Semanas atrás publicamos unas breves reflexiones sobre “La gran crisis del siglo XXI”.
Un problema menor es que nos acusen de dramáticos, grandilocuentes y
apocalípticos. Todo eso es irrelevante, olvidable. A riesgo de
equivocarnos, como todos, como en todo, nuestra obligación es la de
aportar alguna mirada general sobre los problemas más importantes que
pueden afectar a la humanidad en el tiempo presente y en los tiempos por
venir, aunque para entonces ya no estaremos caminando sobre este
hermoso planeta ni estaremos disfrutando de ese maravilloso y tan
desvalorado milagro de estar vivo.
Para mí no quedan
dudas. La gran crisis planetaria que va a enfrentar la humanidad y el
resto de las especies sobre este planeta sigue centrada en el problema
socio-ecológico. Las dos bombas de tiempo que indicábamos en el artículo
anterior (la peligrosísima e insostenible concentración de riqueza,
mero secuestro del progreso humano por parte de una elite financiera, y
la próxima aceleración del cambio climático), ambas unidas por un
sistema social y económico basado en el consumo y el despilfarro (“La pandemia del consumismo”,
2009), se librarán a través de la próxima gran revolución tecnológica,
sin duda con un mayor impacto que la que produjo Internet.
Me refiero a la Inteligencia Artificial.
Hace
diez años observábamos que “mientras las universidades logran robots
que se parecen cada vez más a los seres humanos, no sólo por su
inteligencia probada sino ahora también por sus habilidades de expresar y
recibir emociones, los hábitos consumistas nos están haciendo cada vez
más similares a los robots”. La misma idea es recogida en el libro Cyborgs (2012) pero procede de mi segundo libro Crítica de la pasión pura
(1998). Obviamente, por “robots” me estaba refiriendo a un concepto
que, por entonces, no se había desarrollado como ahora: la Inteligencia
Artificial. El tiempo ha confirmado este pesimismo y me ha corregido en
algunos optimismos de la misma época sobre la Democracia Directa
derivada de las Comunidades en línea (aunque ¿quién sabe? tal vez
todavía sea posible).
Hoy los robots se están comiendo
millones de puestos de trabajo y, con todo, eso no parece ser nada en
comparación a la revolución de la IA. Los robots son peligrosos para los
trabajadores sólo si los beneficios de su eficiencia se siguen
concentrando en los “dueños de los medios de producción” (perdón por la
terminología marxista) y no llegan a los trabajadores, que fueron
quienes aportaron, con su trabajo y sus impuestos, para que todo ese
conocimiento se desarrollara en las universidades. Los profesores no
sólo recibimos nuestro salario de las matrículas y de los impuestos (en
el caso de las universidades públicas), sino que mientras nos dedicamos a
la investigación y la especulación, a inventos que dejarán a nuestros
beneficiaros sin trabajo, otros (los beneficiarios) están doblados bajo
el sol en los campos, cultivando y cosechando los alimentos o subiendo y
bajando cajones de fruta que luego compramos casi sin esfuerzo en los
aclimatados supermercados. Pero ni siquiera los inventores ni los
profesores que participaron en el proceso se beneficiaron ni se
beneficiarán económicamente de esas proezas de la alta tecnología como
lo han hecho y lo seguirán haciendo los secuestradores, los “genios” de
los negocios que más que inventar algo simplemente se embolsaron los
beneficios. Como siempre, serán los dueños del dinero quienes hagan más
dinero y sean venerados por los adelantos de nuestras sociedades. En
fin, esas tonterías como que gracias al bueno del Bill Gates o de algún
otro multimillonario tenemos internet y computadoras, etc.
Volvamos
al punto central. Las IAs no son como los robots, meros brazos
efectivos, sino cerebros implacables que ya se están usando en las
grandes compañías y corporaciones del centro del mundo. Casi nunca están
en los robots, como Terminator, sino en espacios virtuales, lo
que las hace aún más temerarias. Pronto podrán entender a los seres
humanos mejor que cualquier psicoanalista y, obviamente, no necesitarán
veinte años de terapia. Actualmente, ya están siendo usadas para leer
los currículums de los solicitantes de trabajo y son capaces de
seleccionar a los mejores candidatos en base a predicciones: María
renunciará en dos años; José pedirá aumento de sueldo antes del tercer
año. Etcétera. Claro, pronto ni María ni José serán necesarios ni para
cuidar niños ni ancianos porque las IA podrán hacerlo mucho mejor y
cometiendo menos errores.
Esto, que en principio puede ser celebrado por los optimistas por su incuestionable aumento de la repetida, hasta el hastío, efectividad,
tiene su lado tenebroso. Los robots inteligentes no necesitan ser malos
para organizar el Mal. Basta con que sirvan a los poderosos, como
cualquier otra innovación previa, ya sean gobiernos despóticos o mega
compañías (despótica y manipuladora, como cualquier gran compañía, según
lo demuestra la historia).
Podríamos poner cien ejemplos,
pero por razones de espacio consideremos un simple aspecto. Desde hace
miles de años, todos llevamos nuestra privacidad de paseo por todos los
lugares públicos por dónde vamos. Con las AI, esta privacidad se
disolverá automáticamente. El reconocimiento facial no sólo puede
detectar mentirosos, o la orientación sexual (esto no es especulación;
ya está ocurriendo de forma inadvertida por el público), sino muy pronto
cualquier IA podrá determinar en unos pocos segundos qué ideas
políticas, sociales, religiosas y sociológicas tenemos, ya sea leyendo
un simple CV, un texto, artículo, carta o escaneando nuestro rostro. No
será algo muy difícil de concretar, considerando lo que ya se está
haciendo.
Como consecuencia, los disidentes de ese orden
infinitamente opresivo no tomarán armas tradicionales sino las mismas
basadas en IA o similares. Serán los hackers del futuro y, como en el
pasado, serán los guerrilleros idealistas y los criminales comunes,
todos metidos en una misma bolsa por quienes ostentarán el poder de los
dioses (o los demonios).
¿Terminará esta lucha en una
negociación pacífica? Bueno, eso nunca ha ocurrido en la historia, salvo
excepciones, como el derecho a las ocho horas de trabajo, etc. ¿En una
restauración violenta de la libertad y de los derechos individuales de
todos, más o menos como en la Revolución Francesa o en otros
magnicidios? ¿Estarán los individuos suficientemente intoxicados por la
educación funcional, dócil, acrítica, y la manipulación ideológica y
psicología como para que no haya ninguna lucha por la libertad o la
conciencia de la opresión? Como en tantos otros períodos de la historia
¿serán los esclavos los más fervientes defensores del sistema
esclavista? ¿Podemos los “viejos anticuados” decirle algo útil desde la
perspectiva del año 2018 a los “liberados” o “superados” del 2040 y del
2070?, ¿algo que sirva de advertencia a aquellos que por entonces se
encuentren inmersos en la tormenta de su propio presente?
O, peor, ¿terminará nuestra orgullosa y arrogante especie humana en un colapso final?
Nadie
puede tener una respuesta concluyente a ninguna de estas preguntas.
Pero plantearlas y advertir los grandes problemas actuales y de las
generaciones futuras es, simplemente, nuestra obligación moral.
- Jorge Majfud es escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.
https://www.alainet.org/es/articulo/192275
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