Brasil: ganó el neofascismo
Eric Nepomuceno
El país se pregunta qué podrá
esperar del gobierno de Jair Bolsonaro, electo presidente la noche del
domingo. Sólo una cosa es cierta: nada bueno puede salir de las manos de
ese esperpento.
En todo caso, hay que reconocer que a lo largo de la campaña que lo
llevó a la victoria, así como de toda su carrera de político
profesional, Bolsonaro ha sido de una coherencia loable, algo raro entre
los de su calaña.
En ningún momento dejó de exhibir su profundo e irremediable
desprecio por la democracia, su racismo, su misoginia, su línea de
pensamiento (si cabe la palabra) absolutamente raso y plagado de
cualquier tipo de prejuicios.
Un troglodita radical, incapaz de comprender la vida más allá de su
defensa inquebrantable de la violencia. Un ser totalmente desequilibrado
que requiere ayuda sicológica urgentísima.
En la campaña defendió la implantación de un programa económico
fundamentalista, neoliberal a ultranza, contrariando su defensa anterior
–primaria, es verdad, como todo que emana de él– de un estatismo burdo y
sin lógica alguna. Luego dio vuelta atrás. De la misma y serena manera
con que dio vuelta atrás en anuncios extravagantes, como lo de unir
Agricultura y Medio Ambiente en un mismo ministerio, juntando a
depredadores de la naturaleza con defensores de lo que todavía existe.
Dijo que abandonaría el compromiso ambiental y climático del Acuerdo
de París, luego dijo que no sería así. Aseguró que abandonaría, si se
diera el caso, a ese
antro de comunistasmás conocido como Organización de las Naciones Unidas, la misma ONU de la cual Brasil es uno de los fundadores. Luego no volvió a mencionar el tema.
Esa entidad diáfana e invisible llamada
mercadolo recibió con euforia. Ahora espera, ansiosa, por el programa económico anunciado, de un fundamentalismo neoliberal que haría sonrojar a los más eufóricos defensores de la libertad absoluta del dinero. Frases de Bolsonaro como “¿qué interesa más a los trabajadores, menos derechos y más trabajo, o más derechos y desempleo?’ suenan, a los oídos de esa entidad, como Brahms o Mozart.
Nada de eso, sin embargo, tiene real importancia. Los que votaron por
él sabían que elegirían una aberración, pues jamás administró siquiera
un carrito de paletas hechas con agua contaminada.
Lo que realmente importa es lo que vendrá, principalmente del círculo
que lo rodea, muy especialmente el quinteto de generales retirados que
conformarán el verdadero núcleo de poder en Brasil.
La distribución de cargos y puestos tiene, frente a ese escenario,
una importancia relativa. Vital será el programa de gobierno elaborado
por los generales Augusto Heleno, responsable de la Defensa; Oswaldo
Ferreira, de Infraestructura; Alessio Souto, de Educación, Ciencia y
Tecnología, y Ricardo Machado, de Aeronáutica.
El quinto general se llama Hamilton Mourao, vicepresidente electo, y
en las veces que abrió la boca durante la campaña dio sobradas muestras
de dos aspectos, ambos preocupantes. Primero: es un troglodita
ilustrado. Segundo: es mil veces más articulado y preparado que
Bolsonaro, que en el fondo no es más que un bufón histeriquito.
En ese quinteto reside la verdadera amenaza que será encabezada por
un capitán retirado que ha sido un militar mediocre, que se alejó del
ejército luego de planear una serie de atentados (en la ocasión,
Bolsonaro declaró que
todo fue meticulosamente previstopara no causar víctimas humanas) para exigir aumento de sueldo.
Parte del quinteto estaba, hasta hace menos de un año, en activo, lo
que abre espacio para calcular la influencia que siguen teniendo sobre
sus colegas.
El general Souto, por ejemplo, ya anunció que pretende incluir en el
sistema educativo el creacionismo, dejando a Darwin en segundo plano. Y
que los libros que hablen de la dictadura (implantada entre 1964 y 1981)
serán
prohibidosen las escuelas. Dijo también, entre otras perlas, que no ve mucha razón para que se concedan tantos recursos a la investigación en el área de las ciencias humanas.
Todo lo que sea más retrógrado, más bizarro, más absurdo, está alrededor de Bolsonaro. Su vicepresidente ya defendió que,
si se da el caso, un presidente aplique, con respaldo de las fuerzas armadas,
un autogolpecon tal de retomar
la normalidad.
El domingo, 39 por ciento del total de brasileños con derecho a votar
eligieron a Jair Bolsonaro. Otro 31 por ciento optó por Fernando
Haddad. Hubo 28.5 por ciento del electorado –42 millones cien mil
brasileños– que optaron por anular su voto, abstenerse o dejar la boleta
en blanco. Con eso, Bolsonaro obtuvo 39 por ciento de respaldo. Otro 61
por ciento prefirió rechazarlo.
De todas formas, ganó. Jugando sucio, jugando inmundo, pero ganó.
Las urnas de mi país han parido a un Augusto Pinochet. A ver qué
pasa; a ver cuál será la dimensión del desastre, cuál la duración del
derrumbe, y principalmente, cuál será el precio que las futuras
generaciones pagarán por semejante catástrofe.
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