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lunes, 22 de octubre de 2018

Trabajadores migrantes, racismo y Estado


Guillermo Almeyra

Trump quiere que el gobierno mexicano impida el tránsito por su territorio de trabajadores centroamericanos a quienes, como a los mexicanos, rechaza en su frontera. Al racismo le agrega así la imposición a un país formalmente independiente de resignar sus leyes y su soberanía. En Brasil, simultáneamente, los venezolanos que buscan trabajo son agredidos y asesinados; en Argentina el gobierno impide trabajar a los senegaleses y discrimina a los paraguayos, bolivianos, chilenos, peruanos y brasileños en los servicios sanitarios y escolares.
El sistema capitalista en su fase actual considera sobrantes a miles de millones de personas y reprime a los millones de trabajadores que emigran por razones climáticas o políticas porque ya no le son necesarios como mano de obra no calificada y barata y como ejército de reserva de fuerza de trabajo. Ni siquiera los acepta para compensar la baja natalidad y fertilidad de los países de acogida pues también en ellos le sobran los ancianos y los desocupados, que considera cargas.
En Europa, en Estados Unidos y en Argentina esos trabajadores de otros países son perseguidos en nombre de la preservación de la identidad y la cultura nacionales, entendiendo por identidad rasgos étnicos y por cultura la de los sectores de clase dominantes (que son antinacionales, por añadidura). Para justificar la represión, los gobiernos acusan a esos trabajadores de robarles puestos de trabajo a los ciudadanos nativos (que jamás han trabajado o trabajarán en sectores malpagados).
Con la finalidad principal de dividir para reinar los grandes medios al servicio del gran capital recurren a una técnica comunicacional simple. Ocultan que los migrantes son trabajadores y los mencionan sólo como extranjeros; esconden las estadísticas que prueban que los ciudadanos nativos son los responsables de la inmensa mayoría de las infracciones a la ley e informan sobre cada delito de un inmigrado destacando su país de origen para crear la sensación de que provocan un grave problema de inseguridad y para hacer creer que los migrantes son delincuentes potenciales. Por último y sobre todo esos medios de intoxicación escamotean el pasado nacional porque la tan elogiada identidad nacional fue impuesta por el Estado mediante sus instituciones.
Antes que mexicanos, la gente era yaqui, nahua, maya, veracruzano, de Chihuaha o guerrerense y Chiapas se unió a México apenas en 1824. En Brasil la esclavitud fue abolida en 1888 y el concepto de ciudadanía no existía bajo el Imperio. En lo que hoy es Argentina la guerra entre los ejércitos provinciales duró hasta la segunda mitad del siglo XIX; el país estaba despoblado y recién cambió radicalmente a finales de ese siglo con la llegada de una gran oleada de trabajadores migrantes italianos, españoles, franceses, galeses, irlandeses, nórdicos, rusos, árabes, polacos y judíos con sus respectivas lenguas e historias.
La educación, el ejército y las leyes del Estado liberal funcionaron como un corsé de acero para formar la identidad nacional e impusieron una lengua oficial dominante. Los ejércitos de la Revolución Francesa transformaron así en franceses a los corsos, normandos o marselleses e impusieron el idioma francés fabricado en la Corte real y que sólo hablaba una minoría de seis por ciento.
La cultura que se impuso en todas partes fue la de las clases dominantes, desde siempre mundializadas en sus gustos, valores y concepciones del mundo. La cultura popular tiene en cambio raíces comunitarias, campesinas y está anclada en solidaridades obreras tempranas, defensas de las minorías sociales, étnicas y en mestizajes de todo tipo pues entre los pobres no hay alcurnias ni linajes sino orgullo de clase y a nadie le interesa lo que hacía su abuelita o la del vecino y si en países como Cuba, que intentaron una revolución democrática, aún se desarrolla el racismo antinegro y el machismo es porque el aparato estatal no comparte los valores de los pobres y mantiene aún los valores capitalistas anteriores a 1959 pero reforzados por las deformaciones introducidas por la influencia de la Unión Soviética.
¿Cómo crear una identidad verdaderamente nacional y latinoamericanista y construir en cada país las bases de un Estado de transición que luche por la superación del capitalismo y el fin de la dependencia nacional?
Desarrollando la autorganización, la autonomía, la plena participación de los trabajadores en la elaboración y la decisión de las políticas locales y nacionales lo que aumentará su confianza en sí mismos y sus capacidades y confrontará en la práctica a los capitalistas. Creando con los maestros democráticos fuentes y programas propios de educación no capitalista como los zapatistas chiapanecos. Construyendo cooperativas para explotar racionalmente los recursos locales. Impulsando la solidaridad entre los oprimidos y explotados cualquiera sea su edad, género, etnia, país de origen o color. En otro artículo intentaré dar ejemplos.

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