La pena de muerte como arma política
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos |
El 19 de junio [de 2019] se conmemoró el sexagésimo sexto aniversario de la ejecución de Julius y Ethel Rosenberg,
una joven pareja judío-estadounidense de la ciudad de Nueva York, cuya
supuesta culpabilidad como “espías atómicos” soviéticos nunca se ha
demostrado, a pesar de las muchas mentiras, falsificaciones y otro tipo
de engaños de la propaganda blanca, gris y negra arrojados contra ellos
desde entonces. Quienes son partidarios del absolutismo moral creen que
todo asesinato es inmoral, excepto en casos de legítima defensa
justificada o quizá en casos de asesinatos por misericordia o suicidios
asistidos médicamente (“eutanasia”). Esa es la razón por la que todas
las naciones europeas han abolido la pena de muerte. Excepto en los
antiguos países comunistas de la Europa del este, la tasa de crímenes
violentos de Europa (incluida la tasa de asesinatos) no ha aumentado a
consecuencia de esta drástica reforma legal (Rachels & Rachels
149-150).
La pena de muerte es especialmente controvertida e
indefendible moralmente cuando se aplica a delitos que no son de sangre,
como la deserción militar en tiempo de guerra o la “alta traición”
(espionaje) en tiempo de paz. Un caso particularmente escandaloso de
“alta traición” fue el de Ethel y Julius Rosenberg, a los que se acusó
falsamente de ser “espías atómicos” de Moscú y fueron electrocutados el
19 de junio de 1953 por algo que el director del FBI J. Edgar Hoover
calificó de forma grandilocuente de “crimen del siglo”. Muchos años
después un eminente experto en derecho, formado en la Facultad de
Derecho de Harvard, concluyó de forma inequívoca que “por muy
controvertido que fuera, el caso Rosenberg también fue un enorme error
judicial. Nadie puede estar orgulloso de lo que hizo la justicia
estadounidense en el caso Rosenberg. Merece un lugar especial en la
conciencia de nuestra sociedad” (Sharlitt 256).
Sin embargo,
los fanáticos “patriotas”, que antaño condenaron injustamente y
asesinaron a los Rosenberg, ahora quieren juzgar y condenar a muerte por
“alta traición” a Edward Snowden , exempleado de la National
Security Agency (NSA, Agencia de Seguridad Nacional) que denunció las
prácticas ilegales de esta organización y ahora está fugitivo. Gracias a
Snowden ahora sabemos que la NSA ha estado espiando a ciudadanos y
ciudadanas estadounidenses, grabando y almacenando en secreto todas sus
comunicaciones privadas. Otro posible objetivo futuro es Julian Assange , el famoso aunque controvertido director y fundador de Wikileaks, en caso de que este periodista australiano conocido por el Russiagate
sea extraditado de Gran Bretaña y juzgado en Estados Unidos. Este
artículo trata del abuso por parte del gobierno [estadounidense] de la
pena de muerte como castigo y arma política casi legal, como ocurrió en
el juicio injusto y la ejecución de los Rosenberg acusados de espiar en
tiempo de paz, un acontecimiento que históricamente se conoce como “el
punto culminante de la Era McCarthy” (Wexley xiii).
La Era McCarthy
En 1948 comenzó la era del macartismo, la tristemente célebre histeria
de acoso al rojo del Estados Unidos de postguerra. El término
“macartismo” proviene del nombre del entonces recién elegido senador
republicano por Wisconsin, Joseph McCarthy . Como miembro de la
Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado el senador McCarthy
persiguió a las personas comunistas que supuestamente operaban dentro
del gobierno demócrata del presidente Harry Truman, especialmente en el
Departamento de Estado del general George C. Marshall, al que se culpó
de haber “perdido a China” frente a los comunistas chinos de Mao
Tze-Tung apoyados por los soviéticos en 1948-1949. Con la ayuda del
Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC, por sus siglas en
inglés) del Congreso estadounidense Joe McCarthy quería demostrar que el
gobierno Truman, que contaba con muchos partidarios del “New Deal” y
algunos vestigios izquierdistas de la anterior presidencia de Franklin
Delano Roosevelt (FDR), estaba plagado de “comunistas” que espiaban
secretamente para Moscú. Hasta el propio gobierno Truman había
establecido el Programa Federal de Fidelización de Empleados y varios
grupos (como el Comité Estadounidense para la Libertad Cultural) con el
fin de descubrir a las personas supuestamente comunistas que había en el
gobierno y en los medios de comunicación (Carmichael 1-5, 41-46).
Lo que hizo especialmente célebre al senador McCarthy fue su activo
papel en la persecución y encarcelamiento de miles de personas que eran
verdaderamente comunistas estadounidenses o que eran sospechosas de
serlo, incluidos casi 150 miembros destacados del Partido Comunista de
Estados Unidos (CPUSA, por sus siglas en inglés), acusados de conspirar
supuestamente para derrocar el sistema constitucional de Estados Unidos
por medio una revolución violenta. Según la draconiana Ley Smith,
cualquier persona estadounidense que fuera miembro del CPUSA podía ser
procesada por traición y por ser espía soviético. Ni siquiera Hollywood
se libró de esta caza de brujas anticomunista en todo el país ya que
cientos de actores y actrices de cine, directores, guionistas,
productores, compositores de música, publicistas e incluso tramoyistas
fueron incluidos en una lista negra, despedidos de sus trabajos o, como
los “antipáticos” Hollywood Ten [Diez de Hollywood], encarcelados por
sus simpatías y filiaciones “comunistas” (Carmichael 46-47). Algunas
personas famosas de la “Dream Factory”, como Charlie Chaplin y Bertolt
Brecht, prefirieron marcharse al extranjero para no acabar en la cárcel.
Foto: Ethel y Julius Rosenberg (Fuente: Wikimedia Commons)
El presidente Truman había asegurado reiteradamente al pueblo
estadounidense que la URSS no podría conseguir un arma nuclear en los
siguientes entre 10 y 20 años, de modo que cuando los rusos probaron una
bomba atómica en agosto de 1949 se emprendió la búsqueda de traidores
dentro del propio Estados Unidos y de espías atómicos que trabajaran
para Moscú. El senador McCarthy y el igualmente infame ayudante del
fiscal Roy Cohn, que fue asesor principal de la Subcomisión Permanente
de Investigaciones del Senado, acusaron públicamente a muchos
“comunistas” conocidos y desconocidos de espionaje atómico para la Unión
Soviética. Uno de los acusados era el oscuro propietario de un pequeño
taller en la ciudad de Nueva York llamado David Greenglass, que había
sido un joven sargento destinado al Proyecto Manhattan en Los Álamos,
Nuevo México, donde se desarrollaron las primeras bombas atómicas de
Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Las acusaciones de
Cohn contra él carecían de todo fundamento ya que no había “ni un solo
testigo ni una sola prueba de que Greenglass hubiera cometido espionaje”
(Wexley 113-114). Pero llevado por el pánico y temiendo por su vida,
Greenglass implicó falsamente a su hermana Ethel y a su marido Julius
(como lamentablemente reconoció muchos años después) presionado por los
fiscales y para protegerse a sí mismo y especialmente a su querida
esposa Ruth de posibles acusaciones criminales de espionaje atómico y
alta traición (Roberts 479-484).
Basándose únicamente en el
sospechoso testimonio de Greenglass los fiscales del gobierno
detuvieron, encarcelaron y juzgaron a Julius y Ethel Rosenberg por robar
secretos de la bomba atómica de Estados Unidos y pasarlos a Moscú. En
una grave violación del código de conducta judicial Cohn, el fiscal del
juicio Irving Saypol y el juez que presidía el tribunal Irving Kaufman
se consultaron ilegalmente casi a diario y conspiraron en secreto con
otros altos cargos del Departamento de Justicia, incluido el Fiscal
General de Estados Unidos Herbert Brownell Jr., para socavar la defensa
legal de la pareja acusada.
La acusación se inventó la mayoría
de las pruebas contra los Rosenberg con la ayuda de David Greenglass,
que se convirtió en testigo del gobierno a cambio de indulgencia por las
supuestas actividades en el pasado como espías soviéticos tanto de él
como de su esposa (Roberts 476-477). Un libro relativamente reciente de
un destacado redactor del New York Times revela que Greenglass
cometió perjurio al declarar en el tribunal contra los Rosenberg, lo que
finalmente llevó a la condena y ejecución de su hermana y cuñado
(Roberts 482-483). Y lo que es peor, “durante el juicio ni los Rosenberg
ni su abogado defensor pudieron acceder a ninguna prueba documental que
apoyara las afirmaciones del gobierno sobre Julius y Ethel” (Carmichael
109). Esta omisión deliberada convirtió el juicio en una farsa, que
“violó además el derecho fundamental de los Rosenberg según la Cuarta
Enmienda a conocer qué pruebas había contra ellos” (Carmichael 109).
Debido a las fuertes presiones políticas, especialmente por parte del
presidente del Tribunal Supremo Fred Vinson, el Tribunal Supremo de
Estados Unidos denegó la revisión de las condenas por espionaje de los
Rosenberg y la suspensión de sus ejecuciones ordenada por el juez del
Tribunal Supremo William O. Douglas con el fin de reabrir su
controvertido caso (Sharlitt: 46-49, 80-81). Aunque era obvio que eran
inocentes de la acusación de ser espías atómicos, los Rosenberg fueron
ejecutados en la temible cárcel Sing Sing de Nueva York el 19 de junio
de 1953 a pesar de las enormes protestas tanto en Estados Unidos como en
el mundo y de las peticiones de clemencia. Sólo dos meses después un
bombardero soviético lanzó la primera bomba de hidrógeno (termonuclear)
operativa del mundo en una prueba en superficie, que demostró lo absurdo
de la idea de que Moscú necesitara robar los secretos atómicos a
Estados Unidos para producir sus propias armas nucleares. Un revelador
libro recién publicado resume los sórdidos detalles legales del caso
Rosenberg: “[…] Una pareja joven judío-estadounidense rehusó hacer la
falsa confesión de haber cometido traición contra Estados Unidos. Debido
a un idealismo fuera de lugar el marido había cometido un crimen
respecto al cual la acusación no afirmaba que hubiera perjudicado a
Estados Unidos. Para satisfacer una agenda política varios altos cargos,
los fiscales, y el juez, que eran unos irresponsables y oportunistas,
elevaron este crimen a la categoría de “traición”. Los Rosenberg no
podían confesar un delito que no habían cometido y por el que los
funcionarios de Justicia exigían cínicamente los nombres de los
cómplices, los cuales también se iban a enfrentar a la amenaza de ser
ejecutados por un delito no cometido. Habrían enviado a familiares y
amigos a la muerte, habrían dejado huérfanos a sus hijos y los habría
cargado en el futuro de una vergüenza inmerecida” (David & Emily
Alman 377).
Desde entonces han salido a la luz muchas pruebas
nuevas (algunas de las cuales habían sido suprimidas previamente por el
gobierno o retenidas por la fiscalía) que confirman la inocencia de los
Rosenberg. Actualmente se acepta mayoritariamente que Ethel Rosenberg
nunca fue una espía soviética y que los fiscales lo sabían
perfectamente. Esta mujer madre de dos hijos fue detenida y encarcelada y
el FBI de J. Edgar Hoover la mantuvo como rehén para chantajear a su
marido y hacer que confesara su supuesta culpabilidad y dijera los
nombres de otros espías soviéticos. Aparte de muchos “testimonios de
oídas”, ni la fiscalía ni el juez presentaron prueba alguna que
“demostrara a existencia de una red de espionaje encabezada por Julius
Rosenberg” alegando convenientemente que todas esas pruebas documentales
“tenían que permanecer secretas por razones de seguridad nacional”
(Carmichael 109).
Julius trató infructuosamente de defenderse
insistiendo en que, aunque las acusaciones de espionaje fueran, en
efecto, ciertas, el supuesto espionaje que había hecho durante la
Segunda Guerra Mundial lo hizo a favor del entonces aliado soviético de
Estados Unidos durante la guerra y no tenía absolutamente nada que ver
con robar información sobre la bomba atómica. Pero el argumento del juez
sentenciador (ridículo desde el punto de vista legal y de los hechos)
de que los Rosenberg habían puesto la bomba atómica en las
“ensangrentadas manos” del dictador soviético Joseph Stalin, lo que más
tarde provocó la muerte de 54.000 soldados estadounidenses en la Guerra
de Corea (1950-1953), tuvo éxito, al menos a ojos de la enfurecida
opinión pública estadounidense y selló el destino de la pareja acusada.
Pero lo más trágico de todo este caso fabricado fue que los británicos
ya habían detenido y encarcelado al científico nuclear alemán Klaus
Fuchs, el cual había admitido haber enviado a Moscú información secreta
acerca de la bomba atómica estadounidense mientras estuvo trabajando
para el ultrasecreto Proyecto Manhattan en Los Álamos durante la Segunda
Guerra Mundial. Obviamente, los macartistas de la caza de brujas
necesitaban varios chivos expiatorios en su país a los que echar la
culpa de que Stalin hubiera desarrollado un arsenal nuclear.
Si
la pena de muerte por un “delito no de sangre”, como la alta traición
en tiempo de paz (que en el caso de los Rosenberg el presidente Dwight
Eisenhower se negó a conmutar por cadena perpetua) no hubiera estado en
vigor en aquel momento, los Rosenberg habrían sido exonerados más tarde y
puestos en libertad al ir disminuyendo gradualmente la histeria
anticomunista. Esto es exactamente lo que ocurrió a los líderes
convictos y encarcelados del Partido Comunista, todos los cuales fueron
liberados uno tras otro por los tribunales: “A principios de 1958 los
exdirigentes del Partido Comunista condenados en 1948 en virtud de la
Ley Smith habían sido puestos en libertad; el Tribunal Supremo había
anulado sus condenas” (Roberts 453).
Conclusión
El caso de Ethel y Julius Rosenberg es un ejemplo flagrante de la
corrupción y politización del sistema judicial de Estados Unidos en el
muy tenso ambiente de Guerra Fría de la década de 1950. A pesar tanto de
su valentía y de su indomable voluntad de vivir como del fuerte apoyo
público que recibieron en Estados Unidos y en el extranjero, los
Rosenberg no sobrevivieron a las injusticias inconstitucionales que les
infligieron unas autoridades judiciales llenas de prejuicios políticos y
moralmente deshonestas, decididas a cumplir sus objetivos
anticomunistas por todos los medios posibles, tanto legales como
ilegales. El Departamento de Justicia había falsificado gran parte de
las pruebas condenatorias contra los Rosenberg, mientras que los
testigos clave en el juicio cambiaron reiteradamente sus testimonios
tras haber sido adiestrados por los fiscales. Como escribió más tarde un
experto analista de juicios sobre la condena y ejecución
“injustificada” de los Rosenberg: "Dado el miedo al comunismo en el que
estaba sumido Estados Unidos en la década de 1950, es dudoso que pudiera
haber otro resultado. [...] Sus muertes siguen siendo una mancha en la
sociedad estadounidense. [...] Cuando la paranoia se apodera de una
nación las personas inocentes sufren con las culpables” (Moss 97).
Casos judiciales tristemente célebres como el de los Rosenberg siguen
recordando ala opinión pública informada que la pena de muerte nunca
está ni se debe considerar legalmente justificada o moralmente
defendible, especialmente en casos no violentos como el espionaje en
tiempo de paz, porque la pena capital hace prácticamente imposible
revertir los errores judiciales del pasado al presentar nuevas pruebas o
pruebas suprimidas previamente que exoneren a aquellas personas
acusadas que han sido ejecutadas. En el caso de los Rosenberg la
fiscalía y los tribunales se han negado obstinadamente hasta la fecha a
reconocer la inocencia demostrada de los acusados y a anular sus
condenas y penas de muerte injustas.
Rossen Vassilev Jr. es estudiante de último año de periodismo en la Universidad Ohio de Athens, Ohio.
Bibliografía:
Alman, David, y Emily Alman, Exoneration: The Trial of Julius and Ethel Rosenberg and Morton Sobell, Seattle, WA, Green Elms Press, 2010.
Carmichael, Virginia, Framing History: The Rosenberg Story and the Cold War, Minneapolis and London, University of Minnesota Press, 1993.
Moss, Francis, The Rosenberg Espionage Case. (Famous Trials series), San Diego, CA, Lucent Books, 2000.
Rachels, James, y Stuart Rachels, The Elements of Moral Philosophy (octava edición), McGraw-Hill Education, 2015.
Roberts, Sam, The Brother: The Untold Story of Atomic Spy David Greenglass and How He Sent His Sister, Ethel Rosenberg, to the Electric Chair, Nueva York, Random House, 2001.
Sharlitt, Joseph H, Fatal Error: The Miscarriage of Justice that Sealed the Rosenbergs’ Fate, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1989.
Wexley, John, The Judgment of Julius and Ethel Rosenberg, Nueva York, Ballantine Books, 1977.
Fuente: http://www.globalresearch.ca/death-penalty-political-weapon-execution-ethel-julius-rosenberg/5683539
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