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domingo, 28 de octubre de 2018

Caravana de desarraigados



Jorge Durand


Un mensaje, una voz, una conversación, un chat. Dejarlo todo. Agarrar la mochila, una cachucha y salir a caminar con un hijo en brazos. ¿Fue una sugerencia, consigna, consejo, convicción o simple desesperación?


La caminata hondureña salió a la hora y llegó a la hora al puente fronterizo entre Guatemala y México, después de largas jornadas bajo la lluvia y el sol inclemente.

Con las banderas al frente y después de cantar su himno, los migrantes hondureños empujaron la reja y presionaron a las fuerzas de contención, para proseguir su camino. Finalmente lo lograron y siguen en su empeño, en marcha, mejor acompañados que solos en un territorio hostil.

¿Qué los motiva a dejar todo y salir a caminar, hacia un futuro incierto? Desde hace décadas vemos pasar a estos migrantes por distintas rutas. Van a pie, en tren, en camión, en aventón. Pero no se había visto una caravana de esta magnitud, con tanta convicción y despesperación.

En abril hubo otra caravana, llamada Vía Crucis, finalmente llegó dispersa y diezmada a la frontera. Unas 240 personas, hombres, mujeres y niños, lograron, acceder al trámite de audiencia para solicitar asilo. Un buen grupo tuvo que regresar o lo deportaron, otros se quedaron en México a trabajar y algunos iniciaron el trámite de refugio. No obstante, en este caso, como en muchos otros, los migrantes obtuvieron una especie de permiso de salida, que les daba un plazo de tiempo para salir del país por alguna de sus fronteras.

Esta práctica, que ya tiene un par de décadas, empezó con los cubanos que tenían acceso directo a refugio en Estados Unidos, si llegaban por tierra, con los pies secos, pero también lograron ingresar cerca de 4 mil haitianos que venían peregrinando desde Brasil y otros cientos de africanos que llegaban desde remotos lugares, expulsados por guerras miserias y masacres.

Esta práctica era una respuesta pragmática a una situación de crisis humanitaria o migratoria. No se les podía deportar y no querían quedarse en México. Por su parte, Estados Unidos aceptaba, a cuentagotas, a los solicitantes de refugio. Era parte de un acuerdo bilateral, donde participaba el Instituto Nacional de Migración, que organizaba el ingreso por medio de fichas y cierto orden y criterios, como en el caso de familias con niños que tenían prioridad. El día de hoy hay cientos de migrantes que esperan esa ficha en diferentes ciudades de la frontera.

Pero el gobierno de Enrique Peña Nieto ha cerrado esta vía de los permisos de salida a la caravana hondureña. Se trata de un cambio de política migratoria radical. Habrá que esperar para conocer las razones de esta decisión de aplicar la ley sin matices. Por lo pronto, cerca de 2 mil hondureños solicitaron refugio y hace un par de días se estableció el plan Estás en tu Casa que los invita o conmina a quedarse en Chiapas o Oaxaca.

Para que los migrantes puedan cruzar la frontera hay otras dos opciones posibles. La tradicional de contratar un coyote y cruzar de manera subrepticia, que tiene altos costos y riesgos. Esta, por lo general, es la opción de hombres y mujeres, con mayoría de edad, que viajan solos.

La otra opción, para las familias y menores de edad, es cruzar la frontera y dejar que los capturen. Desde hace cinco años, esta modalidad la utilizan migrantes centroamericanos y de algunos otros países. Los mexicanos no pueden optar por esta vía, porque son deportados inmediatamente, incluso los menores, hay protocolos ya establecidos por ser países fronterizos.

Esta práctica llevó a la crisis humanitaria de 2014, durante el gobierno de Obama y que permitió el ingreso de menores y familias en situación precaria, hasta que se resolviera la situación legal, que podía terminar en refugio o deportación. Por lo general, los menores y familias que tenían parientes en Estados Unidos acogían a los migrantes mientras se realizaba el juicio. Fue una manera pragmática y razonable de resolver una crisis. En la mayoría de los casos se trataba de procesos de refugio y reunificción familiar de menores.

Pero este tipo de soluciones intermedias no le gustan a Donald Trump. Por tanto, se decretó que si se cruzaba la frontera de manera subrepticia, a todos se los consideraría como criminales. Lo que justificaba separar a los niños de sus padres. Fue la crisis de julio, con cientos de niños enjaulados y llorando. Pero finalmente le doblaron la mano a Trump. Tiene que seguirse el debido proceso y no se puede detener a menores de edad, más de 20 días (caso Flores vs Reno), ni separarlos de sus padres.

Los miembros de la caravana cuentan con esa información y tienen la esperanza de que, al final de todo, podrán llegar a Estados Unidos, salir de su pesadilla cotidiana y entrar en otra, la de un juicio de refugio o la deportación. No obstante, podrán trabajar para vivir, algo que no tienen en su lugar de origen.

Los desarraigados de la tierra buscan refugio y desafían las amenazas verbales y los exabruptos de Donald Trump, incluido el ejército del país más poderoso del planeta que ya empieza a emplazarse en la frontera.

No tienen nada que perder, ya lo dejaron todo.

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