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lunes, 29 de octubre de 2018

Lecciones farianas


Los dos volúmenes de Memorias Farianas (Editorial La Imprenta, Bogotá 2018) presentan las entrevistas realizadas por Jesús Santrich a militantes que han dado loables ejemplos de dignidad. Como siempre, la mejor manera de desarrollar su potencial es leyéndolos a la luz del presente y de las perspectivas de futuro. Descubriremos entonces que sigue siendo actual la antigua y clásica advertencia de que la historia puede enseñar a evitar desastres de difícil solución. Por ejemplo, casi al final del segundo volumen se detalla la larga lista de fallidos intentos de «paz», incluso poniéndoles nombres: «paz masacrada», «paz para derrotados», «posibilidades de paz» abortadas desde el interior del Estado, «paz frustrada», «diálogo y paz como perfidia de un régimen perverso»…(Vol. 2, pp. 175-204) Y la pregunta que nos corroe es: Teniendo en cuentas tantas «paces» farisaicas y tramposas: ¿cómo debemos denominar a la que ha vuelto a fracasar ahora?
Pero empecemos por el principio: «Si analizamos el contexto económico de 1923 a 1928 en el que se da un incremento de las fuerzas productivas como consecuencia, entre otras cosas, de la expansión cafetera, del enorme incremento de divisas como producto del flujo de dólares por concepto del robo de Panamá […] conllevó un final de década con una Colombia con características de un país de estructura social capitalista, ya con una clase obrera diferenciada» (Vol. 2, p, 13). A consecuencia de ello, se agudiza el conflicto entre la burguesía en ascenso y los latifundistas tradicionales. Las luchas del proletariado, si bien en aumento, siguen centradas en la reducción de precios básicos y en la subida salarial. El choque entre burguesía y terratenientes, más la aparición de un proletariado cada vez más combativo hace que «lo que sobreviene es una explosión de conflictos sociales y la evidenciación de la incapacidad de la hegemonía conservadora para solucionarlos» (Vol. 2, p. 14)
No debe sorprender por tanto que en junio de 1929 se produjeran fuertes protestas contra la corrupción del régimen, y que fueran aplastadas por la represión brutal: «Esto indica que, claro, el movimiento de masas es una condición indispensable para los cambios sociales, y ello no lo pierde de vista el movimiento revolucionario, sólo que lo que también demuestra la historia es que si no hay un respaldo armado a esta resistencia de las masas, no hay garantía de freno a los abusos del régimen que representa los mezquinos intereses de la oligarquía» (Vol. 2, p. 17) Empiezan, así, a sentarse las bases de lo que sucederá más tarde, cuando las protestas populares, obreras, campesinas, indígenas… muestren una y otra vez sus límites organizativos al no saber ni poder dar el salto a la interrelación de todas las formas de conquista de la libertad.
La situación límite a partir de la cual sectores sociales inician la lucha armada es el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, dirigente del ala progresista del liberalismo. En febrero de 1948 Gaitán organizó la gigantesca Marcha del Silencio con decenas de miles de asistentes portando banderas negras, de luto, en honor de los asesinados por la derecha (Vol. 2, p. 209) Tal demostración de fuerza popular le legitimó para avanzar en medidas democráticas y sociales que beneficiaban al pueblo y limitaban los privilegios de la clase dominante y del imperialismo yanqui, que deciden asesinarlo «contando con la siniestra mano de Washington» en abril de ese año. (Vol. 2, p. 25)
Fueron varios los partidos que crearon guerrillas, siendo las dos corrientes políticas más importantes la liberal y la comunista, de la que saldrían las FARC-EP «El pueblo sabe que nuestra lucha nació para enfrentar las injusticias, para que el campesino, el indígena, la gente más pobre y desamparada sean respetados, que no se atente contra sus vidas, que se les reconozca el derecho a la vivienda, a la salud, a la educación y a la tierra, sí, a la tierra, la tierra para trabajarla y hacerla producir en beneficio de todos […] Yo soy fariano, soy un revolucionario, durante toda mi vida he combatido por una Colombia mejor, donde impere la justicia social. Soy un convencido de que eso es posible lograrlo» (Vol. 1, pp. 180-181)
En un principio, ambas corrientes establecieron una alianza para derribar la dictadura e instaurar una democracia burguesa avanzada. Los comunistas buscaban crear y expandir el Frente Democrático para aunar fuerzas contra las injusticias en aumento. La alianza con las guerrillas liberales era tensa porque estas sabían de la superioridad de los comunistas en organización, disciplina y autosuficiencia (Vol. 2, pp. 20-21), porque para los revolucionarios: «El orden y la disciplina eran el arma primordial, en contraste con el bandolerismo que iba caracterizando a los guerrilleros liberales de los Loaiza. Mientras que en éstos reinaba el individualismo, todo era bien de todos, incluso lo recuperado en combate por uno u otro guerrillero. Estas diferencias hicieron que cada vez las acciones conjuntas tuvieran más complicaciones y se diera el distanciamiento progresivo» (Vol. 1, p. 64)
La fuerza armada liberal «Era una guerrilla con un comportamiento muy diferente del nuestro, se conducían muy a la libre […] no tenían solidez en su dirección, entonces era un poco complicado ponerse de acuerdo con todos, y lo que nosotros más deseábamos era ver cómo se definía un acuerdo de unidad (Vol. 1, p. 118) Esta diferencia entre individualismo burgués solidaridad comunista fue una de las razones por las que, en el momento de la traición liberal, muchos de sus guerrilleros asumiesen los valores comunistas integrándose en sus unidades (Vol. 1, p. 42)
Pero no caigamos en interpretaciones idílicas de la vida en la guerrilla, porque «otra cosa tiene que ver con el trato que los guerrilleros se dan entre sí. Me imaginaba que no había ningún tipo de discordia entre ellos, y eso me lo imaginé al ver el trato tan especial que siempre tienen los combatientes con la población. Resulta que, si bien hay fraternidad, en medio de ella hay discusiones, críticas fuertes, etc. Otras cosas coincidían con la idea que traía de la vida civil, pero la realidad siempre desborda lo que uno imagina, como por ejemplo lo dura que es la vida guerrillera y los sacrificios que hay que hacer» (Vol. 2, p. 74) Por esto mismo, para mantener la armonía, era decisiva la pedagogía de la práctica: «Marulanda daba ejemplo de sacrificio como el primero y desde el comienzo enseñó y practicó principios de igualdad y de justicia, ahí lo que se conseguía llegaba al campamento, o donde estuviéramos, y era de todos» (Vol. 1, p. 168)
La burguesía presiona a los liberales para que ataquen a los comunistas. El imperialismo yanqui necesita explotar Colombia y detener el aumento de las fuerzas revolucionarias en Nuestra América. Una vez más, se confirma que no existe burguesía consecuentemente democrática. En verano de 1952 la guerrilla liberal aduce que la guerrilla comunista está a las órdenes de la URSS, rompe súbitamente las relaciones y la ataca por sorpresa «mientras que los comunistas buscaban el diálogo y lo motivaban internamente» (Vol.1, p. 68). La campaña de desprestigio contra los comunistas iniciada por los liberales consistía, entre otras cosas, también en denominarles como «sucios o comunes» mientras que ellos se presentaban como «los limpios» (Vol. 1, p. 71) La utilización sistemática de estos conceptos en la guerra cultural y psicológica tenía como objetivo dirigir en beneficio del Estado el hecho de que «La población comentaba, en medio de supersticiones, que los guerrilleros estaban “rezados”, trabajaban con el diablo, o sabían cosas raras para que no les entrara el plomo» aunque el heroísmo y el trato de la guerrilla levantaba mucha simpatía en el pueblo (Vol. 2, p. 58)
La propaganda no surte efecto. Pese a lo duro de la situación, los comunistas se salvan del desastre. La prensa y la propaganda oficial llamaban «chusma» a la insurgencia: «Pero la gente a la que llamaban chusma en realidad lo que hacía era defenderse, organizarse para sobrevivir y defender su tierra. Esa necesidad de defender la vida y la tierra le daba legitimidad a la lucha de resistencia y fue su cualificación lo que definió el surgimiento de las guerrillas como ejércitos populares que defienden los intereses de los más desfavorecidos» (Vol. 1, p. 155) El Estado constata el fracaso de esa propaganda y da nuevas órdenes a la guerrilla traidora: «De hecho, “los limpios” digamos que cesaron su confrontación contra los conservadores, pero se pusieron al servicio del Estado para hacerle la guerra a los comunistas» (Vol. 1, p. 206), de modo que éstos se quedan «combatiendo casi en solitario, ahora no solamente haciendo resistencia al ejército, sino defendiéndose de sus antiguos aliados que se ponen a disposición del enemigo» (Vol. 1, p. 78)
De entre las fuerzas represivas destacaba por su inhumanidad un jefe apodado el Gringo: «Este tipo parecía conocer al dedillo las formas de la operatividad guerrillera, y efectivamente, se supo que tiempo atrás había sido seguidor del guerrillero liberal Peligro […] el Gringo había dado la voltereta a sus antiguos compañeros de la guerrilla liberal, como bandolero, hasta que finalmente estando en la región de la Herrera se vinculó directamente a trabajar con la contraguerrilla» (Vol. 1, p. 129) El Estado aplicaba el refrán que dice que no hay mejor cuña que la de la misma madera: se trata de una táctica ya empleada por los invasores españoles desde su llegada, que la habían aprendido de la larguísima experiencia acumulada desde mucho antes, desde Roma y Grecia. Pero, como también habían aprendido de Roma: hay que desconfiar siempre de los traidores. El Estado prometió el indulto a la guerrilla liberal, y esta acepto poniéndose a sus órdenes, pero luego asesinó a muchos de los arrepentidos (Vol. 1, pp. 202-206)
La contraofensiva del Ejército fue sistemática. Como en otros muchos pueblos alzados en autodefensa contra la opresión, las columnas guerrilleras tenían que salirse o romper los cercos militares que les hubieran exterminado: «para las familias, para la población civil, eso es algo traumático. Imaginémonos nada más a las mujeres embarazadas ahí en la marcha, con frio, con hambre, con cansancio, perseguidos y de pronto el dolor adelantado del parto, ahí mismo el dolor de la barriga de parturienta sin ser el tiempo; les tocaba acurrucarse ahí mismo, casi en el camino, al lado de un árbol y de una vez malparir. De esos hubo varios casos, como hubo unos tres de mujeres que parieron en la marcha sin perder las crías; y era pariendo o mal pariendo y siga caminando porque no había otra alternativa» (Vol. 1, p. 113)
Sometidas a estas tremendas presiones, los y las guerrilleras mantenían la praxis de la unidad solidaria: «Cada quien tiene sus maneras de pensar, de actuar y de sobrevivir en medio de la confrontación; nosotros lo hacemos pensando como colectivo y en el colectivo. Tratamos que no haga cama el individualismo […] otros grupos armados cayeron inmersos en múltiples yerros; el primero y más grave fue equipararse al enemigo, imitarlo en cuanto a su crueldad se refiere. El empleo de la tortura nunca será bien recibido por la sociedad […] grupos armados liberales […] se convirtieron en bandoleros porque procedían muy mal con la población misma que los había apoyado […] procedían de manera terrible haciéndoles lo que llamaban “el corte de franela y corte de corbata”, es decir, degollando a la gente» (Vol. 1, p. 177)
Aun así y poco a poco, las iniciales columnas pequeñas, mal comunicadas entre ellas, separadas por distancias grandes y por grandes obstáculos geográficos y militares, fueron confluyendo hasta crear las FARC-EP. Entre los objetivos que se deciden en el Programa Agrario de 1964, destaca el de «“la confiscación de la propiedad latifundista en beneficio de todo el pueblo trabajador”, y su entrega gratuita “a los campesinos que la trabajan o quieran trabajarla”». También plantea «respetar “la propiedad de los campesinos ricos” que trabajen personalmente sus tierras» (Vol. 2, pp. 34-35) El Plan Estratégico de las FARC-EP se elabora en la VII Conferencia declarando que «el protagonista fundamental del proceso revolucionario es el pueblo colombiano […] existe la necesidad de combinar todas las formas de lucha […] La perspectiva de ese plan es la construcción del socialismo» (Vol. 2, p. 37)
Ha sido la praxis revolucionaria la que ha generado que «El proyecto político, económico y social de las FARC-EP ha sido elaborado al lado del desarrollo de nuestra organización como estructura armada y a la luz de los cambios que se suscitan en la histórica y convulsionada realidad de nuestro país, y, naturalmente, a la luz de las transformaciones que se suceden en el mundo. En ello se han combinado la dialéctica de las palabras que interpreta la realidad circundante y los tiros del accionar militar guerrillero. Y recuerda que lo de los tiros no es por capricho, porque nos guste la guerra. No. La guerra no le gusta a nadie que tenga una concepción humanista como es el caso de los marxistas-leninistas, el caso de los farianos; sin embargo, las clases dominantes en Colombia, para sólo hablar de nuestro país, nos han impuesto este camino» (Vol. 2, p. 134)
Dado que el proyecto orientado al socialismo nacía de la praxis concreta en la realidad objetiva y concreta de Colombia, por eso mismo no era un socialismo dogmático, copiado del eurocentrismo, del «rusocentrismo» de la Internacional Comunista desde finales de la década de 1920. Al contrario. Uno de los grandes méritos de las FARC-EP y del grueso del comunismo dialéctico de Nuestra América ha sido demostrar el profundo error de parcialidad e ignorancia eurocéntrica de Marx y Engels sobre Bolívar y los pueblos de Nuestra América:
«El marxismo-leninismo y el bolivarismo congregan principios y propósitos de lucha que se han convertido en patrimonio de la humanidad dentro de la perspectiva de esa necesidad y ese deber que existe de luchar por la utopía del mundo diferente sin explotadores ni explotados […] Todavía hoy el influjo eurocentrista se ausculta en nuestro pensar buscando influencias europeas y no más; o, peor aún, las dirigencias oligárquicas con sus aparatos ideológicos de Estado apuntan a plegarnos bajo los signos de la cultura y la incultura del imperialismo yanqui. […] El marxismo-leninismo y el bolivarismo, nos dan herramientas para hacer la búsqueda de nuestra identidad derrotando perjuicios, valorando las cosmogonías que sobreviven al amparo de las tradiciones milenarias, en el viento de los bosques andinos, en el seno de la montaña que habitan nuestro aborígenes, en las entrañas de los palenques, de los escenarios bucólicos donde resisten nuestros campesinos y empobrecidos compatriotas urbanos […] La violencia de esas oligarquías y del imperialismo con su devastadora maquinaria de guerra, que incluye armas de destrucción y desinformación masiva, nos obligan a asumir formas de organización y lucha coordinadas y beligerantes entre todos los revolucionarios del mundo. La solidaridad y el internacionalismo son un deber, son esencia que cualquier proyecto humanista y revolucionario» (Vol. 2, pp. 40-44)
Profundizaciones teóricas y políticas de esta trascendencia se realizaban al calor de la interrelación de todos los métodos de autodefensa contra la opresión: guerrilla rural y urbana, pacífica, no violenta, de sabotaje técnico, de recuperación de las culturas y lenguas de los pueblos, de concienciación liberadora, de impulso a las autoorganizaciones de los colectivos oprimidos, y siempre bajo el peligro de la represión, de la tortura, del asesinatos con las técnicas más científicamente inhumanas:
«El país no podía seguir siendo saqueado por los capitalistas del mundo, sino que las riquezas naturales debían ser explotadas para resolver los problemas de salud de las mayorías, la atención para los enfermos y los viejitos, la vivienda, el transporte, y el estudio gratuito para todos; debíamos luchar porque se acabara la violencia y porque hubiera una verdadera reforma agraria rural y urbana, que posibilitara que todos trabajáramos con igualdad de oportunidades y garantías laborales, ojalá con el control del Estado, pero de un Estado decente en el que pudiera confiar toda la ciudadanía y participar como la parte más importante de la democracia. Entonces se quería seguir la lucha por reivindicaciones justas, pero en unas condiciones de paz, sin más violencia, en un escenario en el que a todo el mundo se le respetara la vida» (Vol. 1, p. 224)
Y así, por estos senderos de heroísmo silencioso y pública solidaridad emergió la experiencia de la Unión Patriótica desde 1985 hasta comienzos de los ’90. Fue un amplio movimiento de masas, un «fenómeno político nacional que significó el despertar de una amplia franja popular marginada» (Vol. 2, p. 151) aniquilada en poco tiempo mediante una arrasadora guerra sucia implementada con todos los medios, con un mínimo de 3.500 asesinados según valoraciones oficiales, pudiendo llegar a más de 5.000. Al igual que la Marcha del Silencio de 1948 mostró la raigambre del movimiento popular, y de ahí su masacre, también la Unión Patriótica mostraba la fuerza creciente del pueblo autoorganizado, y por eso el terrorismo estatal «se centró en la cabeza de dicho movimiento» (Vol. 2, p. 132)
Pese a tal salvajismo silenciado por la «democrática» prensa transnacional, hay que dejar muy claros que «no ha habido época en la que los comunistas no hayan bregado porque se busquen salidas pacíficas, de diálogo a la guerra, y yo le puedo contar incluso cuantas veces se ha parado el conflicto de parte de la guerrilla atendiendo a esa idea de diálogo, de reconciliación, pero también cómo nos han traicionado los oligarcas […] si algo ha hecho el Partido Comunista es ayudar a que la gente que ha tenido que reaccionar con violencia a la violencia del régimen, lo haga dentro de ciertos principios, sin degradarse, actuando con ideales nobles y sin oportunismo» (Vol. 1, p. 34) Tal coherencia ética, que también es política, legitima a las FARC-EP para buscar negociaciones mediante las que se solucionasen en lo posible injusticias aberrantes, sabiendo desde siempre que:
«En los períodos de negociación se han ratificado los objetivos sociales de la lucha guerrillera en tanto los planteamientos de quienes nos hemos alzado en armas siempre han apuntado, no a buscar soluciones o prebendas para los combatientes, sino a encontrar salidas al conflicto político-social y armado con la participación decidida de la población. En fin, entendemos que la solución política del conflicto social y armado debe ser propósito de todos los colombianos en todos los tiempos, pero deberemos tener claro que este no es asunto que se pueda manejar solo con nuestras buenas intenciones y nuestros mejores deseos, puesto que los gobiernos, en sentido contrario a nuestros anhelos, como ha quedado demostrado en la práctica, incluso han utilizado los diálogos como estratagema para ganar tiempo, para hacer la reingeniería del ejército que les permita continuar su siniestro juego de aventuras militares, en la búsqueda del aplastamiento bélico de la inconformidad, y no de soluciones sensatas a los problemas sociales que han engendrado el conflicto» (Vol. 2, p. 173)
Las últimas frases de este parágrafo citado explican el presente en Colombia, el que Santrich este prisionero con la intención de que muera en vida en las cárceles yanquis; el que centenas de personas hayan sido asesinadas y otras muchas más hayan tenido que esconderse; el que el Estado haya incumplido con frialdad y premeditación todos los acuerdos refrendados bajo garantías oficiales e internacionales que ahora callan o que endurecen aún más sus ataques a una ex guerrilla desarmada, indefensa, dividida y en proceso de vaciamiento; el que la burguesía esté recuperando con la ayuda del envalentonado narcoparamilitarismo las tierras antaño liberadas con sangre popular y hoy otra vez en manos del capital; el que EEUU ocupe militarmente Colombia y prepare la invasión de Venezuela desde esa colonia…
Sin embargo, los dos volúmenes que hemos resumido tan rápidamente también aportan otra lección que es el contrario dialéctico de la rosa socialdemócrata del nuevo emblema de las Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común: en el corazón del pueblo trabajador se reorganiza la revolución. La razón es fácil de explicar: la disolución oficial de las FARC-EP en su misma identidad histórica no ha supuesto la total disolución práctica de su militancia, de su proyecto, pese a la demolición de sus valores referenciales realizada desde dentro. Sobre todo, la existencia de otras vanguardias, en especial el ELN, puede facilitar el debate autocrítico y estratégico. 

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