J. Jaime Hernández
El gobierno de
Andrés Manuel López Obrador ha hecho la firme promesa de defender a
nuestros compatriotas de los ataques racistas y los supremacistas
blancos en Estados Unidos.
Pero, si nos atenemos al resurgimiento de ataques contra inmigrantes o
ciudadanos de origen mexicano desde el arribo al poder de Donald Trump,
uno se pregunta si, acaso, esta cruzada contra los supremacistas
blancos incluirá al inquilino de la Casa Blanca.
¿O es que acaso la lucha contra el racismo y el terrorismo de los supremacistas en EU no incluirá a su principal instigador?
Si no es así, podríamos asegurar por adelantado que esta lucha ya
esta perdida. O que simple y sencillamente estamos ante un paripé o acto
de simulación.
Por otro lado, a pesar de que esta promesa cuenta con el aval o
respaldo de la ONU y la OEA, uno se pregunta si acaso esta campaña para
defender a los mexicanos en EU –que por cierto es de caracter
extraterritorial--, no correrá la misma suerte de otras crisis o
conflictos que se han podrido en el seno de estos organismos
multilaterales, hipotecando así la credibilidad y la confianza de
millones de ciudadanos en todo el mundo.
Me refiero a los casos de Ucrania, Yemen o Venezuela, por mencionar solo algunos.
En este contexto, cargado de frases voluntaristas y promesas que
luego se las lleva el viento, es necesario hablar de la dimension real
de este problema. De ofrecer un mínimo atisbo de lo que, en el curso de
los últimos años, se ha convertido en una de las más serias amenazas
para la seguridad interna de EU: el terrorismo domestico de
supremacistas blancos.
Una fuerza oscura que se ha nutrido durante décadas de enloquecidas
teorías de “desplazamiento demográfico”. Un ejército de nativistas que
se habían mantenido agazapados. O que habían limitado sus acciones a la
“defensa de la frontera con México” creando milicias para dar caza a
migrantes o a buscar alianzas en el seno del partido republicano.
Hasta que llegó Donald Trump con sus promesas de reconquistar los
derechos del hombre blanco y frenar el cambiante rostro demográfico de
Estados Unidos. Bajo el regimen de Donald Trump, los supremacistas
blancos han podido al fin actuar a la luz del día y de forma
desembozada, rompiendo el espinazo de migrantes de origen mexicano o
desfilando a rostro descubierto por las calles de Estados Unidos bajo la
consigna de “no nos desplazarán”.
“AHORA NO SABEN QUE HACER PARA FRENARLOS”
Aunque parezca mentira, antes del atentado terrorista del pasado 3
de agosto en El Paso, Texas, el concepto de “terrorismo domestico” era
casi una abstracción y un término que solo encapsulaba el fenómeno del
terrorismo islámico.
Y aunque el “terrorismo domestico” es un fenómeno de larga historia
en EU, con antecedentes desde 1920 con los ataques perpetrados por
células anarquistas, y su posterior reaparición con ataques de
supremacistas blancos, su transformación y reetiquetado se produce tras
los ataques de represalia e invasiones de EU en Afganistán e Irak.
Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la
atención del FBI y los servicios de inteligencia se volcaría
drásticamente contra la amenaza terrorista que “siempre llega desde el
exterior” y, además, esta impregnada de integrismo musulmán.
La figura del “lobo solitario” emergió en los análisis del FBI y las
unidades de lucha contraterrorista, pero siempre vinculado al fenómeno
del integrismo islámico.
Todo esto cambio tras el atentado del pasado 3 de agosto a manos de
Patrick Crusius, un joven de 21 años que vivía en los suburbios de
Dallas, Texas. En unos barrios donde la mayoría blanca se había
contraído para pasar del 80 al 50 por ciento en los últimos años.
Tras asesinar a 22 personas, Crusius declaró que su ataque iba
dirigido contra los mexicanos que estaban "invadiendo" el sur de EU. Una
retórica blandida hasta el cansancio por el presidente, Donald Trump.
En los últimos meses, Crusius se la había pasando en foros de
internet debatiendo ideas en torno a la vieja teoría del “Gran
Reemplazo” demográfico. Una tesis conspiracionista que surgió en
Francia, un país bajo constante tensión racial ante el avance de
comunidades inmigrantes del norte de África.
Pero, la fuerza criminal que impulsó a Patrick Crusius, no solo
surgió del cambio de paisaje demográfico en los suburbios de Dallas. Su
manifiesto contra los mexicanos también destilaba un fuerte tufo racista
como el que empleó a lo largo de su campaña y tras su victoria
electoral, el hoy presidente Donald Trump.
Según el estudio “Los efectos de la elección de Donald Trump en los
crímenes de odio” de Griffin Edwards y Stephen Rushin, “encontramos
evidencia convincente de que las elecciones de Donald Trump pueden haber
contribuido al aumento nacional de los delitos de odio que comenzaron
durante el cuarto trimestre de 2016”.
Este ensayo, que se basa en las estadísticas de crimen de odio del
FBI, ha elevado a nivel académico un fenómeno que ha sido soslayado por
el Departamento de Justicia, la Casa Blanca y el propio FBI durante la
administración de Donald Trump.
El pasado 3 de noviembre, la revista del diario The New York Times publico un devastador reporte
en el que reveló que, durante casi dos décadas, el Departamento de
Justicia y el FBI habían desestimado la amenaza del terrorismo domestico
en manos de supremacistas blancos.
“Ahora, no saben qué hacer para frenarlo”, resumió el medio.
En posteriores audiencias en el Congreso, altos responsables del FBI
reconocieron que, incluso, los fiscales federales tenían serios
problemas a la hora de definir los crímenes de odio, o de equipararlos a
actos de “terrorismo domestico” a la hora de procesar a los
responsables de atentados como el del pasado 3 de agosto en El Paso,
Texas.
Hacia fines de abril, el FBI y el Departamento de Justicia dieron a
conocer un nuevo sistema de clasificación que empleaba solo cuatro
categorías: extremismo violento por motivos raciales; extremismo
anti-gobierno y anti-autoridad; derechos de los animales y extremismo
ambiental; y el extremismo del aborto.
Según organizaciones como la Liga Anti Difamación los más de 50
crímenes de supremacistas blancos en 2018 rompieron un récord sin
precedentes desde 1995.
A pesar de esta reclasificación del delito de “terrorismo domestico”,
algunos fiscales siguen teniendo serios problemas a la hora de
equiparar actos de terrorismo domestico con crímenes de odio
indiscriminado ante un juez.
¿El motivo? … Las resistencias de la administración a poner en la
mira de jueces a organizaciones supremacistas que, por cierto, se han
convertido en un importante vivero electoral de Donald Trump. De hecho,
algunos agentes del FBI se han quejado de falta de recursos o de apoyo a
la hora de investigar y encausar a criminales de odio racista que, por
cierto, se han convertido en una epidemia bajo la era Trump.
¿Llegados a este punto es realista pensar que el gobierno de México
tendra el poder y los recursos para echarle el guante e incluso
extraditar a terroristas domesticos que comulgan con las ideas de los
supremacistas blancos?
Se aceptan apuestas …
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