Virginia Bolten (Argentina)
A la espera del
resultado de la segunda vuelta de las elecciones en Brasil, la pregunta
que se hace es siempre por qué Bolsonaro crece entre aquellos y aquellas
que supuestamente deberían repudiarlo: personas negras, LGBTs, mujeres,
pobres.
No es sencillo comprender el bolsonarismo. Hay muchos
análisis, todos intentando dar cuenta de una parte del fenómeno –un
esfuerzo importantísimo para lograr construir un hilo de comprensión más
amplio de lo que pasa en este momento histórico– sin embargo, entre
todos los análisis, lo que realmente es repudiable es la idea de que el
pueblo es idiota y no tiene capacidad de hacer un análisis crítico de la
realidad.
Muchas de las personas que hoy hacen análisis de esta
naturaleza son las mismas que elevan el “hacer política” o el
“comprender la sociedad” a reflexiones alejadas de la realidad de la
mayoría y desde la comodidad de la academia.
La izquierda
iluminada se hace ver en muchos de los discursos vacíos de sensibilidad a
la realidad concreta de quienes sufren con una de las más duras crisis
del capitalismo y que, también por esto, incorporan una lógica
neoliberal que tiene que ver con la meritocracia y el individualismo.
Las
personas que van a votar el próximo 28 de octubre a Bolsonaro no son
estúpidas, realmente buscan una respuesta lógica, una salida para su
condición económica que les pueda garantizar sostener la vida, que les
garantice un empleo, una mínima forma de cambiar sus realidades. La
izquierda se ha convertido en una aparente amenaza, de un lado está el
miedo de perder lo que fue conquistado: propiedad, estatus social, los
mínimos privilegios alcanzados en el último período, incluyendo el
empleo. De otro lado está el miedo de pérdida de las libertades
individuales. Las crisis de representatividad, institucional y la
pérdida de credibilidad en las formas tradicionales de hacer política,
hacen con que figuras como las de Bolsonaro ganen fuerza.
Es en
esa esfera donde vale la pena entender la información sobre las noticias
falsas que abundan en estos momentos gracias al auge de redes sociales y
servicios de mensajería como whatsapp: estas reflejan no la “realidad”
que estudian los académicos o que buscan presentar los periodistas
formales; presentan los profundos temores esperables de gente que quiere
no solo sobrevivir sino mantener la esperanza. Aunque algunos crean que
la esperanza obvia del oprimido es la liberación, lo que se observa es
que muchas veces está en la ilusión de ser como el opresor, en la
riqueza que no se tiene, en actos de profundo egoísmo liberal. Los
momentos de ruptura a esa realidad solo llegan cuando la seguridad de
arriesgarse para transformar colectivamente es mayor a la creencia de
que se puede estar siempre ganando en soledad contra el mundo. Esa
seguridad para arriesgarse hoy día ha perdido espacio no solo por la
falta de creatividad política de la izquierda sino también por la fuerte
hegemonía que el capital mantiene aun en nuestras vidas. Ese “sálvese
quien pueda”, propio del mundo económico, ahora se expresa en el ámbito
electoral como la negación del otro –a veces también la eliminación del
otro–, reproducción del principio económico donde solo sobrevive el “más
fuerte”.
La demanda anti-institucional es canalizada para lo que
mejor responda a la necesidad del orden frente al caos social, y no
interesa quien sea y cuales métodos proponga, el fin es lo más
importante: la estabilidad. También es una repuesta a lo que fue,
durante mucho tiempo, reconocido como violencia frente a una sociedad
conservadora y que no era exteriorizado: el repudio al feminismo, al
movimiento negro, indígena y LGBT. En este sentido, el sexismo, la
homofobia, la xenofobia y el autoritarismo encuentra en la figura de
Bolsonaro un punto en común. Al mismo tiempo esto resulta funcional para
la resistencia, ya que queda nítido quienes defiendan la diversidad
tienen que asociarse para enfrentar esta gigante amenaza.
En el
aspecto religioso, Bolsonaro, que es católico, gana los votos tanto de
evangelistas como de las personas católicas. En sus vídeos de campaña,
el candidato afirma que evangélicas y católicas deben respetarse y que
las personas de fe deben juntarse. Afirma que, siendo católico, muchas
veces, frecuenta la iglesia de su esposa que es evangélica. Su defensa
por los valores de la familia y de la moral se posiciona arriba de los
dogmas religiosos. En este caso, una vez más, se apuesta por la salida
individual, representada en la familia monoparental, en donde el cuidado
no se identifica como un ejercicio social sino solamente restringido a
quienes comparten el vinculo sanguíneo inmediato. Es una derrota a la
realidad colectiva en que vivimos, lo que tendrá consecuencias inclusive
para las familias más tradicionales que no logren acumular lo mínimo de
dinero para sobrevivir: la pobreza familiar será la consecuencia de
olvidarse del apoyo mutuo comunitario.
La negación de la política
es un elemento que no puede ser olvidado, está presente en varios
procesos y, en los últimos años, parece ser una tendencia mundial.
Frente a esto hay que cuestionar a la democracia burguesa, que es
funcional al los intereses del capital, en lugar de insistir en mantener
un Estado fallido. Con el objetivo de construir un nuevo sentido
político que no sea la vieja política de la izquierda, que valida y
reproduce la democracia representativa, se hace urgente frente a las
amenazas del avance de un autoritarismo vía electoral y de la total
fractura de los pactos dichos democráticos de la pos-dictadura
cívico-eclesiástico-militar. Es hora de recuperar las sociedades que han
sido colonizadas por el ideal de la individualidad autodestructora. Las
elecciones no son la última instancia.
Esta es la segunda
parte de reflexiones escritas a propósito de la victoria de Bolsonaro en
la primera vuelta de las presidenciales en Brasil. Si quieren leer la
primera parte pueden consultar acá: La elección brasilera de la democracia autoritaria.
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