EE. UU., que vienen
generando fricciones intrapartidarias, tensiones entre agencias del
Gobierno y la Casa Blanca, o entre el sector privado y el
‘proteccionismo a la Trump’, etc. Se postula a Rusia como el verdadero
enemigo de la nación, debido a la supuesta intervención en las pasadas
elecciones presidenciales (nunca probada fehacientemente) y por la
amenaza de intervención en los próximos comicios del 6 de noviembre.[32]
Conclusiones
En un mes pueden pasar muchas cosas. Se
trata de un tiempo largo en términos de posicionamientos y encuestas de
cara a las elecciones. Puede haber más sorpresas como la del
nombramiento de Kavanaugh quien fue aprobado ‘contra viento y marea’,
pero que le ha dado un punto más a Trump. En asuntos de política
exterior, podría esperarse que, de obtener mayoría los demócratas, se
limitarán algunas políticas de línea dura que, en caso contrario,
podrían verse reforzadas, sobre todo si los republicanos se mantienen en
el Senado, y Rubio y Menéndez coinciden con puestos de relevancia en el
Comité de Relaciones Exteriores. No obstante, debe tomarse nota de que,
hasta el momento, los lineamientos impartidos desde la Casa Blanca no
han sido bienvenidos en el Congreso, siendo rechazados incluso por
miembros del propio partido gobernante. El recambio de representantes,
en caso de favorecer a los republicanos, podría augurar una modificación
en este sentido, otorgando mayor respaldo a Trump si salen elegidos
miembros del ala radical de su partido, lo que podría implicar mayores
incertidumbres y tensiones con ALC (en particular con los gobiernos ‘no
aliados’).
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