Víctor Flores Olea
En estos días, en que no
han faltado las discusiones teóricas, nada más natural que consultar
algunos viejos papeles precisamente del tiempo en que ocupaba la
dirección de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
(tiempo que recuerdo con orgullo y reconocimiento hacia demás
autoridades, hacia los colegas profesores e investigadores y hacia el
estudiantado). Lo anterior, decía, porque nada más natural que volver a
André Gorz, uno de los más brillantes analistas del final del siglo XX y
del inicio del XXI en el campo de la teoría política y social, y
concretamente sobre la discusión inacabada acerca de la transición de la
sociedad hacia el socialismo.
André Gorz participó en los Cursos de Invierno de la Facultad del año
1967, justamente un año antes de nuestro trágico octubre de 1968, en
que tantos jóvenes mexicanos cayeron víctimas de las balas criminales
que salieron de los fusiles de diferentes cuerpos de nuestras fuerzas
armadas, para nuestra vergüenza y la de sus comandantes, hasta llegar al
jefe de todos ellos, el Presidente de la República de la época, Gustavo
Díaz Ordaz, quien reconoció por cierto su responsabilidad ante el mismo
Congreso de la Unión.
Por cierto, es preciso aceptarlo: los tiempos se han transformado
drásticamente. Fundamentalmente el cambio de un Gustavo Díaz Ordaz a un
Andrés Manuel López Obrador. Se pasó de un Presidente de México que
murió lleno de ignominia a otro que comienza su sexenio con una luz de
esperanza que se expresó en su triunfo aplastante el primero de julio de
2018. Y no sólo eso, sino que ha sabido movilizar a una gran mayoría de
mexicanos para buscar nuevos y mejores tiempos, y dejar atrás las
sombras que se apoderaron del país durante demasiadas décadas y que
ahora, en nuevas relaciones políticas, ha decidido regenerar nuestra
historia, buscando cancelar los tremendos desequilibrios en la
repartición de la riqueza, en que unos cuantos gozan sin freno de lo
superfluo, mientras la mayoría ni siquiera puede hacerse de lo
indispensable.
Pero, ¿cómo profundizar el criterio que han compartido en buena
medida el capitalismo y el socialismo, en el sentido de que el
desarrollo y el crecimiento dependen de un aumento exponencial de las
fuerzas productivas, de las revoluciones tecnológicas que incluyen el
modo de trabajar y su organización, con diferentes modalidades, pero
siempre enfatizando su carácter jerarquizado y subordinado. No –nos dice
André Gorz–, para Marx y sus discípulos que lo han entendido bien, la
clave del socialismo no es
tenermás, sino la reducción de la jornada de trabajo y el crecimiento del tiempo libre, es decir, son categorías que se refieren al
ser, a la vida profunda de los hombres y las mujeres, un mejoramiento cualitativo y no sólo cuantitativo.
Podemos decir entonces que la gran contribución, por ejemplo, del
ecologismo político fue –y vuelve a ser– que induce a una mucho mayor
conciencia de los peligros que amenazan al planeta como consecuencia del
actual modo de producción y consumo. El incremento en flecha de
agresiones contra el ambiente y la amenaza creciente de una ruptura del
equilibrio ecológico configura un escenario catastrófico que pone en
cuestión la misma supervivencia de la vida humana. Es decir, nos
enfrentamos a una crisis de civilización que demanda cambios radicales
en nuestras formas de vivir, de trabajar y de consumir.
El crecimiento exponencial de la contaminación del aire en las
grandes ciudades, del agua potable y del entorno en general; el
calentamiento del planeta, la acelerada desaparición de los glaciares
polares, la multiplicación de catástrofes
naturales; la destrucción de la capa de ozono; la destrucción, a una velocidad creciente, de los bosques tropicales y la rápida reducción de la biodiversidad por la extinción de miles de especies; el agotamiento de tierras, su desertificación; la acumulación de residuos, principalmente atómicos, imposibles de manejar; la multiplicación de accidentes nucleares y la amenaza de un nuevo Chernobyl; la contaminación de la comida, las manipulaciones genéticas, las
vacas locas, la carne con hormonas. Se encienden todas las alarmas: es evidente que el curso enloquecido de las ganancias, la lógica productivista y la mercantilización de la civilización capitalista/industrial nos conducen a un desastre ecológico de proporciones incalculables. No es ceder al
catastrofismocomprobar que la dinámica del
crecimientoinfinito inducido por la expansión capitalista amenaza los fundamentos naturales de la vida humana en el planeta.
¿Cómo reaccionar frente a este peligro? El socialismo y el ecologismo
–o, por lo menos, algunas de sus corrientes– tienen objetivos comunes
que implican un cuestionamiento de la autonomización de la economía, del
reino de la cuantificación, de la producción como meta en sí misma, de
la dictadura del dinero, de la reducción del universo social al cálculo
de márgenes de rentabilidad y a las necesidades de la acumulación del
capital. Socialismo y ecologismo, en un sentido estricto, defienden los
valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de las
necesidades, la igualdad social, la preservación de la naturaleza, el
equilibrio ecológico. Ambos conciben la economía como una
piezaen el medio: social para el algunos, natural para otros.
En ambos casos se persigue un mejoramiento real de la calidad de la vida en un sentido multidimensional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario