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lunes, 29 de octubre de 2018

Nicaragua: ¿tolerancia cero?


La democracia nicaragüense, marcó en las últimas tres décadas, niveles aceptables de integración y resolución del historial de conflicto político, armado e institucional, acontecido durante el siglo pasado en el país.
El asunto de un pasado de confrontación política y cero entendimientos entre las partes, quedaba como una variable más histórica, que anclada en la política y de lo político también. De tal manera, la cultura política expresada por la ciudadanía en un carácter general, hasta antes del 18 de abril, se iba consolidando hacia un horizonte de más tolerancia política e intercambio de ideas y, por ende, mayor convivencia democrática de los nicaragüenses y las nicaragüenses.
Sin embargo, la crisis de abril fue un quiebre en la sana convivencia de los últimos años entre nicaragüense. Ahora bien, viejos conflictos, tales como el divisionismo y la intolerancia, son efectos constituido y constituyente en un escenario post-conflicto. Lo más alarmante de los efectos sociales de la crisis mencionados, es la puesta en escena de un antagonismo político como nodo de socialización de las interacciones entre nicaragüenses.
Consideramos que resulta imposible comprender entonces el divisionismo y la intolerancia política sin reconocer el antagonismo como una fuerza motriz de las relaciones sociales y, en consecuencia, de la democracia. Por ello, las reflexiones propuestas aquí se basan en examinar la relación entre antagonismo político y democracia, para tratar, finalmente, de repensar el estado actual de la convivencia democrática en Nicaragua.
Antagonismo político y democracia
Una breve explicación teórica, para centrar al lector en las claves principales del texto, sobre antagonismo, es entender este como un elemento constituyente de lo político. Es decir, la naturaleza de las relaciones sociales se constituye a partir de un elemento identitario pluralista y en constante disputa por reconocimiento. Cada identidad se posiciona en una lucha permanente por hegemonizar su sentido común –identidad y proyecto–. Por consiguiente, las relaciones sociales por ipso facto siempre implica una configuración en condiciones potencialmente conflictivas.
Con el asunto referente a lo potencial conflictivo, la politóloga británica Chantal Mouffe, en su libro titulado: Agonística. Pensar el mundo políticamente (2014: 26) , considera que “lo importante es que el conflicto no adopte la forma de un “antagonismo” (una lucha entre enemigos) sino la forma de un “agonismo” (una lucha entre adversarios).”
En tal sentido, cuando se instala el antagonismo en un determinado conjunto de relaciones existente –una Nación, por ejemplo– es altamente peligroso para mantener una convivencia tolerable con el otro; con lo diferente; con quien o quienes no piensan como uno.
Por lo tanto, encontraremos relaciones sociales en un latente enfrentamiento, que, considerando el ejemplo de la Nación, trazarán una sociedad fragmentada, recortada y segregada. Así pues, unas relaciones nosotros/ellos basada en una lógica antagónica, de enemigos, es un punto de inflexión para el desarrollo de una democracia sana e, inclusive, para una paz social duradera.
Es un punto de inflexión, porque toda democracia necesita, y existe por el mismo sentido de pluralismo, confrontaciones política y disputa por lo público. Eso sí, en un marco de convivencia de tolerancia política. Dicho de otro modo, la intolerancia política, devenida de una relación antagónica, hace imposible establecer un nosotros/ellos, compatible con los valores de la democracia.
La mejor alternativa para la configuración de una relación social de tolerancia política, suscribimos aquí, es radicalizar un modelo agonista. Es decir: (1) es aceptar que lo político tiene que ver con el conflicto; (2) el reconocimiento de la legitimidad del oponente; y (3) la conducción del conflicto a través de las instituciones.
Antagonismo e intolerancia: caso escrache a JR
El antagonismo convertido en intolerancia política tiene su puesta en escena con el caso de escrache al comediante nicaragüense José Ramón Quintanilla, conocido popularmente como JR, en un centro comercial de Miami (Estados Unidos), durante la última semana de setiembre del presente año.
El caso. Dos ciudadanos nicaragüenses se acercaron a JR y lo confrontaron públicamente. No fue una confrontación de posiciones políticas democráticas; los ciudadanos, a cuál identificaremos como moralizadores, quisieron someter a JR desde determinadas connotaciones morales. Al final, parecía un acto, donde los moralizadores se mostraban así mismo como los buenos y al comediante como un sujeto que encarnaba lo malo.
Según las y los moralizadores, si no estás de acuerdo con las lecciones de moral que pregonan, la descalificación no se hace esperar, como paso con el comediante, quien fue tachado de: sapo, asesino y cómplice.
Nótese que un discurso de intolerancia política cargado de descalificativo y de una supuesta pureza moral, desvirtúa al otro; donde de adversario político se convierte a la otredad en un enemigo a erradicar. En otras palabras, tratar al otro como enemigo, basado teóricamente en fundamentos morales, es no reconocer el nodo central de toda relación, lo político; igual es deslegitimarlo y, finalmente, no se conduce democráticamente el conflicto.
A la luz de discursos similares de cero tolerancias, nunca más oportuno la idea de que “dar lecciones de moral a los demás nunca ha sido un acto moral (Todorov)”. Aunque más ajustado es señalar esos tipos rezos, con mayor incorporación en los sectores opositores al sandinismo, como una confusión entre moral y política.
Nicaragua: más tolerancia y mayor democracia
Las y los demócratas nicaragüenses, que somos la inmensa mayoría, debemos apelar por la reconciliación y el encuentro. A revisar la historia de nuestra Nación, elementos como el antagonismo y la intolerancia política, nunca fueron parte de la fórmula de resolución pacífica de los desencuentros entre nicaragüenses. Todo lo contrario, fueron elementos de discordia, de guerra y violencia prolongada.
El caso escrache a JR, demuestra que las confrontaciones políticas disfrazadas con camuflajes retóricos de antipolítica y pureza moral, desvía la atención de los temas grandes y necesarios para una Nación.
Por consiguiente, debemos retomar una convivencia democrática lo más inmediato posible. Nicaragua, como nación y sociedad, no puede seguir sacrificándose, cultural, económica y socialmente, por luchas de poderes. Por consiguiente, a título personal, familiar y comunitario promovamos un dialogo sincero e integral desde los barrios, comarcas y comunidades con más tolerancia, lo que nos asegurará mayor democracia entre nicaragüenses.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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