Marcos Roitman Rosenmann
Muchas veces pregunté cómo
fue posible el triunfo del partido nazi en las urnas. Más allá de las
explicaciones sociológicas, el análisis histórico o la coyuntura
internacional, resulta difícil comprender los motivos por los cuales la
ciudadanía se deja llevar por un discurso xenófobo, racista, fundado en
el odio, el crimen y el desprecio a los derechos humanos. Brasil es hoy
un ejemplo para comprender el ascenso de Hitler, mediante su par, Jair
Bolsonaro. De manera sorprendente, en medio de una profunda crisis de
legitimidad, Bolsonaro, un ex militar expulsado del ejército, defensor
de la dictadura que asoló el país entre 1964 y 1985, peón de la banca,
el capital trasnacional y la oligarquía terrateniente ha sido refrendado
en las urnas por más de 49 millones de personas (49,276,896), un 46.03
por ciento. Entre sus votantes, futbolistas como Ronaldinho o Rivaldo,
millones de mujeres, trabajadores, jóvenes, sectores medios,
afroamericanos, marginados, hombres y mujeres del pueblo. Ninguno de los
grupos mencionados será favorecido por las políticas neoliberales y
ultraconservadoras, más bien lo contrario. Asistiremos a una involución
política en los derechos de la mujer, en las condiciones laborales, a
una disminución en los presupuestos federales para educación, sanidad o
prestaciones sociales, a un repunte de la pobreza, la militarización y
una pérdida de poder adquisitivo de las clases trabajadoras. Casi 50
millones de brasileños se han puesto voluntariamente la soga al cuello.
Algo similar a la elección de Macri en Argentina. Aun así, Bolsonaro
tendrá que acudir a las urnas el 28 de octubre. En segunda vuelta, las
opciones de triunfo del representante del PT, Fernando Haddad, con
31,341,996 de votos (29.28 por ciento), son improbables. El futuro
predice que Jair Bolsonaro, salvo cambio de última hora, será investido
presidente de Brasil.
todos contra el PTfuncionó. La población permisiva con la corrupción de la derecha, no la castiga electoralmente, la penaliza en la izquierda con un efecto devastador. La derecha lo sabe y ataca por el flanco débil. Se erige representante de la moral, del orden político, de la recuperación económica. Así, Sebastián Piñera, presidente de Chile, declaró a Bolsonaro el mejor presidente para Brasil,
al tener un programa económico que apunta en buena dirección.
En estas elecciones, en esta guerra contra la corrupción, considerada
el principal mal de Brasil, jugó un papel fundamental la Iglesia
evangélica. Edir Macedo, el obispo de la Iglesia Universal del Reino de
Dios, la más poderosa de Brasil, a la cual pertenece Bolsonaro, le dio
su apoyo. Su discurso destacó la condición de enviado del
Señora fin de purificar el alma corrupta, defender la familia y la moral. Bolsonaro salía al paso de las acusaciones de machista, xenófobo y racista en las televisiones evangélicas argumentando que lo hacían al no poder acusarlo de corrupto.
La pérdida de identidad colectiva, y el advenimiento de un
individualismo autista son el germen del nuevo totalitarismo
representado por Bolsonaro. La desafección democrática en América Latina
crece alarmantemente. En 2018, el Latinobarómetro, indica que sólo 53
por ciento de la población es partidaria de un gobierno democrático. No
le importaría vivir en dictadura si se garantiza su seguridad. Resulta
significativo que ex miembros de las fuerzas armadas, la mayoría
miembros del partido Social Liberal de Bolsonaro, hayan obtenido un
escaño, aduciendo su sentido del orden y la represión. La ultraderecha
viene, como en Alemania en 1933, a salvar el capitalismo. Bien apunto
José Saramago:
los fascistas del futuro no van a tener el estereotipo de Hitler o Mussolini. No van a tener gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y tan pocos van a percibir que la historia se está repitiendo.
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