Los
fascistas se caracterizan por su brutalidad y primitivismo. Trump,
Macri y Bolsonaro son buenos ejemplos. Sin embargo, en el siglo de los
revolucionarios avances tecnológicos, del conocimiento, de conquistas en
derechos humanos y de “primaveras democráticas”, la gente sigue votando
a fascistas.
El cambio de las condiciones materiales no cambia la ideología
La
visión estalinista positivista hasta hora sigue sosteniendo que
cambiando la base material económica, cambiaría la conciencia de la
gente, es decir, si socializamos los medios de producción todos seremos
socialistas. Las cosas no son así. Bastó el decreto de un par de
burócratas para la extinción de la Unión Soviética, y no hubo ninguna
rebelión popular en contra. Lula sacó a más de 30 millones de la pobreza
y convirtió a Brasil en la quinta potencia económica mundial. Lula está
hoy en la cárcel y los millones que dejaron de ser pobres ya ni se
acuerdan de él.
Una revolución es estéril si no está acompañada
de un cambio de conciencia, lugar donde se da la verdadera lucha
revolucionaria. "El socialismo económico sin la moral comunista no me
interesa", decía el Che para escandalizar al dogma soviético en los años
60. He ahí el error de los gobiernos progresistas, se preocuparon en la
redistribución de la renta sin preocuparse en la formación política de
la gente, dejando ese espacio a los medios de comunicación y las
iglesias pentecostales que envenenan las mentes con la “prosperidad
individualista”.
Después de la derrota en las elecciones
parlamentarias del 2015, Maduro se lamentó por la ingratitud de los
miles de venezolanos que fueron beneficiados por el programa de
viviendas, pero que no fueron a votar por el PSUV. Una vivienda sirve
para mejorar las condiciones de vida de la gente, pero no para cambiar
su conciencia.
Sectores del campo popular en nuestro país siguen
sosteniendo que la profundización de la pobreza, inherente al
neoliberalismo, conduciría a una rebelión popular. Tampoco es así, en la
miseria extrema la gente opta por otra salida extrema: el fascismo, que
es más afín a su conciencia liberal e individualista, formateada por
siglos de capitalismo. Así fue en los años 30 en Europa y así es ahora,
con Trump, Macri y Bolsonaro. El fascismo con su discurso contra la
corrupción, la inseguridad, la globalización, está ocupando hábilmente
el vacío que la izquierda abandonó. Es el mismo discurso que hacía
Hitler arengando a la clase obrera alemana contra las atrocidades que
produjo el liberalismo con la crisis económica de 1929.
En
Paraguay, la crisis económica de mediados del 90, que llevó a la
desaparición de una treintena de bancos y financieras, no elevó a los
altares a la izquierda, sino a Lino Oviedo, un militar nazifascista, que
convirtió presidente a Cubas Grau, con el ferviente apoyo del partido
colorado.
El capitalismo no tiene solución
Bolsonaro
así como Trump son la expresión de un agobiado capitalismo, que intenta
remendar el orden neoliberal y el reformismo de izquierda en crisis.
Son una respuesta a la crisis sistémica de este modelo capitalista, que
casi colapsó el orden financiero mundial en el 2008, y que algunos
analistas presagian volverá a corto plazo con más violencia, a pesar de
Bolsonaro y Trump.
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