Guillermo Almeyra
Macron es una nueva resurrección de ese Bonaparte que se presenta tan a menudo en Francia, siempre en una versión más mísera y caricaturesca. En su visita a Epinal, en el Nordeste, fue abucheado y silbado desde que llegó rodeado de guardiaespaldas fornidos, pero asustados. Allí fue interpelado por un ferroviario, un estudiante, un jubilado y una enfermera y no tuvo que discutir con más gente porque los demás le gritaban y porque acortó su visita.
Encuestas recientes dicen, por gran mayoría, que las reformas de todo tipo que emprendió en favor del gran capital empeoran la situación y 75 por ciento de los encuestados dice sentir que la democracia se ha reducido mucho.
No es para menos: en Notre Dame des Landes, cerca de Nantes, durante ocho días 2 mil 500 policías de choque combatieron ferozmente contra ecologistas que ocupaban los terrenos agrícolas y boscosos y que se defendieron con piedras y cócteles molotov. Ante la llegada de otros 2 mil ecologistas de Francia y de toda Europa para auxiliar a sus compañeros, el gobierno intentó un diálogo dirigido por su ministro de Ecología y propuso que los ocupantes presentasen planes para cultivar parcelas.
Los ecologistas respondieron que un proyecto de agricultura biológica se hace en todo un territorio, no en parcelas privadas, y que tienen además un plan de autogestión integral para la zona que va más allá de la agricultura.
Simultáneamente, Macron atacó a los estudiantes que han ocupado 15 universidades en todo el país, desde Nanterre hasta Montpellier, Marsella y Nantes, porque junto con los sindicatos de profesores se oponen a una ley de enseñanza que fija mecanismos de selección y exclusión y prepara el terreno para la privatización. Buena parte del éxito de estos bloqueos universitarios, que se extienden, se debe al repudio a la intervención policial o de grupos parafascistas en las universidades.
Al mismo tiempo, recorta los fondos para las municipalidades rurales y cierra en ellas escuelas, provocando la ira de los vecinos, reduce el presupuesto escolar –lo que redunda en menos personal, más trabajo para el resto y peores condiciones para los niños– y pretende que los hospitales no tengan déficit (cuando éstos brindan un servicio público y, además, garantizan las ganancias empresariales al proteger la salud de los trabajadores y su productividad).
También elevó la edad para jubilarse, redujo el margen de actividad sindical en las empresas y las indemnizaciones por despido y afectó las magras pensiones y jubilaciones. Se lanzó simultáneamente contra los ferroviarios que, como respuesta, están haciendo una huelga de tres meses parando dos día cada semana, lo cual siembra el caos en las ciudades que tienen escasísimo transporte alternativo, y las rutas congestionadas.
El objetivo es convertir a los ferrocarriles –que son una empresa estatal– en una sociedad privada por acciones, para lo cual el Estado (o sea, los contribuyentes) pagaría los 46 mil millones de euros de la empresa actual (que hoy comunica a los pueblos rurales funcionando, con pérdidas, mediante ramales locales que podrían ser clausurados) para permitir que empresas extranjeras compitan con la nacional en las líneas altamente lucrativas. Los ferroviarios respondieron con manifestaciones y con su huelga actual, que durará hasta fines de junio, pero que podría prolongarse. Lo hacen para defender sus conquistas de décadas, pero también para luchar por los servicios públicos.
Eso ha llevado a los funcionarios públicos de todo tipo y a los electricistas y los trabajadores de Air France a unir sus huelgas con la de los ferroviarios. Los electricistas reinstalan gratuitamente la electricidad de aquellos a quienes les cortaron el servicio por falta de pago y también cortan la corriente a las empresas que despidan o suspendan, como el gigante Carrefour.
Macron ofendió también a un país que es laico desde 1905 y donde los ateos son mayoría, sugiriendo relaciones privilegiadas con la Iglesia católica y logró igualmente el repudio unánime de todas las asociaciones defensoras de los derechos humanos y de los derechos de los refugiados, porque encarcela a éstos incluso sin importar que sean menores de edad y quiere empeorar las normas que rigen el pedido de asilo o la expulsión.
Por si fuera poco y, a pesar de tener mayoría en ambas cámaras, ignora al Congreso y le presenta hechos consumados, como el ataque a Siria, además de acusar a los estudiantes de agitadores profesionales y agentes del desorden y de sostener que detrás de las huelgas hay una intención política subversiva.
Para terminar, y como cereza sobre el postre, propone que todos los franceses trabajen gratuitamente todo un día feriado para destinar el producto de esa jornada a los ancianos y los muy pobres, a pesar de que ese impuesto de solidaridad podrían pagarlo tranquilamente las grandes empresas que han tenido ganancias récord.
Este Napoleón de tercera logró en la primera vuelta 18 por ciento de los votos. En la segunda, contra Marine Le Pen, a la que le habría ganado hasta un zapato viejo, logró 64 por ciento, pero de los votantes, que no llegaron al 50 por ciento; Macron tiene poco más de 30 por ciento, pero con votos prestados por los antifascistas. Su apoyo real no pasó, así, de 20 por ciento, aunque habla y actúa como si fuese emperador de los franceses por derecho divino y hasta los periodistas que lo entrevistan deben decirle, literalmente, para frenar su arrogancia ni usted es profesor, ni nosotros somos sus alumnos.
Ahora convergen todos los sindicatos, que en vano intentó desunir, ferroviarios, electricistas, aeronáuticos, trabajadores de Carrefour y de otras empresas en huelga, médicos, enfermeras, maestros y profesores de secundaria y universitarios, estudiantes de los mismos niveles, jubilados, abogados y jueces, ecologistas y pacifistas. Logró incluso la hazaña de que en una misma manifestación sindical participen Jean-Luc Mélenchon, de izquierda, los liberal socialistas y Marine Le Pen.
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