Guillermo Almeyra
En los tres cuartos
de siglo transcurridos desde el asesinato de León Trotsky el
capitalismo, la burguesía, la clase obrera y las relaciones de fuerza
entre las grandes potencias sufrieron grandes cambios
En efecto, dos trágicas predicciones de Trostky se cumplieron: la
Unión Soviética retornó al capitalismo porque Stalin asesinó a la
generación que había dirigido la revolución bolchevique y liquidó al
partido comunista ruso y a la llamada IIIª Internacional y en la
posguerra el capital derrotó a los trabajadores mediante la desocupación
resultante del traslado de las fábricas a los países con bajo costo de
la mano de obra. Eso obliga a volver a pensar en torno a cuáles
problemas fundamentales pueden reorganizarse en el campo de los
explotados y cuáles son sus características y objetivos.
Por su parte, el mercado capitalista mundial se unificó como nunca
antes con la transformación en capitalistas de la Unión Soviética y de
las naciones de Europa Oriental, China y Vietnam. Al mismo tiempo,
desaparecieron las grandes potencias colonialistas, que se transformaron
en competidores comerciales de Estados Unidos(y en sus vasallos
político-militares) y, simultáneamente, surgió la oposición frontal
entre Pekín y Washington que agrava la catástrofe ecológica y amenaza
con hundir al planeta en una nueva guerra mundial aún más destructiva y
mortífera que las anteriores.
Los trabajadores están hoy muy fragmentados por los respectivos
nacionalismos excluyentes y también muy debilitados por la cuasi
desaparición de sus sindicatos burocratizados y reformistas y, sobre
todo, por la precariedad de sus empleos y las transformaciones
tecnológicas que buscan ahorrar mano de obra, destruir los saberes
obreros y aumentar la intensidad del trabajo y de la explotación
capitalista. En estas condiciones ¿qué sigue siendo válido en las ideas
principales del heredero político y teórico de Lenin, asesinado junto
con su partido?
En primer lugar, su confianza en la inteligencia, creatividad y
capacidad de aprendizaje a saltos de la humanidad y, en particular, de
los oprimidos y su lucha intransigente contra el burocratismo, así como
el rechazo del determinismo y la lucha permanente por elevar el nivel
político de los oprimidos y organizarlos. Además, su conciencia de que
el mundo es una unidad internacional de diversidades locales en
constante interacción y no un rompecabezas formado por piezas fijas e
inertes, pues esta visión dinámica del mundo como totalidad y proceso
abre horizontes y permite comprender que lo que sucede en otro frente de
combate nos atañe directamente y que o nos salvamos todos o todos
pereceremos. El internacionalismo, para Trotsky, es así patriotismo de
clase y no tiene nada que ver con el nacionalismo disfrazado de ayuda
fraterna, como la que se concede sólo mientras resulta necesaria y
conveniente para quien la otorga.
Además, Trotsky no veía al ser humano como simple productor, sino
como un sujeto contradictorio en el cual las secuelas de su formación
chocan con ideas precapitalistas o comunitarias y con las nuevas
condiciones sociales, luchas y problemas que van creando la clase obrera
consciente.
Se preocupaba, por eso, por la pobreza y la degradación del lenguaje
de los oprimidos, por las relaciones bárbaras en la vida cotidiana, por
la libre creación artística y por los desarrollos científicos y
productivos que puedan ayudar a reducir la jornada laboral, facilitar
los trabajos y mejorar la calidad de la vida y de la cultura entendida
como relación entre los seres humanos y con la naturaleza.
En 1936, en su libro ¿Qué es y adónde va la URSS?, editado bajo el título de La revolución traicionada
depositaba todas sus esperanzas en las mujeres, los jóvenes, las
nacionalidades oprimidas e inscribía las reivindicaciones democráticas
específicas de esos sectores en la lucha por transformar mundialmente
los combates democráticos en una revolución anticapitalista.
Igualmente, contra los purismos y los dogmatismos sectarios, invitaba
a apoyar a quienes en el campo del nacionalismo socialista o del
democraticismo radical enfrentaban, como Lázaro Cárdenas, al
imperialismo, pero sin confundir las banderas y manteniendo una
vigilancia crítica y la independencia organizativa de los
revolucionarios, porque su criterio fundamental era qué puede ayudar más
a la educación de los trabajadores por su propia experiencia y a
superar momentos transitorios en la creación de su independencia de
clase frente a los líderes y las instituciones.
La necesidad de respetar siempre la ética y luchar por la verdad son
dos de sus enseñanzas fundamentales a las que agregaba la conciencia de
que la solidaridad tiene, en efecto, una base material en la vieja
convivencia en el barrio y en la fábrica y en las experiencias comunes
–que tiende hoy a desaparecer en los países industrializados– pero
también posee profundas raíces precapitalistas anteriores en el viejo
mundo campesino y ex colonial que constituye aún la gran mayoría de la
humanidad y esa solidaridad puede ser reanimada y ampliada desde los
medios revolucionarios urbanos. Por eso Trotsky aún lucha y vive.
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