Ctxt
Fundado en 1919, el Partido Comunista estadounidense ha sobrevivido a la represión y la demonización. La prioridad de sus 5.000 miembros es derrotar a la extrema derecha en las elecciones de 2020. |
Robert
Thompson y Benjamin Davis, miembros del Partido Comunista
estadounidense, a su salida del Palacio de Justicia Federal de Nueva
York en 1949. Stieglitz, C. M. | Library of Congress 10 de Septiembre de
2019
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Entre
los días 21 y 23 de junio se celebró en Chicago, Illinois, la trigésimo
primera convención del Partido Comunista de EE.UU. (CPUSA por sus
siglas en inglés). Una convención más o menos de un partido
aparentemente marginal en el panorama político norteamericano sería
despreciable si no fuera porque da comienzo a la celebración de sus cien
años de existencia. Una china en el zapato de uno de los países más
anticomunistas del mundo, o, lo que es lo mismo, de uno de los países
más fervorosamente capitalistas de la Tierra. Cumplir un siglo de edad,
como lo hace el CPUSA estos días, expresa perfectamente la fuerza de una
organización que, más allá de su tamaño real, unos 5.000 miembros en la
actualidad, ha sido y es columna vertebral de las luchas obreras y
sindicales, de la reivindicación y defensa de los derechos civiles, y de
los movimientos contra la guerra en EE.UU.
“Nos reunimos en un
momento crucial. La misma existencia de nuestra gente y nuestro planeta
está en peligro”, afirmaba John Bachtell, presidente saliente, en la
apertura de la convención, “somos nosotros los que lideraremos la lucha
para extender los derechos democráticos y salvar el planeta (…), los que
vamos a crear un tipo de sociedad radicalmente nueva, libre de
explotación, odio y desigualdad”. El idealismo del presidente,
presumiblemente también el de los 300 delegados, delegadas y
representantes de distintos partidos del trabajo de todo el mundo que lo
acompañaban, está fuera de toda cuestión. Pero, en todo caso, si algo
hay que reconocer del CPUSA es su capacidad de iniciativa, es decir, su
verdadera vocación de vanguardia de las luchas obreras y ciudadanas.
Ese
mismo afán se materializó un 1 de septiembre del convulso año de 1919
(año de la mayor huelga del metal en la historia del país hasta ese
momento), cuando 128 hombres y mujeres, reunidos en el 1221 de la Blue
Island Avenue de Chicago, fundaban el CPUSA. El manifiesto aprobado en
aquella ocasión por una mayoría de esos hombres y mujeres rezaba: “El
mundo está al borde de una nueva era. Europa se ha rebelado. Las masas
de Asia se agitan con inquietud. El capitalismo está en colapso. Los
trabajadores del mundo vislumbran una nueva vida y adquieren un nuevo
coraje. De la noche de la guerra viene un nuevo día... (…) Llega la
llamada a la acción. ¡Los trabajadores deben responder a esta llamada!”.
Desde sus inicios dedicó una parte de sus energías, de sus cuadros y sus militantes, a la fundación de organizaciones para la defensa de los derechos civiles, de las libertades de las minorías, de los inmigrantes y de los nacidos en el extranjero
Desde su misma
fundación, los miembros del CPUSA sufrieron persecución, cárcel y, en el
caso de miles de inmigrantes afiliados, deportación. El fiscal general
en aquel entonces, A. Mitchell Palmer, con la cobertura de la Ley de
Sedición de 1918 (una especie de “ley mordaza” que castigaba, entre
otras cosas, las opiniones contrarias a la guerra), desató la respuesta
represiva ante la Primera amenaza roja, constituida por las luchas
obreras, la agitación en las calles, las huelgas y, para colmo, el
desarrollo y la profundización del triunfo en 1917 de los trabajadores y
las trabajadoras de Rusia. Los componentes más destacados de la
dirección del partido no tuvieron más remedio que reducirse a la
clandestinidad. Este acoso estatal se produjo en un contexto económico
en el que, entre 1915 y 1920, en EE.UU., por efecto de la Primera Guerra
Mundial, los precios de la alimentación se duplicaron, mientras que los de la ropa se triplicaron.
Esta
primera ola de represión comenzó a remitir a partir 1921, cuando el
partido pudo emerger del anonimato, aunque una parte de él quedó oculta,
en lo que ha dado en llamarse el “aparato secreto del CPUSA”. El
trabajo del partido se centró entonces en echar raíces entre la clase
trabajadora, siempre con el objetivo de defender sus intereses de clase.
Para ello, tomó la iniciativa en la formación de tantos sindicatos y
tan inclusivos como fuera posible, con la colaboración de la Federación
Americana del Trabajo, ya existente, en todos los sectores productivos
de EEUU. Pero también dedicó una parte de sus energías, de sus cuadros y
sus militantes, a la fundación de organizaciones para la defensa de los
derechos civiles, de las libertades de las minorías, de los inmigrantes
y de los nacidos en el extranjero. Y al mismo tiempo, a integrar y a
organizar a las personas de color, trabajadores y trabajadoras negras
del campo y de la ciudad, en los sindicatos. De hecho, y para confirmar
esa vocación de vanguardia de la que hablábamos, el CPUSA fue el primer partido racialmente integrado de EE.UU.
“Una
característica esencial del trabajo del Partido es nuestra política
estratégica: identificar el objetivo político más importante del
momento, el cual, cuando se logre, hará avanzar a toda la clase obrera y
a la lucha democrática”, decía Bachtell en la conferencia de apertura
de la convención del CPUSA de junio para definir la misma estrategia que
el partido ha llevado a cabo a lo largo de su historia. Lo mismo en los
inicios como posteriormente, con huelgas fallidas en unos casos,
ganadas en otros, con éxitos y fracasos, como en toda lucha justa.
Sin embargo, en octubre de 1929, tras el crash
de Wall Street, los trabajadores y trabajadoras que habían perdido sus
empleos necesitaban algo más que estrategias. Los comunistas y las
comunistas del CPUSA se pusieron de inmediato a la cabeza de la sociedad
para ayudar a la “famélica legión”. Crearon los Consejos de
Desempleados, que se encargaban de repartir entre los necesitados los
víveres y artículos que el Estado, mediante las oficinas de socorro, no
llegaba a proporcionar o solo en los casos de pobreza más extrema. Estos
consejos sirvieron asimismo para bloquear los desahucios a que se
enfrentaban decenas de miles de inquilinos (en lo que fueron escraches
de la época), para organizar también la movilización por la exigencia de
empleos públicos para los desempleados y ayudas para los que no podían
trabajar, principalmente mujeres con hijos y/o personas mayores y/o
discapacitados a su cargo, y no solo en la ciudad, sino también en las
zonas rurales, donde se producían ejecuciones hipotecarias en las
granjas. Desilusionados con el capitalismo, seducidos por las ideas
comunistas o por la labor que sus militantes realizaban a pie de calle y
con las manos en el barro, muchas de las personas desempleadas pasaron a
las filas del CPUSA. Su afiliación, que había sido de 12.000 miembros en los años de su fundación, llegó a los 75.000 en 1938.
Tras la entrada en la guerra de la Unión Soviética en 1941, el CPUSA se centró en las políticas y la lucha antifascistas, recuperó su influencia y alcanzó los 80.000 miembros
En 1935, tres años después de ganar las elecciones, el gobierno de Franklin Roosevelt puso en marcha el New Deal, “la mayor victoria
de la gente trabajadora, desde que la Guerra Civil abolió la
esclavitud”, un giro contra el laissez-faire que había llevado a la
crisis. La legislación del New Deal establecía así la prestación por
desempleo, la adopción de la negociación colectiva, pensiones para los
mayores y seguridad social, un salario mínimo y la semana de 40 horas de
trabajo, reivindicaciones de las que el CPUSA había sido pionero en el
país.
“Somos un partido internacionalista cuya meta es –señala
Bachtell– acabar con el imperialismo yanqui y su presencia militar
global, y reemplazarlo por solidaridad, igualdad y cooperación global”.
El carácter internacionalista del CPUSA queda así de manifiesto hoy con
sus palabras, como ayer quedó de manifiesto con hechos.
España,
1936, “Alzamiento nacional” y golpe a la Segunda República. Muchos
militantes del partido se lanzan a las calles de EE.UU. y se manifiestan
en defensa de la República española, en contra del golpe de Estado
militar de julio, liderado por el general Francisco Franco. El CPUSA
colabora con el bando de la democracia y la legalidad, recauda fondos
para asistencia médica, y facilita la integración de muchos de sus
miembros en una agrupación interracial, el Batallón Abraham Lincoln, una
de las brigadas internacionales que luchó en la Guerra Civil española.
“Los
limitados derechos civiles, sociales y democráticos que la clase
trabajadora y el pueblo ganó bajo el capitalismo, siempre están
amenazados. Ahora son asaltados de una forma sin precedentes. (…) En una
u otra medida, la extrema derecha siempre supondrá un peligro para la
democracia.” Parece que casi podemos oír reverberar en la sala de
conferencias las palabras del ex presidente del CPUSA, John Bachtell.
También parece que no hayan pasado cien años.
Con la llegada del
general Franco a España, de Hitler a Alemania y de Mussolini a Italia,
el fascismo se extendió por Europa. Stalin, en el gobierno ruso desde
1941, intrigaba y manejaba con mano de hierro la administración, el
Partido y la Internacional Comunista (hasta que la disolvió en 1943).
Tras
la entrada en la guerra de la Unión Soviética en 1941, el CPUSA se
centró en las políticas y la lucha antifascistas, recuperó su influencia
y alcanzó sus mayores cifras de afiliación, con un total de 80.000 miembros.
El
CPUSA tuvo en Earl Browder, secretario general y presidente del partido
entre los años 1932 y 1945, como también en su sucesor, más conocido
por el seudónimo de Eugene Dennis, unos fieles seguidores de los
planteamientos de Stalin. Para ilustrar la cuestión, baste señalar que
cuando en agosto de 1940 un agente ruso asesinó a Trotsky con un piolet,
Browder aceptó y perpetuó la ficción de que dicho agente era un
elemento desilusionado del partido. Ambos dirigentes, junto con otros
líderes del CPUSA, fueron acusados por la justicia norteamericana de
espiar para la URSS y sufrieron procesos y cárcel.
El CPUSA sufrió una sangría de militantes después de que las fuerzas soviéticas invadieran Hungría en 1956, y de que Khrushchev desvelara en febrero de ese mismo año, los continuados crímenes de Stalin
Poco
después, finalizada la Segunda Guerra Mundial, con la Guerra Fría, con
el lanzamiento de la primera bomba atómica en 1949 por parte de la URSS,
con la llegada al poder en China de Mao Zedong ese mismo año y el
comienzo de la Guerra de Corea en 1950, llegaría la psicosis
anticomunista, o la Segunda amenaza roja. El presidente del Comité del
Senado estadounidense, Joseph MacCarthy, denunció en febrero de 1950 una
conspiración y la infiltración de agentes comunistas en el Departamento
de Estado (equivalente al Ministerio de Exteriores). Así se iniciaron
los procesos inquisitoriales contra cualquier sospechoso o sospechosa de
comunismo, la “caza de brujas”, entre cuyas víctimas se cuentan actores
y guionistas de Hollywood, funcionarios y funcionarias del gobierno y
algunos militares. Dichos procesos pasaron por encima del principio de
presunción de inocencia, propio de cualquier democracia que se precie,
de forma que era el acusado o la acusada quien debía probar su
inocencia, es decir, su nula vinculación o simpatía por el Partido
Comunista, o en su defecto, debía delatar a sus camaradas.
“Todavía
muchos nos perciben como ilegales o ligados a la Unión Soviética y a
modelos de socialismo del pasado. Muchos de nuestros miembros, algunos
líderes sindicales y comunitarios y funcionarios electos temen asociarse
públicamente con nosotros”, reconocía Bachtell en la convención del
CPUSA. “Aun así, los tiempos, la gente y la atmósfera política han
cambiado dramáticamente. El anticomunismo también ha declinado,
especialmente entre las generaciones jóvenes, nacidas después de la
Guerra Fría”, añadía.
El CPUSA sufrió una sangría de militantes
después de que las fuerzas soviéticas invadieran Hungría en 1956, y de
que Nikita Khrushchev desvelara en febrero de ese mismo año, en un
inesperado “discurso secreto” en el vigésimo Congreso del Partido
Comunista Soviético, los continuados crímenes de Stalin y su gobierno.
Howard Fast, autor de la novela Espartaco y militante del CPUSA desde 1943, expresaba
así la sensación que dejó Khrushchev entre los miembros del partido:
“Carreras brillantes abandonadas, éxito y riqueza dejadas de lado por
algunos, respeto y honor arrinconados por otros, todos juntos en un
pequeño grupo minoritario que había sido acosado y perseguido durante
una década, todos nosotros guiados y comprometidos con un sueño
espléndido de hermandad y justicia (…), y en este grupo (…) me levanté y
dije: me pregunto si hay algún camarada que pueda decir ahora, después
de lo que hemos conocido y visto, que ella o él seguiría hoy con vida si
los líderes de nuestro propio partido hubieran tenido el poder de
ejecución”. En todo caso, tras ese “discurso secreto”, los disidentes
que renunciaron al estalinismo fueron expulsados del partido, otros se
salieron por propia voluntad, y algunos de ellos formaron nuevas
organizaciones de izquierda (como el Partido Progresista del Trabajo).
Aún a día de hoy, Bachtell se lamentaba en la convención del CPUSA: “La
percepción de que el comunismo es sinónimo de totalitarismo (…) aún está
profundamente arraigada en el ADN político del país y es un arma
poderosa de división por parte de la clase dominante”.
Fue en 1990 cuando por fin, después de años de insistencia, el militante del partido Eric A. Gordon consiguió que publicaran el primer artículo que aparecía en los círculos del CPUSA en reivindicación de los derechos de las personas LGTB
No obstante, los miembros que
permanecieron en el partido y activos a pesar de todo, mantuvieron la
labor del CPUSA, hasta que en 1988 Mijail Gorbachov alcanzó la jefatura
del Estado soviético. Tras una primera acogida favorable a las profundas
reformas de aquel, en 1989 el obrero metalúrgico Gus Hall, presidente
del CPUSA desde 1959 hasta el 2000, las rechazó como una
contrarrevolución destinada a restaurar el capitalismo en la URSS. Este
planteamiento debilitó las relaciones del CPUSA con el Partido Comunista
de la Unión Soviética, hasta el punto de que su secretario general les
cortó la financiación. Los comunistas estadounidenses dependían
financieramente del partido comunista ruso, como demuestra la existencia
de al menos un recibo firmado por Hall.
Con
la disolución de la URSS y la ilegalización del Partido Comunista ruso
en 1991 por parte de Boris Yeltsin, el CPUSA tuvo que replantearse su
posición ideológica, para finalmente reafirmarse en su enfoque
marxista-leninista, tal como se lee en sus estatutos: “Aplicamos la
perspectiva científica desarrollada por Marx, Engels, Lenin y otros, en
el contexto de nuestra historia, cultura y tradiciones americanas”.
Hay
una cuestión en la que el CPUSA siempre ha estado rezagado respecto de
otras formaciones de izquierdas. Así, fue solo en 1990 cuando por fin,
después de años de insistencia, el militante del partido Eric A. Gordon
consiguió que publicaran el primer artículo que aparecía en los círculos del CPUSA, concretamente en el periódico People’s Daily World, en reivindicación de los derechos de las personas LGTB.
El
Partido Comunista estadounidense celebra sus cien años de historia con
una prioridad inmediata: “El campo de batalla más decisivo son las
elecciones de 2020. (…) Se requerirá la máxima unidad y movilización de
nuestra clase obrera multirracial, masculina y femenina, gay y
heterosexual, multigeneracional, nativa y extranjera, en alianza con
todas las demás fuerzas democráticas esenciales, incluyendo las
comunidades de color, las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes, los
discapacitados y todos los movimientos sociales. Derrotar a la extrema
derecha es sólo la primera etapa de una lucha más prolongada y expansiva
contra toda la clase capitalista”, señaló Bachtel antes de dar paso a
una presidencia bicéfala compuesta por Rossana Cambron, la primera mujer
en dirigir el partido desde que en 1961 fuera presidenta la líder
sindical Elizabeth Gurley Flynn, el periodista y activista Joe Sims.
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