La democracia
nicaragüense, marcó en las últimas tres décadas, niveles aceptables de
integración y resolución del historial de conflicto político, armado e
institucional, acontecido durante el siglo pasado en el país.
El
asunto de un pasado de confrontación política y cero entendimientos
entre las partes, quedaba como una variable más histórica, que anclada
en la política y de lo político también. De tal manera, la cultura
política expresada por la ciudadanía en un carácter general, hasta antes
del 18 de abril, se iba consolidando hacia un horizonte de más
tolerancia política e intercambio de ideas y, por ende, mayor
convivencia democrática de los nicaragüenses y las nicaragüenses.
Sin embargo, la crisis de abril fue un quiebre en la sana convivencia
de los últimos años entre nicaragüense. Ahora bien, viejos conflictos,
tales como el divisionismo y la intolerancia, son efectos constituido y
constituyente en un escenario post-conflicto. Lo más alarmante de los
efectos sociales de la crisis mencionados, es la puesta en escena de un
antagonismo político como nodo de socialización de las interacciones
entre nicaragüenses.
Consideramos que resulta imposible
comprender entonces el divisionismo y la intolerancia política sin
reconocer el antagonismo como una fuerza motriz de las relaciones
sociales y, en consecuencia, de la democracia. Por ello, las reflexiones
propuestas aquí se basan en examinar la relación entre antagonismo
político y democracia, para tratar, finalmente, de repensar el estado
actual de la convivencia democrática en Nicaragua.
Antagonismo político y democracia
Una breve explicación teórica, para centrar al lector en las claves
principales del texto, sobre antagonismo, es entender este como un
elemento constituyente de lo político. Es decir, la naturaleza de las
relaciones sociales se constituye a partir de un elemento identitario
pluralista y en constante disputa por reconocimiento. Cada identidad se
posiciona en una lucha permanente por hegemonizar su sentido común
–identidad y proyecto–. Por consiguiente, las relaciones sociales por ipso facto siempre implica una configuración en condiciones potencialmente conflictivas.
Con el asunto referente a lo potencial conflictivo, la politóloga británica Chantal Mouffe, en su libro titulado: Agonística. Pensar el mundo políticamente (2014: 26)
, considera que “lo importante es que el conflicto no adopte la forma
de un “antagonismo” (una lucha entre enemigos) sino la forma de un
“agonismo” (una lucha entre adversarios).”
En tal sentido,
cuando se instala el antagonismo en un determinado conjunto de
relaciones existente –una Nación, por ejemplo– es altamente peligroso
para mantener una convivencia tolerable con el otro; con lo diferente;
con quien o quienes no piensan como uno.
Por lo tanto,
encontraremos relaciones sociales en un latente enfrentamiento, que,
considerando el ejemplo de la Nación, trazarán una sociedad fragmentada,
recortada y segregada. Así pues, unas relaciones nosotros/ellos basada
en una lógica antagónica, de enemigos, es un punto de inflexión para el
desarrollo de una democracia sana e, inclusive, para una paz social
duradera.
Es un punto de inflexión, porque toda democracia
necesita, y existe por el mismo sentido de pluralismo, confrontaciones
política y disputa por lo público. Eso sí, en un marco de convivencia de
tolerancia política. Dicho de otro modo, la intolerancia política,
devenida de una relación antagónica, hace imposible establecer un
nosotros/ellos, compatible con los valores de la democracia.
La
mejor alternativa para la configuración de una relación social de
tolerancia política, suscribimos aquí, es radicalizar un modelo
agonista. Es decir: (1) es aceptar que lo político tiene que ver con el
conflicto; (2) el reconocimiento de la legitimidad del oponente; y (3)
la conducción del conflicto a través de las instituciones.
Antagonismo e intolerancia: caso escrache a JR
El antagonismo convertido en intolerancia política tiene su puesta en escena con el caso de escrache
al comediante nicaragüense José Ramón Quintanilla, conocido
popularmente como JR, en un centro comercial de Miami (Estados Unidos),
durante la última semana de setiembre del presente año.
El
caso. Dos ciudadanos nicaragüenses se acercaron a JR y lo confrontaron
públicamente. No fue una confrontación de posiciones políticas
democráticas; los ciudadanos, a cuál identificaremos como moralizadores,
quisieron someter a JR desde determinadas connotaciones morales. Al
final, parecía un acto, donde los moralizadores se mostraban así mismo
como los buenos y al comediante como un sujeto que encarnaba lo malo.
Según las y los moralizadores, si no estás de acuerdo con las lecciones
de moral que pregonan, la descalificación no se hace esperar, como paso
con el comediante, quien fue tachado de: sapo, asesino y cómplice.
Nótese que un discurso de intolerancia política cargado de
descalificativo y de una supuesta pureza moral, desvirtúa al otro; donde
de adversario político se convierte a la otredad en un enemigo a
erradicar. En otras palabras, tratar al otro como enemigo, basado
teóricamente en fundamentos morales, es no reconocer el nodo central de
toda relación, lo político; igual es deslegitimarlo y, finalmente, no se
conduce democráticamente el conflicto.
A la luz de discursos
similares de cero tolerancias, nunca más oportuno la idea de que “dar
lecciones de moral a los demás nunca ha sido un acto moral (Todorov)”.
Aunque más ajustado es señalar esos tipos rezos, con mayor incorporación
en los sectores opositores al sandinismo, como una confusión entre
moral y política.
Nicaragua: más tolerancia y mayor democracia
Las y los demócratas nicaragüenses, que somos la inmensa mayoría,
debemos apelar por la reconciliación y el encuentro. A revisar la
historia de nuestra Nación, elementos como el antagonismo y la
intolerancia política, nunca fueron parte de la fórmula de resolución
pacífica de los desencuentros entre nicaragüenses. Todo lo contrario,
fueron elementos de discordia, de guerra y violencia prolongada.
El caso escrache a JR, demuestra que las confrontaciones políticas
disfrazadas con camuflajes retóricos de antipolítica y pureza moral,
desvía la atención de los temas grandes y necesarios para una Nación.
Por consiguiente, debemos retomar una convivencia democrática lo más
inmediato posible. Nicaragua, como nación y sociedad, no puede seguir
sacrificándose, cultural, económica y socialmente, por luchas de
poderes. Por consiguiente, a título personal, familiar y comunitario
promovamos un dialogo sincero e integral desde los barrios, comarcas y
comunidades con más tolerancia, lo que nos asegurará mayor democracia
entre nicaragüenses.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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