Carlos Martínez García /I
En España no fructificó
la Reforma protestante, aunque sí existieron núcleos del movimiento.
Uno de los postulados centrales del protestantismo del siglo XVI fue
poner los escritos bíblicos a disposición del mayor número de lectores
que fuera posible, y ello implicaba traducir la Biblia a los idiomas
vulgares, es decir, a los hablados por el vulgo. En el caso del español, Casiodoro de Reina vio coronados sus esfuerzos en 1569, cuando fue publicada en Basilea la llamada Biblia del oso, hace 450 años.
A la península ibérica llegaron los vientos de la Reforma que
soplaban con fuerza en otras partes de Europa, que sumados a los propios
esfuerzos de algunos españoles por renovar el catolicismo conformaron
un entorno favorable al surgimiento de disidencias, las cuales le dieron
un cariz particular al protestantismo español de principios de la
segunda mitad del siglo XVI. Al respecto son imprescindibles dos obras,
la monumental de José C. Nieto, El Renacimiento y la otra España. Visión socioespiritual, Librairie Droz, Ginebra, 1997; y Stefania Pastore, Una herejía española. Conversión, alumbrados e Inquisición (1449-1559), Marcial Pons Historia, Madrid, 2010.
Por distintas razones el núcleo protestante más consolidado fue el de
Sevilla. En las cercanías de la ciudad estaba el monasterio de San
Isidoro del Campo, donde la mayoría de los monjes jerónimos se
identificaban con las doctrinas torales del protestantismo, a saber:
salvación por gracia de Dios, fe como respuesta de los seres humanos a
la iniciativa salvífica divina, Jesucristo como único mediador entre la
humanidad y Dios, centralidad de la Biblia para dirimir cuestiones de fe
y conducta. Las lecturas bíblicas en latín (particularmente en la
traducción realizada por San Jerónimo en el siglo IV, y a quien también
debían el nombre de la orden a la que pertenecían); en griego, para el
caso del Nuevo Testamento, en alguna de las ediciones que publicó Erasmo
de Róterdam, y traducciones a otros idiomas europeos, junto con el
estudio de libros de autores protestantes que les llegaron de
contrabando fueron inyectándole al grupo consolidadas creencias que les
alejaban teológicamente del catolicismo romano.
Uno de los monjes de San Isidoro, Casiodoro de Reina, se propuso
traducir la Biblia al español y en ello invertiría 12 años de su vida.
Los monjes tenían sospechas fundadas sobre que la Inquisición los tenía
en la mira. Algunos de ellos decidieron salir en forma escalonada de
España. Huyeron 12 entre fines del verano y principios del otoño de
1557. Reina llegó a Ginebra, donde Juan Calvino encabezaba la reforma
religiosa y social. Permaneció cerca de un año en dicha ciudad, de la
que salió por no estar de acuerdo con ideas y prácticas de Calvino.
Viajó hacia Inglaterra, donde pensaba tendría mejores condiciones para
proseguir en la traducción bíblica, ya que gobernaba la reina Isabel I,
proclive a respaldar tareas como la proyectada por Casiodoro.
Si bien es cierto que la llamada Biblia del oso (conocida
así por el grabado de portada en la que un oso lame miel de un colmenar
que está en un árbol) es la primera en español, antes hubo traducciones
parciales que denotan en otros personajes la misma convicción que animó a
Reina para darse a la tarea de traducir los escritos bíblicos. Juan de
Valdés –discípulo del alumbrado Pedro Ruiz de Alcaraz– publica en 1529 Diálogo de doctrina cristiana,
en el cual incluye la traducción del Sermón del Monte. Realiza ésta del
griego y no de la Vulgata latina (traducción de la Biblia al latín
realizada por san Jerónimo a finales del siglo IV). La base textual
utilizada para su labor de traductor fue el Novum Instrumentum (Nuevo Testamento) en la edición de 1527, volumen que editó Erasmo de Róterdam por primera vez en 1516. De tal manera que
Juan de Valdés fue el primer español en aprovecharse del avivamiento del griego, cita José Moreno Berrocal (
La primera Reforma en España, en La Reforma ayer y hoy, Publicaciones Andamio, Barcelona, 2012).
Igual en 1529 sale a la luz Diálogo de doctrina cristiana,
de Juan de Valdés. Al ser publicada la obra contó con el visto bueno de
los censores. Más tarde, en 1531, su autor fue sospechoso de herejía y
decidió salir de España hacia Italia. En una cuidadosa investigación ( Juan de Valdés traductor de los escritos de Lutero en el Diálogo de doctrina cristiana), Carlos Gilly documenta que las ideas de Lutero están en el Diálogo como
palimpsesto, es decir, las propuestas del teólogo germano están detrás y
no son evidentes a lectores poco avezados. Gilly observa que el editor
español no podía sospechar que en realidad había impreso una traducción
de los escritos de Lutero.
En 1543 Francisco de Enzinas publicó en español el Nuevo Testamento,
en Amberes. Por su parte Juan Pérez de Pineda hizo una revisión de la
traducción de Enzinas y la publica en 1556, en Venecia. De ambos me
ocuparé en el siguiente artículo.
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