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lunes, 26 de agosto de 2019

Trump, Xi Jinping, la Amazonia, la 4T y el ecofeminismo



En apariencia, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el incendio en la Amazonia, los megaproyectos para el sur-sureste de México de la 4T y el ecofeminismo socialista, serían temas inconexos sin relación lógica de causa-efecto entre sí.
No obstante, esos cuatro ejes temáticos se inscriben en la geopolítica del capitaloceno, nueva categoría analítica y explicativa que remite a la edad del capital como una era geológica y ya no sólo histórica, artífice de los cercamientos de tierras y la apropiación de los bienes comunales; de la mercantilización de la vida; del colonialismo y el neocolonialismo imperial e interno; de la industrialización irracional y depredadora de la naturaleza, sus ecosistemas y la biodiversidad, fauna y flora; del hiperconsumismo y el despilfarro; de las guerras (convencionales, atómicas, frías, encubiertas y/o híbridas o de cuarta generación), y de las complejas y contradictorias relaciones entre clases, género, raza, nacionalidad, identidad…
Existe estrecha relación entre los procesos de la acumulación de capital −de la producción de mercancías y la extracción de plusvalía− con el deterioro ambiental (deforestación, polución del agua y el aire, aumento de la temperatura del planeta y otros desastres ecológicos). En ese contexto, resulta central la reivindicación de las ecofeministas sobre el papel de las mujeres en la preservación de los ecosistemas y su lucha antipatriarcal como contribución decisiva contra la opresión y la discriminación. Así como el anteponer una ética de la tierra −basada en la responsabilidad entre los seres humanos y los ecosistemas− a los valores dominantes del capitalismo actual, violento y explotador por naturaleza, desigual, individualista, competitivo, utilitarista, egoísta, cultor de las mercancías y antropocéntrico ante la naturaleza.
Esa es la razón por la que algunos científicos sociales consideran que el término capitaloceno es más preciso que el vocablo antropoceno, acuñado en 2000 por el Nobel holandés Paul J. Crutzeny preferido por The Economist para indicar que la acción del homo sapiens (anthropos) tiene incidencia directa sobre el planeta Tierra, hasta el punto que pudiera considerarse como una nueva era geológica. Sólo que esa visión limitada de la historia, que involucra a los seres humanos en su conjunto −como si todos fuéramos igualmente responsables de la transformación destructiva del planeta−, pretende camuflar y legitimar ideológicamente al capitalismo, en su doble papel destructor de gran parte de los seres humanos (trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres pobres) y de la madre tierra, la naturaleza.
En manos de alianzas cambiantes entre estados, corporaciones privadas y poderosos actores políticos y económicos, el capitalismo global y las cadenas de suministro de energía y materias primas requieren aún combustible fósil: carbón, petróleo y gas natural; lo que ha desatado una caótica y feroz competencia internacional por esos recursos estratégicos, a los que se suman metales, minerales, el agua y la tierra.
Eso explica también la actual geopolítica de la energía y la guerra económica entre Estados Unidos (con la administración Trump como brazo ejecutivo del complejo militar, industrial, energético, financiero, mediático) y China (con su ruta de la seda), con énfasis en la construcción de infraestructura multimodal (oleoductos, refinerías, plataformas petrolíferas, carreteras, puertos, ferrocarriles) para el transporte de energía fósil y materias primas.
Mientras crecen las protestas contra el protofascista presidente brasileño, Jair Bolsonaro, por los incendios en la Amazonia –devorada por el saqueo y la depredación capitalista−, conviene voltear hacia el sur-sureste mexicano y los megaproyectos de la 4T de Andrés Manuel López Obrador, en particular el Tren Maya, el corredor del Istmo de Tehuantepec, la siembra de un millón de hectáreas de árboles maderables y frutales (como futuras mercancías para el mercado mundial), a lo que se suman la minería (oro, plata, uranio, etcétera) y las agroindustrias (la producción, industrialización y comercialización de productos agropecuarios, forestales y otros recursos naturales biológicos), con la consecuente contaminación del agua y la conversión de la tierra bajo régimen ejidal o comunal en mercancía.
El embate de las economías extractivistas y de enclave impulsado por las multinacionales y el imperialismo en el sur-sureste de México −y otras regiones sureñas del globo−, encuentra en la primera línea de resistencia y defensa de los territorios donde se generan las materias primas a la mujer, con su crítica feminista al progreso y a la noción de desarrollo; a la ciencia como instrumento de la dominación imperialista; a la mercantilización y destrucción de la naturaleza y de la vida; a la razón heteropatriarcal del capitalismo occidental, con la triple opresión reproductiva, doméstica y laboral de las mujeres; al armamentismo, el militarismo y el paramilitarismo, predominantemente machistas; es decir, la mujer como sujeto protagónico de una sociedad que rebase al actual sistema de dominación clasista, junto con los trabajadores, los campesinos y los habitantes pobres de las ciudades.

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