El discurso de Trump: “yo fui a ayudar a la zona cero”; nadie lo vio
Sin alusiones a Irak o Afganistán, EU conmemora ataques del 11-S
Desde que llegó a Washington, el magnate ha
destituido a más de 50 funcionarios, lo que ha marcado la
disfuncionalidad de la Casa Blanca
Imagen del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York
la mañana del 11 de septiembre de 2001.
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Nueva York. Ayer se conmemoró el 18 aniversario de los atentados terroristas del 11 de septiembre, pero aunque los ritos solemnes anuales procedieron aquí y en el Pentágono, imperó la sombra de una Casa Blanca disfuncional que, además de las mentiras cotidianas, ha expulsado ya a un número sin precedente de sus más altos funcionarios desde que Donald Trump empezó su estancia.
El despido, según Trump, o renuncia, según John Bolton, de su asesor
de Seguridad Nacional, es el tercero en ese puesto en menos de tres
años. También han sido cesados –o huyeron– dos previos asesores de
seguridad, dos jefes de gabinete, un secretario de Estado, otro del
Tesoro, uno de Defensa, uno de Seguridad Interna, otro de Trabajo, una
más de Salud, otro del Interior, un procurador general y un director de
la FBI, y otros más de segundo y tercer niveles; por lo menos 51 altos
funcionarios en total.
El fin de Bolton no fue sorpresa, y la forma en que se hizo, por
tuit, ya no es novedad. Se sabía, como lo declaró el presidente, que
había marcadas diferencias de opinión entre los dos, y de la guerra cada
vez más abierta entre el famoso bigote blanco y el secretario de Estado
Mike Pompeo (quien ayer no lograba ocultar su sonrisa al hablar de su
ex contrincante).
Aunque los analistas y observadores se han enfocado mucho en estas diferencias
ideológicas, con Bolton como un halcón tan extremo que el propio Trump bromeaba acerca de que si fuera por decisión de su asesor,
estaríamos en cuatro guerras másy que él era quien tenía que moderar a Bolton, todo indica que el fin fue por algo más sencillo y común en este régimen: el presidente se hartó de alguien que no estaba de acuerdo en todo lo que el jefe quería.
Ahora el debate es si la ausencia de Bolton cambiará la política
exterior de Trump. Se sabía que Bolton favorecía estrategias de “cambio
de régimen –incluso a través de invasiones y guerras– en Irán,
Venezuela, Cuba, Siria, Corea del Norte y otros lugares. Por su parte,
Trump minaba esto con frecuencia, indicando que estaba dispuesto a
reunirse con el liderazgo de Irán, por ejemplo, y mantener una relación
amistosa con el líder norcoreano.
Trump comentó ayer que
estaba en desacuerdo con la actitud de Bolton sobre Venezuela. Pensé que estaba muy fuera de lugar, reportó Eli Stokols, de Los Angeles Times.
También se sabía anteriormente que Trump estaba irritado y frustrado
con el tema de Venezuela porque Bolton y otros le habían asegurado que
el gobierno de Nicolás Maduro estaba por caer ante un levantamiento
popular y militar interno que nunca se produjo.
Pero estas disputas y desacuerdos sobre política no necesariamente
son lo que determinan las decisiones internas de este régimen bajo el
manejo errático de Trump. Con un presidente que se proclama como el más
inteligente –
un genio muy estable– que su gabinete, sus asesores, sus generales y los jefes de inteligencia, el fin de Bolton parece ser sólo otra decisión de una percepción de insuficiente lealtad y elogio o por razones de vanidad.
De hecho, esa vanidad se expresa sin falta cada día. Al ofrecer un
discurso referente al 11 de septiembre, Trump repitió ayer una
afirmación que carece de evidencia y parece ser otra exageración, engaño
o mentira, entre las ya más de 10 mil que ha dicho desde que llegó a la
Casa Blanca (según conteo del Washington Post). Insistió en
que después de que vio el ataque contra las Torres Gemelas desde un
edificio en Nueva York, pocos días despues “fui a la zona cero con
hombres que trabajan para mí para intentar ayudar de cualquier manera
que pudiéramos”. Sin embargo, nadie recuerda su presencia ni que haya
ofrecido apoyo alguno.
En este aniversario tampoco se habló mucho de la guerra en Afganistán que se lanzó como
respuestaa los atentados y que ahora es la más larga de la historia estadunidense, y menos sobre la de Irak y sus secuelas en la región. Más bien, los últimos días han estado repletos de disputas sobre realidades alternativas inventadas por el presidente, o por afirmaciones que preocupan por falta de coherencia.
Tal vez lo más increíble es que los temas que imperan en Washington
no fueron el 11 de septiembre ni las guerras o política exterior –hasta
lo de Bolton se está desvaneciendo– sino cómo Trump, con un plumón y una
serie de declaraciones, insistió en encubrir un error que cometió al
afirmar en un tuit que el huracán Dorian podría impactar al estado de Alabama.
Por más de una semana esto ha sido un gran debate, y continúa con la revelación del New York Times,
de que el secretario de Comercio Wilbur Ross, bajo instrucciones del
jefe del gabinete Mick Mulvaney, amenazó con despedir a funcionarios del
Servicio Nacional Meteorológico –el cual está dentro de su secretaría–
si no apoyaban la falsa afirmación del presidente.
Ayer, Trump, después de ofrecer su discurso por el 11 de septiembre
en el Pentágono, donde recordó con toda la retórica patriótica y
superpoderosa a los casi 3 mil que fallecieron ese día y advirtió que su
país respondería a un nuevo intento parecido con una fuerza militar
nunca antes utilizada, retomó el tema del huracán.
De regreso en la Casa Blanca, a una pregunta sobre la versión del Times,
Trump declaró que él nunca giró instrucciones para amenazar a los
encargados del servicio meteorológico y que eso era otro ejemplo de fake news.
Una encuesta de CNN registró ayer que seis de cada 10 estadunidenses
opinan que Trump no merece un segundo periodo y 71 por ciento no confía y
en la información oficial difundida por la Casa Blanca.
Todo esto marca lo que el propio presidente ha empezado a bautizar como
la Edad de Trump.
Foto Ap
David Brooks
Corresponsal, Periódico La Jornada
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