Según la Oficina de las
Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (2013), América Central
ocupó el segundo lugar en el ranking de índices más altos de homicidios
registrados por subregiones, América del Sur quedó en tercer lugar y el
Caribe en el cuarto. La Organización Panamericana de la Salud y la
Organización Mundial de la Salud (2016) coinciden con estos datos
estimando la tasa de homicidios regional en 28,5 homicidios por 100.000
habitantes. Se trata de una tasa que cuadruplica la del resto del mundo y
es el doble de la de los países en desarrollo de África.
¿Qué están
haciendo nuestros Sistemas Penales ante estos altos índices de
violencia? ¿Están contribuyendo a su incremento o a su disminución?
Tal como lo señala el reciente comunicado de la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología (ALPEC),
diversos investigadores y académicos que estudiamos el comportamiento
de los Sistemas Penales en nuestros países vemos con preocupación el
auge de las políticas de mano dura,
expresadas en razias policiales que no respetan ningún límite legal ni
institucional, y que tienen a los más humildes y racializados como
objetivos militares. En Nuestra América países como Brasil, Venezuela,
Colombia, Honduras, El Salvador y México, destacan por la militarización
de sus políticas de seguridad ciudadana, así como por las miles de
muertes que sus fuerzas de seguridad han generado durante los últimos
años. La denuncia de casos tan graves como los asesinatos de Marielle
Franco, Bertha Cáceres, Sabino Romero, los líderes sociales colombianos
que luchan por el derecho a la tierra; las desapariciones de los 43 de
Ayotzinapa, Alcedo Mora o Santiago Maldonado son apenas la punta del
iceberg.
En esta materia los patriotismos negativos para ver
quiénes ocupan los deshonrosos primeros lugares pudiera ser un ejercicio
susceptible de ser instrumentalizado por intereses partidistas. Pero,
además, también es complicado hacerlo con la debida rigurosidad, y de
eso se encargan los poderes que hay detrás de toda esa violencia. El
acceso a las cifras delictivas en general, y de homicidios comunes en
particular, es difícil y en los casos en los que éstas son accesibles la calidad del dato no es confiable.
Esta situación es mucho más crítica con los casos de violencia
policial, especialmente con los homicidios cometidos por funcionarios de
los cuerpos de seguridad. Estas dificultades no son una particularidad
de algunos países de América Latina, existen en toda la región y también
en países como Estados Unidos, dónde el debate de la violencia policial
en contra de los negros está en el tapete (más del 40% de las víctimas
son afrodescendientes y latinos, este conteo lo llevan por seguimiento de prensa porque no hay cifras oficiales confiables1).
Si
nos vamos al sur y nos referimos a casos de muertes en manos de las
fuerzas de seguridad del Estado o “letalidad policial”, tomamos como
base una investigación reciente de Ignacio Cano y Anneke Osse, y la contrastamos con las últimas informaciones oficiales dadas por las autoridades venezolanas,
Brasil, Jamaica, El Salvador y Venezuela estarían entre los países con
los organismos de seguridad más letales del continente. La situación en
varios países de América Central y México2 tampoco es alentadora.
Una
herramienta adicional que es muy útil para hacer comparaciones entre
países es el uso de la tasa de “muerte por intervención legal” por cien
mil habitantes, que puede calcularse a través de los datos de salud que
se encuentran bajo esta categoría de la Clasificación Internacional de
Enfermedades de la OMS (CIE-10). Siguiendo este método, de un grupo de 8
países (Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Honduras, México, Perú
y Venezuela) estudiados por Fondevila y Meneses (2014), con datos para
el año 2011, Venezuela ocupaba el tercer lugar con una tasa de 0,411; el
primer lugar lo tenía Honduras (1,012), el segundo Colombia3 (0,553) y el cuarto Brasil4 (0,396). Estos datos parecieran establecer una relación entre las tasas de homicidios nacionales y las tasas de muertes debidas a intervención legal (Ávila, 2017:33).
Parece
que el modelo que algunos gobiernos latinoamericanos quieren imponer es
el de Filipinas donde se lleva a cabo el operativo conocido como
“Tokhang” que significa literalmente “golpea e implora”. Este país lleva
en su cuenta unas 9.400 personas ejecutadas desde año 1.988 hasta nuestros días. Si se hace una revisión minuciosa estas cifras pueden ser superadas fácilmente por algunos de nuestros países.
La activista Marielle Franco, asesinada hace unos días por las balas de la policía federal de Brasil, luchaba justamente contra estas prácticas, cuestionaba valientemente la masacre por goteo que se aplica en su país. Estos excesos suelen tener nombres rimbombantes y propagandísticos: UPP en Brasil, OLP en Venezuela, “gatillo fácil”
en Argentina. En algunos casos estos poderes de las fuerzas de
seguridad del Estado llegan a expresarse en actos legislativos, como se
pretende hacer con la Ley de Seguridad Interior en México o con las reformas del Código de Policía en Colombia.
La mejor honra a la memoria de Marielle, mujer que simboliza las luchas
de tantos sectores excluidos y vulnerables en Nuestra América, es levantar sus banderas
contra el abuso de poder en cada uno de nuestros países, especialmente
el que se expresa de manera letal contra nuestros jóvenes de los
sectores menos favorecidos que constituyen nuestras grandes mayorías
¡Basta ya!
Notas:
1 El conteo que lleva el periódico The Guardian es de 1.146 personas en 2015 y de 1.092 para 2016.
2
La guerra contra las drogas decretada desde 1995 por parte del
gobierno, que fue continuada y recrudecida por las gestiones
posteriores, ha traído como consecuencia el aumento de los homicidios,
de las desapariciones y de la violencia armada en este país (Barrón,
2012).
3
Según la Comisión Colombiana de Juristas (2011) entre los años 2002 y
2008, se registró la muerte de unas 8.000 personas a manos de las
fuerzas de seguridad del Estado o que -al menos- contaron con el apoyo o
tolerancia por parte de éste; así como unas 2.410 desapariciones
forzadas (p.80). Todo esto sin entrar con el análisis de la denuncias
según las cuales una de cada tres bajas reportadas por militares entre 2006 y 2007 eran falsos positivos.
4 Según un informe de Naciones Unidas de 2016
Brasil presentó el número absoluto más alto de casos de balas perdidas
por intervención legal, seguido de México, Colombia y Venezuela.
Publicado originalmente en: Contrapunto
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